martes, 21 de mayo de 2013

Ciudadana británica


Amiga, 


Hoy es un buen día para volver a dejar una nota en este blog nuestro. Porque esta mañana me juramenté como ciudadana británica. Como seguramente recuerdas, en noviembre del año pasado fue la ceremonia de Lyo. Por eso nos fuimos esta mañana directo a Bathgate, donde habíamos ido al acto anterior. Pero resulta que la ceremonia se alterna cada mes entre Bathgate y Livingston y cuando llegamos a Bathgate nos dijeron que estábamos en el lugar equivocado.

Así que este día en el que me convertí en ciudadana británica comenzó con un susto y una carrera. Yo me había bajado del carro para ir adelantando el trámite mientras Lyo buscaba dónde estacionarse. Cuando me dijeron que la ceremonia era en otra parte, entré en pánico. No me había llevado mi celular y Lyo tampoco tenía el suyo. Eran las diez en punto y el acto comenzaba a las diez y media. Mientras pensaba qué hacer y me imaginaba lo peor, escuchaba con la cuarta parte del cerebro la explicación de cómo llegar al Centro Cívico de Livingston donde tenía que juramentarme.

Salí a la calle después de la larga explicación que no entendí con una sensación de terrible fatalidad. Bajé las escaleras, miré a los lados y me entregué al destino. Y el destino quiso que diez segundos después apareciera Lyo casi corriendo. Le eché el cuento en volandas mientras nos devolvíamos. Al final Lyo me dejó a la vuelta de la esquina y se fue él solo a buscar el carro porque yo no podía con los tacones.

Llegamos a tiempo al Centro Cívico, a pesar de que yo sólo retuve una mínima parte de la explicación que me habían dado. Teníamos que ir al edificio que estaba al lado de la Policía. En efecto Lyo sabía dónde era y me dejó en la puerta –otra vez– para irse a buscar puesto. Entré caminando lo más derecha que pude pero pensando qué íbamos a hacer si aquel no era el lugar del evento.

Por supuesto que era. No tuvimos tiempo ni de mirar alrededor. Pasamos a la sala del registro civil. Yo estaba tan angustiada por estar llegando tarde que seguí de largo cuando vi la sala de ceremonias. Pero una funcionaria se asomó a pedirme que esperara en la recepción mientras atendían a otro futuro ciudadano que había llegado justo antes que nosotros. Nos recibió la misma funcionaria que había dirigido la ceremonia cuando se juramentó Lyo. Pero esta vez el proceso fue mucho menos formal: brevísima explicación de la ceremonia, instrucciones, listo.

Pasamos a la sala. Había dos familias, dos parejas y nosotros. Entre todos ocupábamos apenas tres filas y dos puestos. Sin música ni preámbulos, la ceremonia empezó cuando llegó el "Provost", que es el funcionario encargado de presidir el acto. No sabemos exactamente cuál sería el equivalente para nosotros, pero nos imaginamos que es una especie de presidente del consejo municipal. Muy simpático él. Apareció adornado con un collar dorado, distintivo de su cargo.

La ceremonia fue menos emotiva que la de Lyo. O tal vez no me conmovió tanto porque ya había escuchado el discurso. De todos modos me emocionaron los aplausos y la sinceridad con la que todos recitamos nuestros juramentos y recibimos nuestros certificados. Nos llamaron por nuestros respectivos nombres de pila, para evitar el complicado proceso de mencionar apellidos a veces impronunciables. Creo que todos nos sentimos de lo más bienvenidos. 

Luego hubo dulcitos y café o té. Conversamos un rato con unos conciudadanos de origen indio. Después se nos unieron los funcionarios que hicieron una ronda por los distintos grupos. El Provost nos contó que era el único conservador en el gobierno local y que cuando joven había trabajado en una compañía petrolera y en lo que le nombramos Venezuela nos contó de sus viajes a Maracaibo a donde iban a llenar el barco en el que trabajaba, justo antes de regresar al Reino Unido, después de diez meses atravesando en Atlántico varias veces entre África y Brasil. "Cuando nos avisaban que el próximo viaje era a Maracaibo, ya sabíamos que íbamos a regresar a casa", nos dijo.

También esta vez tuvimos un niño recibiendo su ciudadanía que fue la alegría del acto. Estuvo contanto historias y hablando con todos hasta que nos fuimos. Se despidió de nosotros de lo más contento. Salimos apurados y con hambre. Almorzamos en nuestro restaurant favorito de South Queenferry, para celebrar. Y luego Lyo me dejó aquí en casa, donde me eché a dormir una larga siesta.

Como te puedes imaginar, todavía no caigo en cuenta de lo que significa tener una segunda nacionalidad. En este momento todo se reduce a un trámite. Esta semana pido mi nuevo pasaporte y tendremos que inventar un viaje para estrenarlo. (Por cierto, sigo sin pasaporte venezolano y es bastante probable que el británico llegue primero). Pero con el tiempo supongo que dejará de ser un trámite para convertirse en una pertenencia más completa. 

Por lo pronto, ya estoy anunciando cómo voy a votar en los dos referenda que vienen: el de la independencia de Escocia (donde voy a votar por el No) y el de la separación de UK del resto de Europa (donde también voy a votar por el No). Mis primeros dos actos como ciudadana, pues, van a ser para expresar mi deseo de seguir siendo británica y europea. Y lo que más me entusiasma de todo el asunto es que lo puedo contar aquí, abiertamente, sin miedo a represalias. Porque este es mi derecho como ciudadana británica.

Te mando un abrazo múltiple,