martes, 19 de enero de 2016

De vuelta



Amiga,
Confieso que una de las maneras que tengo de combatir el insomnio es imaginarme que escribo. Y esta mañana me dio por imaginar que retomaba este blog nuestro. Me pareció una idea brillante en la madrugada, mientras me arropaba y desarropaba luchando contra los calorones de la pre o la postmenopausia. Redacté largos párrafos imaginando las nuevas condiciones sobre las cuales escribiría en esta nueva etapa. Me acuerdo apenas de lo que imaginé que escribía, pero hay algo que se me quedó bien grabado. Que necesito volver a esta bitácora para recordar, después, lo vivido.
El asunto es básicamente eso. La memoria me falla, cada vez más (otro de los efectos de la menopausia o simplemente de la edad), y si no llevo registro de lo que voy viviendo, miro para atrás y me encuentro con un vacío aterrador. Eso me pasó ayer, mientras cumplía con el ritual de todos los eneros de cambiar el calendario que cuelga de uno de los piedeamigos de mi biblioteca. Miré el mes de enero del año 2015 y estaba ¡vacío!
La razón es que casi siempre compro mis calendarios cuando el mes está bien avanzado o casi ido, porque así logro pagar cincuenta centavos por el mismo calendario por el que hubiera pagado en diciembre cuatro libras. Además, me digo mientras espero que bajen los precios, en enero nunca pasa nada. Pero pasa, amiga. El problema es que uno no se acuerda.
Así que aquí estoy de vuelta, como dicen los sureños. Regreso a este blog nuestro con ganas de contar las minucias del día a día. Por lo de la memoria y el insomnio y los calorones. Pero también por otra cosa: tengo semanas leyendo a Claudia Piñeiro –Las viudas de los jueves, Betibú, Tuya, Elena sabe...— y me encanta su modo de observar las cosas pequeñas que suceden cuando uno anda por la vida sin darse mucha cuenta y estoy con ganas de escribir algo con ese tono moroso que también tiene mi admiradísimo Ricardo Silva Romero. Un texto largo que cuente una historia pequeña.
Y aquí voy a ir haciendo experimentos de ese tono y ese ritmo hasta que me suene bien y se me meta adentro como una segunda piel. No soy buena contando despacio cosas que prefiero que pasen más bien rápido. Pero —¿será la edad?— he estado descubriendo últimamente que escribir no es otra cosa que detener el tiempo, parar el mundo. No para bajarse, que renunciar no es la idea, sino para tener la oportunidad de ir por partes, como se dice. Dividir en pedacitos el día, la hora, los minutos. Y detenerse a mirar. Construir un marco y ralentizar. Imaginar una cámara lenta que nos permita extraer algún tipo de sustancia.
Nada de moralejas ni de consejos útiles para la vida. Bastante hay ya de autoayuda en el mundo. Más bien presencia: imaginar nuestra presencia en el mundo y saborear cómo suena, probar qué palabras se ajustan mejor y cuáles sobran o retumban con un sonido hueco. Eso, nada más. Contar el mundo con las palabras que a uno le gustan más. Sólo eso.
Tendrás que soportarme otra vez, amiguísima.
Te abrazo fuerte,
r