sábado, 12 de marzo de 2011

Tsunami del alma

Amiga,

Ayer estaba sentada traduciendo el fragmento de un texto de Margaret Atwood que se llama —qué coincidencia— “Malas noticias” cuando me dio hambre y bajé a prepararme algo de comer y escuché en la radio la noticia del terremoto y el tsunami en Japón. No quise ver las imágenes en ese momento, pero las voces en la radio sonaban de verdad preocupantes.

En la noche me senté frente a la tele y me quedé paralizada y horrorizada mirando aquella ola negra que arrasaba todo. Uno se queda en vilo ante una cosa como esa. No es posible ni siquiera imaginar el sufrimiento y la angustia de la gente que estaba ahí, en ese momento, tratando de escapar o rindiéndose ante un fenómeno de la naturaleza superior a cualquier esfuerzo humano.

Hoy las noticias están llenas de fechas y cifras, de cálculos acerca de la gravedad de la explosión de una planta nuclear. Todos hablan de los esfuerzos de rescate y de coordinar el trabajo pendiente que implicará volver a poner todo en marcha en ese país de la eficiencia llevada al extremo. Pero no hay ningún número que pueda dar cuenta de un sufrimiento que tiene dimensiones de catástrofe.

Mientras se me salían las lágrimas viendo el drama que avanzaba con esa ola negra no pude evitar recordar el deslave de Vargas, que también tuve que ver en la pantalla de un televisor, en el apartamento helado en el que vivíamos en Londres. Y no hay diferencia entre la angustia que sientes por los tuyos y la que sientes por cualquier otro ser humano, donde quiera que esté, que sufra una catástrofe como esa.

Anoche nevó y hoy amaneció todo helado. Una capa blanquísima cubre todas las cosas, porque el invierno no se quiere ir. Y hay una paz y un silencio alrededor, como si no pasara nada en ninguna parte. Pero yo sigo con el radio prendido escuchando las noticias, ahora mismo mientras te escribo. Como si ese estar pendiente fuera una forma de solidaridad. Como si tratar de estar enterada de la última noticia enviara al universo una señal: estamos aquí, seguimos vivos.

Te mando un abrazo blanco y negro,
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