lunes, 23 de abril de 2012

Te regalo un inicio de libro


Amiga,

Hoy es el día internacional del libro. Hay cantidad de iniciativas en todas partes para regalar libros y hacerlos circular. Entre ellas vi algo que me entusiasmó en el blog Moleskine Literario. Se trata de "regalar" a los potenciales lectores las primeras líneas de distintos libros, para animar a la gente a buscarlos y seguirlos leyendo.

Me parece una idea tan buena que aquí va mi contribución. Las primeras líneas de Océano mar, de Alessandro Baricco (Trad. de Xavier González Rovira y Carlos Gumpert):

"Arena hasta donde se pierde la vista, entre las últimas colinas y el mar –el mar– en el aire frío de una tarde a punto de acabar y bendecida por el viento que sopla siempre del norte.
La playa y el mar.
Podría ser la perfección –imagen para ojos divinos–, un mundo que acaece y basta, el mudo existir de agua y tierra, obra acabada y exacta, verdad –verdad–, pero una vez más es la redentora semilla del hombre la que atasca el mecanismo de ese paraíso, una bagatela la que basta por sí sola para suspender todo el enorme despliegue de inexorable verdad, una nadería, pero clavada en la arena, imperceptible desgarrón en la superficie de ese santo icono, minúscula excepción depositada sobre la perfección de la playa infinita. Viéndolo de lejos, no sería más que un punto negro: en la nada, la nada de un hombre y de un caballete." 

Es uno de los mejores inicios de textos que he leído en mucho tiempo.

¡Feliz día de los libros!

Cariños,
r

sábado, 14 de abril de 2012

¡Pasitas!


Amiga,

Hace una semana se me acabaron las pasitas y, por alguna razón que no termino de entender, cada vez que voy al abasto me olvido de comprarlas. Hoy quise prepararme un cous cous adornado de pasitas y me acordé otra vez que no tengo y no me quedó otra que comerme mi cous cous pelado, con un chorro de aceite de oliva como única y escueta compañía. Y aunque no quiero salir a la calle hoy, porque está nublado y hace diez grados afuera y estoy leyendo sin más ánimo de exteriores, ya anoté en la libreta que tengo en la puerta de la nevera: ¡pasitas!

Así, con todo y sus signos de admiración, la palabra pasitas pegada en la nevera me revela sin querer un rasgo de mi identidad transhumante. Las pasitas me recuerdan a mi abuela Julia, dominicana de nacimiento y venezolana a medias, arrastrando siempre su acento caribeño, y preparando pastelitos con carne molida aderezada con muchas pasitas. O el helado de ron con pasas que hacía en su máquina de hacer helados: el más rico que he comido jamás. También me recuerdan a mi mamá, que en diciembre prefiere los bollos a las hayacas, pero eso sí, con muchas pasitas. Mi mamá que se ufana de comer en la noche sólo yogurt con cereal, envenenado por supuesto con puñados glotones de pasitas, “para la dieta”.

Pero ese recordatorio en la nevera también me hace pensar en las comidas que he aprendido a preparar desde que vivo afuera y que me gustan tanto como mis viejos platos de siempre. El cous cous que comí por primera vez en el barrio latino de París, sentada en una mesa al aire libre, con Eleonora y María Julia. La cacerola de cordero, que preparo con una salsa que compro lista en el supermercado y a la que lo único que le agrego de mi propia cosecha es pasitas. La meto en el horno por un par de horas y parece como si hubiera pasado el día entero cocinando. La majadara, que aprendí a preparar con una receta del periódico del domingo y que ahora hago con mi toque dulzón personal: pasitas.

En fin, amiga, el ingrediente más simple y más delicioso: una uva pasada, me ha acompañado en la tierruca y en el destierro. En Venezuela compraba siempre la misma marca, porque aprendí de mi abuela que esas eran las únicas que valían la pena, esas que vienen en una caja roja con una señora sonriente cargando en una cesta racimos infinitos de uvas frescas. Aquí las venden en distintos tamaños y colores. Al principio sólo las compraba oscuras y pequeñas, porque eran las que más se me parecían a las nuestras. Pero con el tiempo he aprendido a comprarlas rubias, morenas, más grandes o más pequeñas, solas o combinadas. Todas son riquísimas.

Espero que esta perorata sin ton ni son, que te escribo sentada en la mesa de la cocina para reconocer la deuda que tengo con las pasitas, me sirva para acordarme de comprar un buen paquete cuando vaya al abasto mañana.

Te mando un abrazo apretado y dulce como una pasita,

r

viernes, 6 de abril de 2012

El mes más cruel


Amiga,

T.S. Eliot escribió a principios del siglo XX un poema que han traducido al español como “La tierra baldía”, pero que yo traduciría como “La tierra devastada”. El poema empieza con una de las frases más citadas en la historia de la literatura: “Abril es el mes más cruel...” Y aquí está otra vez abril, amiga. El más cruel de los meses. Durante mucho tiempo no entendí por qué el mes en el que realmente empieza la primavera podía ser visto como un mes cruel. Pero ahora entiendo un poco.

Este es el mes en el que toda esperanza se levanta. Y es también el mes en el que toda esperanza cae, se rompe, se vuelve astillas, se disuelve. Es el mes en el que el sol se empieza a quedar por más tiempo en el horizonte y los días largos nos hacen esperar con emoción creciente el verano que viene, comenzar a hacer planes otra vez. Si fuéramos osos, este sería el mes en que saldríamos de las cuevas. Pero también es el mes en el que el frío que persiste, la nieve que cae de pronto cuando ya no la esperábamos, nos avisan que tal vez haya que posponer los planes un mes más.

Esta mañana estuve con ganas de escuchar esa canción que oí miles de veces cuando era una adolescente: “Acuérdate de Abril”. ¿Te acuerdas? La cantaba Amaury Pérez, a quien vimos cantar en el Aula Magna hace siglos. La compré en iTunes y la hice sonar varias veces mientras desayunaba solita. Lyo está de viaje y he recuperado las mañanas lentas en las que no tengo apuro alguno de hacer nada. Pero me puse triste y no tengo ganas de estar triste aunque el tiempo afuera está encapotado y llueve menudo.

Tengo más bien ganas de pensar en el lado luminoso de abril. En un abril que sea más leve, menos cruel. Un abril que me prometa horizontes limpios y futuros abiertos. Por eso me he puesto a escuchar una música liviana –Charlene Soraia– y me he obligado a terminar un cuento que sigue a medias, pero va en camino. He puesto sobre mi mesa los libros de Baricco que me llegaron por correo esta semana y me he prometido leer sin pausa en la tarde, salir a caminar si el tiempo me lo permite, y ver en la noche una película de Almodovar que tengo pendiente desde hace semanas. Y así va mi abril, amiga.

Ah! Y me corté el pelo para cambiar a un look más veraniego. Sólo falta el sol... pero ya vendrá. No le queda otra.

Te mando un abrazo leve,

r