martes, 23 de octubre de 2012

Semana siete


Amiga,

Sólo unas líneas para contarte que sigo aquí, que te recuerdo cada vez que camino por los pasillos de la universidad. Si estudiáramos juntas, como hace siglos, entre una clase y otra nos tomaríamos un café y nos fumaríamos un cigarro (aunque yo ya ni fumo). Nos sentaríamos a quejarnos juntas del mundo y del clima. Nos dedicaríamos a planear lo que viene, sin miedo al futuro.

Y te contaría que estoy con gripe y que en esta, mi semana siete, estamos en lo que aquí llaman “reading week”. Se supone que es la semana que debemos usar para ponernos al día en lo que dejamos pendiente de leer en las primeras seis semanas. Pero el objetivo real es darnos tiempo para adelantar los trabajos finales que tenemos que entregar en menos de un mes. Son sólo dos trabajos de sólo mil palabras cada uno. Nada que ver con las cincuenta páginas que había que escribir en la maestría de la USB, por ejemplo. Pero, claro, hay que escribirlos en inglés y en ese punto la brevedad no ayuda. Más bien complica las cosas.

Así que aquí estoy sentada escribiéndote, postergando el trabajo que tengo pendiente. Buscando excusas para no sentarme a escribir las dos mil palabras que me esperan a la vuelta de la esquina. Y con gripe, amiga. Que es como decir con la mente nublada. Tan nublada que ayer en la mañana escribí un poema bobo que no puedo resistirme a copiarte aquí:

Si después del té cargado de la primera hora
miras por la ventana y sólo ves
la blanca, espesa nada de la niebla
no pienses en el sol
no pidas claridad ni azul de cielo
y deja que el horizonte permanezca disuelto
junto al sueño impertinente de volver.

Ya sé. No soy poeta. Pero a veces me da por juntar frases bobas. Y cuando estoy con gripe me doy menos cuenta de que hago el ridículo...

Te mando un abrazo estornudado,
r

martes, 9 de octubre de 2012

Distancia



Amiga,

He perdido la cuenta de las veces que me he despedido de mi país. Pero esta vez, por alguna razón, esta distancia que veo crecer se siente de verdad como un duelo. Ayer amanecí confundida y desilusionada, pero sobre todo triste.

Puedo armar todos los razonamientos lógicos que sean necesarios para entender lo que ha pasado en Venezuela este domingo. Puedo intentar comprender o puedo negarme a ver la situación tal como es. Y, aun así, la tristeza sigue ahí, terca, muda, sin pausa.

Y es sobre todo la tristeza de la distancia. He dejado de pertenecer y por eso el destierro se me ha hecho más ancho y más hondo. Quienes piensan que sólo podemos llamar exilio a una penalización irreversible que nos impide legalmente volver a nuestro lugar de origen, deberían considerar el peso que produce la tristeza y la desilusión.

Es verdad, nadie va a detenernos en Maiquetía. Nadie nos va a impedir, físicamente, volver. Pero ¿a qué espacio nos es permitido volver? ¿cuál es el país que nos espera si volvemos? Más aún, ¿qué sentido tiene ya pensar en el regreso?

Hay muchas maneras de producir diásporas y hay muchas maneras de castigar a quien se va. Los venezolanos que estamos dispersos por el mundo nos sentimos hoy doblemente expulsados. Sabemos que regresar, incluso de visita, se nos ha vuelto cada vez más cuesta arriba. Y la esperanza que nos habíamos permitido mantener hasta ahora acaba de disolverse.

No tengo ganas de ser optimista, amiga. No veo cómo.

Te mando un abrazo cada vez más distante,
r


jueves, 4 de octubre de 2012

Ocho años



Amiga,

Hoy, como todos los 4 de octubre, antes de desayunar prendí una vela frente al retrato de Rebeca. Hace ocho años ya. Pero yo sigo recordando a mi hermana todos los días y me sigue pareciendo injusta su muerte antes de tiempo. Mientras la vela se consume frente al retrato de mi hermana ausente imagino las reacciones que hubiera tenido, sus miedos y alegrías. Es mi manera de mantenerla viva dentro de mí. La única vida después de la muerte en la que soy capaz de creer.

Hoy quise imaginar cómo hubiera sido conversar con mi hermana en estos días en los que todos estamos tan pendientes de lo que está pasando en Venezuela. Estoy segura de que me hubiera hablado con entusiasmo de las elecciones del domingo. Me imagino que me hubiera contado todas las novedades con la misma emoción y el mismo susto en el estómago con el que estamos todos ante la posibilidad real de un cambio en el país.

