martes, 29 de mayo de 2012

Lección bajo el sol


Amiga,

Hizo un sol radiante en el reino durante una semana. Ya hoy está nublado, pero eso era de esperar. El sol no dura mucho por estos lados. Sin embargo, esos días de sol fueron suficientes para que mi gato y yo construyéramos un ritual para celebrar las mañanas claras.

Justo después de desayunar, el Gussi se para en la puerta y maúlla bajito. Es su manera de pedir que lo dejen salir. Yo agarro mi taza de te con leche y abro la puerta, bajo los escalones que dan al patio de tendido y me siento en el último peldaño. Gussi me sigue despacio, oliendo primero el aire para estar seguro de que no hay peligro, y se sienta en el primer escalón.

Después de revolcarse un rato y arrastrar sus uñas por el cemento se echa a contemplar el mundo. Mira los pajaritos, sigue algún rastro con la nariz húmeda y después se queda quieto aceptando el calorcito como una bendición. Yo lo imito mientras termino de tomarme el primer te de la mañana. Los dos parecemos un par de lagartos estáticos.

Y así pasamos largos minutos mirando el cielo, las matas, las hojitas secas que corren de acá para allá. Por un rato podemos olvidarnos de los tratamientos y de los consultorios de veterinarios. Por un rato no existe la amenaza de la ceguera y mi gato no me mira como si yo fuera su enemigo. El tiempo se detiene y los dos estamos quietos y solos.

En esas largas pausas, en las que sólo existimos mi gato y yo echados en una escalera rugosa bajo el sol, he aprendido una lección de vida, simple pero eterna: cada instante cuenta. Si hay sol, mejor.

De pronto Gussi salta como urgido por un resorte interno. Esa es la señal de que el baño de sol se acabó. Yo confío en sus tiempos y entro con él a refugiarme en la sombra.

Ese es el ritual que construimos, amiga. No sabemos cuánto va a durar pero lo repetimos cada vez que podemos. Hoy no, porque el tiempo amaneció frío y Gussi está recuperándose del último viaje al veterinario. Pero ya habrá otro día con sol. Y tal vez mañana mi gato ya no me mire con furia por hacerlo sufrir.

Te mando un abrazo soleado,
r

lunes, 21 de mayo de 2012

Viajar demasiado


Amiga,

Hace días que debí haberte escrito para contarte del viaje a Tenerife que hicimos a finales de abril. Y, sin embargo, ya pasamos de largo por la mitad de mayo y yo he estado aquí pasmada bajo el frío del polo sin poder articular ni una palabra. Pero hoy hace sol y el recuerdo de Tenerife me asaltó desde esta mañana y quise sentarme a contarte de sus calles tan similares a las nuestras, de sus ciudades que parecen una extensión de Chacao o Altamira o los Palos Grandes.

Y en efecto me senté a mirar fotos para ver si te armaba una historia en la que no apareciera que me robaron mi monedero, sacándolo de la maletera del carro que alquilamos sin dejar ningún rastro. Quería recordar solamente el lado luminoso, las playas de arena negra, las piscinas naturales que se llenan de agua de mar cuando sube la marea, los interminables sembradíos de cambures, que allá llaman plátanos; el paisaje lunar al pie del Teide, el volcán que domina la isla.

Quería revivir la imagen de los atardeceres nítidos que tanto me recordaron las tardes en Margarita, el paseo que hicimos en Santa Cruz en domingo de mercado, por calles tomadas por vendedores ambulantes. Quería acordarme de las ganas que tuve de quedarme para siempre leyendo en la biblioteca pública que está abierta las veinticuatro horas del día y puede usar todo el mundo, sin restricciones de ningún tipo. Y de las arepas con queso blanco que comimos ¡dos veces!

Pero los recuerdos de Tenerife se me juntan con los de Besançon, de donde llegué hace unos días y la memoria se me atiborra. Se me juntan las playas con los parques, el Atlántico con el río Doub, que corre inmenso a media cuadra del apartamento donde nos quedamos. El mercado “biológico” de la plaza de Besançon que recorrimos dos veces el domingo pasado se me solapa con los tarantines de los cubanos escandalosos que vimos en Tenerife. Se me mezclan las aceras, los árboles, las palomas, los faroles y los puentes, como si se tratara de restos de una película mal editada.

Así que amiga, te quedo debiendo dos viajes. Y todavía me falta ir a Barcelona. ¡Qué agobio!

Ya sé que no suena bien andanrse quejando de viajar demasiado. Sobre todo cuando quienes te leen pueden estar interesados precisamente en ese tema. Hace unos días descubrí que las entradas más leídas de este blog nuestro son las que hablan de viajes. Con seguridad debe haber un motor de búsqueda que mete en la lista entradas de blog como las mías cada vez que alguien teclea el nombre de una ciudad o de un lugar dentro de una ciudad. Por ejemplo el Louvre.

