martes, 30 de junio de 2009

Baraboo


Amiga,

Te debo al menos un comentario sobre el Festival Internacional de Cine que acaba de terminar este domingo en Edimburgo. Sólo pudimos ver cinco películas, de las no sé cuántas que se mostraron en un poco más de una semana. Puedes ver aquí todos los datos del festival y de paso curiosear quiénes se ganaron qué premios.

De las cinco que vimos hay dos que se mantienen en mi memoria. Rudo y Cursi, de Carlos Cuarón y Baraboo, dirigida por Mary Sweeney. Puedes encontrar en la web cantidad de información sobre Rudo & Cursi, porque la película reúne de nuevo a Gael García Bernal y Diego Luna, los mismos protagonistas de Y tu mamá también. La historia está realmente muy bien contada, pero el gran acierto es el narrador: un argentino insoportable que encarna todos y cada uno de los estereotipos que tenemos en el resto de América Latina sobre –y en contra de- los argentinos.

Pero suena tan bien y es tan divertido que al final resulta una inteligente auto-ironía sobre nuestros prejuicios y sobre el modo como estamos destinados a repetir el péndulo eterno entre los sueños imposibles y las más estrepitosas caídas en desgracia. Si llega Rudo & Cursi por aquellos lados, no dejes de verla!

(Tengo que contarte aquí, entre paréntesis, que tuve el dudoso privilegio de ver a Gael García Bernal entrar por los dos metros de alfombra roja que precariamente lograron colocar –poner, como tú dirías- en la entrada de una de las salas en la que se realizó el festival. Bueno, ver, lo que se dice completamente ver, no lo vi. Sólo logré atisbar un pedazo despelucado de su cabeza. Así que, sin mucha vergüenza debo reportar que estuve a menos de un metro de distancia de una celebridad y me contenté con no verlo, con salir más bien corriendo para otro lado, mientras escuchaba a las fans gritar ¡Gael! ¡Gael! ¡Gael!)

Bueno, a lo que iba: la película que más me gustó sin duda alguna fue Baraboo, dirigida por Mary Sweeney, la misma que escribió junto con David Lynch esa otra película extraordinaria llamada The Straight Story ⎯¿qué título le pusieron en español? ¿tú te acuerdas?.

Me resulta siempre incómodo que cuando una mujer hace un trabajo extraordinario al lado de algún hombre reconocido, la manera de hablar del trabajo de ella se adose siempre al trabajo de él. Así que no voy a insistir en que Sweeney trabajó con Lynch durante décadas. Me parece mucho más interesante lo que ha logrado por sí misma y lo que hay de valioso en su trabajo, más allá de las estridencias de los grandes nombres.

Baraboo es, ante todo, una película visualmente hermosa (puedes ver los trailers aquí). Para el ritmo de percepción contemporáneo podría resultar algo ‘lenta’. Pero ese es un calificativo que nunca me ha gustado cuando se trata de películas, libros, música o cualquier otra manera de decir algo que requiera un ritmo pausado, ensimismado, casi detenido. El ritmo que esta película te impone es el de la contemplación, es verdad, pero no una contemplación estática. No es una película de Bergman, para ponerte un ejemplo tal vez extremo.

Es una película en la que una serie de personajes sin ningún propósito ulterior en la vida, pero que están a la espera del amor, del futuro o de la muerte, interactúan en un pequeño motel de un pequeño pueblo de Wisconsin. Todo parece empezar del mismo modo como termina. Y, sin embargo, todo pasa en esas dos horas en que vemos cómo estos personajes se pelean y se reconcilian, se enamoran y se separan, recuerdan y hacen planes.

Pero tal vez lo más interesante para mí sea que estas historias se sostienen a partir de las relaciones de dos mujeres y los vínculos de estas dos mujeres con los demás personajes. Una de ellas, Jane (Brenda DeVita), administra el motel donde sucede todo. Es una madre soltera, todavía joven, que escribe interminables diarios noche tras noche y que no sabe cómo reconectarse con un hijo adolescente que parece cada vez más violento y distante. La otra, Bernice (Ruth Schudson), es una mujer ya al borde de la vejez que vende todas sus pertenencias y decide mudarse al motel y terminar ahí sus días. Pero no sin encargarse antes de arreglarle la vida a todo el mundo y convertir el motel en su casa y a sus habitantes en su familia.

Enmarcando estas historias simples están la música y el sonido del viento. Pero también están las reiteradas imágenes de árboles, carreteras solitarias, cables que van de un poste a otro, sombras que se proyectan en alguna pared. Una fiesta visual y auditiva que te deja en un estado de ánimo si no alegre, al menos eufórico. De esas euforias que están tan cerca de la risa como del llanto. En fin, es el tipo de historia que me gusta ver, leer y contar. Inspirada en esa estética tomé la foto que aparece encabezando esta nota.

Ojalá llegue esta película a Mérida algún día y ojalá puedas verla.

Te mando un abrazo,
r

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