También hubiéramos comentado lo bien que le va a Patricia en Madrid, los estudios de Raúl, alguna anécdota de mi papá, la construcción de la casa de mi mamá, los gorros y bufandas que está tejiendo Ruth, lo bien que le va a Renée en su negocio. Creo que se hubiera reído mucho de los cuentos de Nicolás, que decidió de pronto volver a hablar español al cumplir siete años, me habría comentado lo altísima que está Andrea y se habría conmovido con el diente que le sacaron a Daniela, pobrecita. Hubiéramos hablado de la buena noticia de que Alexandra va a votar en representación de la familia desterrada. Y nos haría sentir muy orgullosas que Ricardo está decidido a votar por Obama.

Supongo que le hubiera contado largo sobre la maestría que estoy haciendo, le hubiera contado que me voy adaptando, aunque me cuesta volver al salón de clases después de tanto tiempo. Y ella me hubiera dicho que por fin se volvió a inscribir en el curso de inglés, porque esta vez sí que va a aprender a hablar ese idioma terco que tantas veces ha querido estudiar...

Y así, amiga, he pasado la mañana imaginando lo que hubiera conversado en estos días con Rebeca, cumpliendo con mi particular ritual de remembranza, para que mi hermana no se vaya del todo.

Te mando un abrazo en duelo,
r


miércoles, 3 de octubre de 2012

Cuatro semanas


Amiga,

Te debo tantos cuentos que ya no sé por dónde empezar. Estoy ya en mi cuarta semana de clases y la adaptación a las rutinas ajenas me ha descompuesto todos mis tiempos. Había imaginado que convertiría esta experiencia de estudiar la maestría en un ejercicio de escritura dividido en doce semanas por semestre, en las que contaría mis experiencias como iban sucediendo y así cumpliría con mi cuota imaginaria de textos por mes: cada semana un texto, cuatro entradas por mes, ¡listo!

Pero está claro que no ha sido así. La experiencia de haber dado clases por casi veinte años no te prepara para recibirlas. Incluso estoy empezando a pensar que más bien es una desventaja, porque estás siempre parada como en el medio del camino, ni aquí ni allá, ni en el lado del emisor ni en el lado del receptor. De todos modos, bien pensado, ese es precisamente el lugar del desterrado. Así que amiga, esta experiencia de estudiar me ha revelado un nuevo lado del destierro: el destierro del púlpito, me atreveré a llamarlo.

Pasé tanto tiempo en la tarima, por así decirlo, que ahora que estoy en el pupitre, y no detrás del escritorio, me ha costado encontrar la actitud correcta o más adecuada a las circunstancias. Si una clase va muy rápido, quiero intervenir para detenerla. Si siento que me aburro a mares porque los largos silencios y la exposición en cámara lenta me dan sueño, quiero intervenir para acelerar el ritmo. Y así... Pero ya voy aprendiendo que esa no es mi función y que debo adoptar un rol más pasivo, lo que no es fácil para mí, por supuesto.

Así que, de algún modo, estoy retomando este blog nuestro para ejercer aquí mi necesidad de intervenir de la manera que más me gusta: haciendo crítica. Como bien sabes, no se me da eso de andar pasivamente por la vida sin por lo menos quejarme un poco. Durante la primera semana de clase me quejé, básicamente, de que me trataran como una delincuente, amenazándome con la policía si me desaparecía por más de dos semanas (hay muchos extranjeros aquí con visa de estudiantes y parece que la universidad ha asumido el papel de monitorear a esos seres que pueden potencialmente escaparse y quedarse en el país ilegalmente) o con terribles consecuencias si se me ocurría plagiar algún texto en algún trabajo parcial o final.

Esto creo que merece un párrafo aparte. Según parece, el problema del plagio es tan extendido y complicado que las universidades han desarrollado aquí un sistema de búsqueda que procesa todo texto que se entrega como trabajo de clase y este sistema determina qué textos has sacado de dónde. Cuando uno le entrega un trabajo a un profesor tiene que pasarlo por esta especie de filtro que mide tus niveles de “originalidad” y –hay que suponer– le avisa al docente si tu texto es o no viable como un discurso que te pertenece. Me parece de lo más ingenioso todo el asunto. Lo que me molesta bastante es que te lo reiteren una y otra vez, hasta el punto de que el asunto se convierte en una especie de advertencia con tintes de amenaza.

En la segunda semana me quejé de que los profesores que no nos dan materias puramente prácticas comenzaban cada clase advirtiéndonos que la teoría era difícil, pero que al final entenderíamos por qué es importante. Como sabes, no soy fanática de la teoría por la teoría misma, porque creo que la teoría –en cualquier área, pero sobre todo en las ciencias sociales– debe cumplir una función práctica, ayudarte a pensar y a resolver problemas. Pero estoy muy lejos de creer que la mejor manera de acercarse a la teoría sea asustanto la gente de entrada –¡es difícil! ¡es tan difícil!– para luego disolver en pequeñas pastillitas una serie bastante compleja de razonamientos y terminar afirmando que en realidad el lobo no es tan fiero como lo pintan.