Gracias a las estadísticas que generosamente acumula el servidor de blogspot, ahora sé que mi entrada sobre el Louvre en un santiamén ha sido leída –o visitada, al menos– por más de ¡dos mil lectores! Y todas las entradas en las que cuento recorridos por ciudades o por sitios diversos tienen entre quinientas y mil visitas, incluyendo la historia de aquella caminata que hicimos el año pasado por los canales. 

¿Será que debo dedicarme a escribir reseñas de viajes? Si me pagaran por eso sería maravilloso. Pero de gratis me da como fatiga. De todos modos, te prometo un recuento minucioso del recorrido que haga esta vez por Barcelona.

Pero hace sol, amiga, y como ves el buen clima no me pone muy elocuente. Así que dejo esta perorata boba hasta aquí.

Te mando un abrazo incoherente,

r

martes, 8 de mayo de 2012

Demasiado odio


Amiga,

Entre la tarde de ayer y la mañana de hoy he estado leyendo los miles de comentarios que ya circulan en la red sobre el documental “Caracas:ciudad de despedidas”. Gina me había mandado el vínculo temprano pero lo dejé para mirarlo con calma mientras almorzaba. Lo primero que sentí –sin pensarlo mucho– era que me había desacostumbrado al acento de los niñitos caraqueños. No pensé en lugares sociales, sino en edades. Le di clases a adolescentes como esos durante casi veinte años y sé por experiencia que la gran mayoría, sin importar su origen, hablan con el mismo tono, los mismos modismos, las mismas frases entrecortadas o disueltas.

Después leí los comentarios que aparecen en Youtube, junto al video. Y ahí se me comenzaron a parar los pelos de punta. Porque lo que importa no es lo que el video dice o deja de decir. Lo terrible es la reacción que ha generado. La violencia nada encubierta que se expresa en insultos y en un desprecio que parece largamente macerado. Es lo que han insistido en señalar algunos de los comentaristas, como Rafael Osío Cabrices o Eduardo Sánchez Rugeles. Sin embargo, el texto que creo que trata de entender mejor las dimensiones emocionales del grito, de la angustia, que expresan los jóvenes que se despiden de Caracas es el de Milagros Socorro.

Comparto esas ideas, porque llaman a la reflexión y a la serenidad. Pero me preocupa algo que siento que está más allá de la polémica que sigue en la red mientras escribo estas líneas que siento urgentes. Me preocupa el modo como el imaginario del destierro se está llenando de zonas de honor y deshonor. Irse es odiar. Quedarse es querer. Esas cómodas polaridades. Porque si llevamos al extremo ese razonamiento sólo es posible concluir que los que se van no hacen falta y –lo que es peor– no es necesario que regresen.

Volver es el deseo de todo desterrado. Es un sueño que pocas veces se cumple, porque cuando te vas todo cambia y te vuelves un ser desgarrado que ya no pertenece a ninguna parte. Pero el lugar de origen siempre está ahí como una promesa. Es ese sitio que conservamos en la memoria como el espacio en el que alguna vez fuimos enteros y al que alguna vez vamos a poder regresar para completar el ciclo obligado del exilio. Y en medio de ese desgarro vivimos los que padecemos esta angustia de no estar.

Eso es precisamente lo que he querido contarte en la larga correspondencia que es este blog nuestro. He querido contarte el dolor del desarraigo, para contrarrestar de algún modo esa imagen alegre del que se va para vivir mejor y olvidarse de todo sufrimiento. Y este video no sólo ha vuelto a poner sobre la mesa la idea del desarraigo feliz, sino que ha generado una reacción violenta de los-que-se-quedan que parece gritarnos: ¡No vuelvan!

¿Qué hacer ante ese grito? Esa es la pregunta que me asalta hoy. No quiero tomar posición sobre la validez o no del video. No creo, en todo caso, que ese sea el punto. Creo que en este momento lo que asombra es que la división que existe en el país no necesite demasiados motivos para estallar. Y ante ese estallido los que estamos afuera nos sentimos cada vez más ajenos. Porque en medio del desgarro del exilio, si algo hemos tenido es tiempo para pensar, para tomar distancia y para buscar una forma de entender lo que pasa. Pero toda la reflexión del mundo no nos da para entender que se pueda vivir de manera permanente en ese estado de crispación.

Venezuela parece hoy un país a punto de estallar. Los odios están tan a flor de piel que no resulta difícil imaginar a Caracas en llamas, como una Sarajevo suramericana. Esa es la imagen con la que anoche me dormí. Esa es la imagen que me hizo despertar en medio de una pesadilla ruidosa esta mañana. Esa es la imagen con la que te escribo esta angustia de hoy, amiga. La imagen de una ciudad destruida por un odio ciego.

¿Cómo vamos a volver a esas ruinas?

Te mando un abrazo destrozado,
r

lunes, 7 de mayo de 2012

De regreso del mar


Amiga,

Acabamos de llegar de Tenerife. Espero tener ánimo de echarte el cuento con calmita en los próximos días. Mientras tanto, te dejo aquí una foto del cielo azul sobre el mar más azul, tomada desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife... pensando en ti.

Te mando un abrazo marino,

r