Amiga,
Confieso que una de las maneras que tengo
de combatir el insomnio es imaginarme que escribo. Y esta mañana me
dio por imaginar que retomaba este blog nuestro. Me pareció una idea
brillante en la madrugada, mientras me arropaba y desarropaba
luchando contra los calorones de la pre o la postmenopausia. Redacté
largos párrafos imaginando las nuevas condiciones sobre las cuales
escribiría en esta nueva etapa. Me acuerdo apenas de lo que imaginé
que escribía, pero hay algo que se me quedó bien grabado. Que
necesito volver a esta bitácora para recordar, después, lo vivido.
El asunto es básicamente eso. La memoria
me falla, cada vez más (otro de los efectos de la menopausia o
simplemente de la edad), y si no llevo registro de lo que voy
viviendo, miro para atrás y me encuentro con un vacío aterrador.
Eso me pasó ayer, mientras cumplía con el ritual de todos los
eneros de cambiar el calendario que cuelga de uno de los piedeamigos
de mi biblioteca. Miré el mes de enero del año 2015 y estaba
¡vacío!
La razón es que casi siempre compro mis
calendarios cuando el mes está bien avanzado o casi ido, porque así
logro pagar cincuenta centavos por el mismo calendario por el que
hubiera pagado en diciembre cuatro libras. Además, me digo mientras
espero que bajen los precios, en enero nunca pasa nada. Pero pasa,
amiga. El problema es que uno no se acuerda.
Así que aquí estoy de vuelta, como
dicen los sureños. Regreso a este blog nuestro con ganas de contar
las minucias del día a día. Por lo de la memoria y el insomnio y
los calorones. Pero también por otra cosa: tengo semanas leyendo a
Claudia Piñeiro –Las viudas de los jueves, Betibú, Tuya, Elena
sabe...— y me encanta su modo de observar las cosas pequeñas que
suceden cuando uno anda por la vida sin darse mucha cuenta y estoy
con ganas de escribir algo con ese tono moroso que también tiene mi
admiradísimo Ricardo Silva Romero. Un texto largo que cuente una
historia pequeña.
Y aquí voy a ir haciendo experimentos de
ese tono y ese ritmo hasta que me suene bien y se me meta adentro
como una segunda piel. No soy buena contando despacio cosas que
prefiero que pasen más bien rápido. Pero —¿será la edad?— he
estado descubriendo últimamente que escribir no es otra cosa que
detener el tiempo, parar el mundo. No para bajarse, que renunciar no
es la idea, sino para tener la oportunidad de ir por partes, como se
dice. Dividir en pedacitos el
día, la hora, los minutos. Y detenerse a mirar. Construir un marco y
ralentizar. Imaginar una cámara lenta que nos permita extraer algún
tipo de sustancia.
Nada de moralejas ni de consejos útiles
para la vida. Bastante hay ya de autoayuda en el mundo. Más bien
presencia: imaginar nuestra presencia en el mundo y saborear cómo
suena, probar qué palabras se ajustan mejor y cuáles sobran o
retumban con un sonido hueco. Eso, nada más. Contar el mundo con las palabras que a uno le gustan más. Sólo eso.
Tendrás que soportarme otra vez,
amiguísima.
Te abrazo fuerte,
r