En la tercera semana dejé de quejarme y me dediqué más bien a poner manos a la obra. Tuve que hacer varias traducciones al español y al inglés que me llevaron una inmensa cantidad de tiempo y me hicieron pensar que en realidad no sirvo para esta extraña profesión de andar cambiando textos de un idioma a otro. Se trataba de textos legales, médicos, o empresariales... nada que ver con mis más elementales intereses. Tal vez por eso me costó tanto y me sentí perdida y francamente desalentada. Lo que empeoró cuando hicimos en clases las correcciones de los respectivos textos. Un desastre, amiga. Llegué a dudar hasta de mi capacidad de construir una frase decente en mi propia lengua materna!!

Para completar, el sábado pasado asistí a una charla que se suponía que iba a ser para informarnos sobre el aspecto práctico de lo que aquí se llama liaison –es decir, interpretación pública– y que tiene que ver con el trabajo de interpretar para entes gubernamentales, tribunales, hospitales, etc. Es una de las materias más interesantes que estoy viendo y un área de trabajo que realmente me interesa. Así que me anoté en algo que se anunciaba como un “workshop”, lo que aquí y en todas partes debería entenderse como taller: es decir, una actividad concebida con el énfasis en el diálogo y la puesta en común de experiencias (algo de lo que tú sabes mucho más que yo).

Pues resultó que la tal actividad no era otra cosa que la conferencia de la directora de una empresa que no sólo le estaba haciendo propaganda a su negocio, sino que además andaba reclutando gente y convenciendo a los incautos estudiantes que fueron a escucharla de que esa agencia era mejor que todas las demás que están por ahí tratando de hacer lo mismo. Pasé todo el sábado furiosa porque me sentí engañada. Y, todo hay que decirlo, pagué la furia con mi amor de la vida que no tenía ni arte ni parte.

Pero es que uno tiende a pensar que el espacio académico debería garantizar una especie de juego limpio. Si se invita a la comunidad universitaria a una actividad académica, no hay por qué sospechar que se trata en realidad de una actividad mercantil. Y justo ahí me di cuenta de las implicaciones de estar estudiando una maestría en traducción en una escuela de administración de empresas. Tengo la impresión de que quienes enfocan sus intereses hacia los negocios no parecen comprender el límite en el que termina lo académico y comienza lo mercantil, o para decirlo con todas sus letras, la propaganda corporativa.

En esta cuarta semana en la que estoy ahora han sucedido dos cosas al mismo tiempo. Por un lado, me estoy acostumbrando ya a las rutinas de cada día y creo estar organizándome de manera que las actividades ya no me agobien (por eso me he hecho este tiempo para ponerme al día con este blog nuestro); por otro, me estoy enfocando en lo positivo que puedo sacar de esta experiencia. Lo que, en mi caso, no es fácil, por supuesto. Pero en eso ando, tratando de ver la luz más allá del túnel, el vaso medio lleno, el queso a la tostada, esas cosas que la gente optimista hace para echar palante.

Si tuviera que hacer una lista de las cosas en las que estoy intentando concentrarme, en los primeros lugares de esa lista estaría la gente, la cantidad de gente de todas partes con la que estoy compartiendo mi día a día. Lo otro positivo sería el descubrimiento de que, a pesar del arranque un poco chirriante, mi músculo académico sigue funcionando y sigo siendo capaz de aprender. Y, finalmente, creo que esta experiencia me ha hecho integrarme más al lugar en el que estoy. Me he sorprendido a mí misma en estos días diciéndole a estudiantes que están de paso que yo vivo aquí y que no voy a regresar a mi país. Y lo he dicho con la naturalidad con que se enuncian hechos cumplidos.

A veces formular en voz alta la situación en la que estás termina de definir lo que eres y en estos días me he dado cuenta, como nunca antes, de mi situación de expatriada. A veces me asusta. Pero la mayoría de las veces me conformo. Cuando estás en medio de una comunidad que viene de todas partes y no pertenece a ninguna descubres que no estás sola, que la errancia es también una condición posible y que no tiene que ser doloroso no pertenecer.

Aquí está pues el resumen de mis primeras cuatro semanas como estudiante reincidente. Ojalá tenga tiempo de hablar de otras cosas en los próximos meses, porque si no, este blog nuestro se va a volver aburridísimo y hasta yo misma lo voy a abandonar...

Te mando un abrazo sin traducción,
r