martes, 30 de diciembre de 2008

La fiesta del fuego

Amiga,

Ayer fuimos a la procesión de las antorchas. Es un desfile que abre oficialmente el Hogmanay, la fiesta de fin de año de Edimburgo. Como no estoy de ánimo para notas largas, te hago el recuento con fotos tomadas por Lyo...


La ciudad está llena de luces. Hay una feria de cuanto aparato de diversión de puedas imaginar. Carritos, ruedas, pistas de patinaje sobre hielo...


...hasta una lectora de cartas de tarot en su carromato!


La procesión de las antorchas comienza en la Royal Mile, la calle más antigua de Edimburgo. Recorre Princes Street y sube a una colina que se llama Calton Hill.


Al final de la larga subida se enciende una gran fogata. Es el año viejo que se vuelve humo y cenizas...


...y la despedida es con fuegos artificiales!

La pasamos de lo mejor, a pesar del frío. Ahora nos queda la víspera de año nuevo, que es LA FIESTA! Si estoy de ánimo te escribo un cuento largo... si no, te cuelgo fotos que, como dicen, valen más que mil palabras.

Un abrazo,
r

domingo, 21 de diciembre de 2008

Solsticio de Invierno


Amiga,

Hoy, en este lado del mundo, es el día más corto del año y la noche más larga. A partir de mañana habrá cada vez más luz en el cielo del norte. Buen momento para pensar en el futuro y para abrigar esperanzas.

Más allá de cualquier fiesta religiosa, los hombres han celebrado este acontecimiento por miles de años. Porque representa el inicio de un nuevo ciclo de vida.

¡¡Que el solsticio de invierno te dé energías para seguir adelante!!

Te deseo de todo corazón a ti y a los improbables lectores de este blog.

Cariños,
r

viernes, 19 de diciembre de 2008

Au revoir Paris



Amiga,

Estamos de regreso en Edimburgo. Fue un largo viaje y te debo el cuento entero. Por ahora sólo te dejo esta foto de la catedral de Notre Damme que tomé el último día antes de viajar. París estaba nublada y fría. Aún así, cientos de turistas tomaban fotos en la plaza. Yo me acerqué con mi cámara a tratar de llevarme conmigo una última imagen para el camino. Y también a despedirme.

Entré a la catedral a prender una vela. Es un ritual que hemos seguido en los últimos años cada vez que vamos a París y –por esta vez- lo hago yo sola para mostrar mi agradecimiento y pedir por un buen regreso a casa. Para una declarada atea como yo éste es sin duda un ritual contradictorio. Supongo que es una de esas contradicciones con las que he aprendido a vivir.

En realidad, siento este ritual como un gesto de esperanza y no de fé religiosa. Encender una vela frente a la imagen de una mujer que sostiene un niño en sus brazos, en un inmenso edificio que tiene más de mil años y que ha sobrevivido a guerras, hambrunas, pestes, genocidios... es para mí un tributo a la capacidad humana de perseverar, de luchar contra toda esperanza por una vida mejor. Aquí, en la tierra.

Además está el fuego. Encender una luz tiene connotaciones que en mí resuenan más del lado de la razón, de la capacidad de comprender y de actuar sobre el mundo que nos rodea. La luz es también –otra vez- esperanza. Pero es sobre todo un signo del ingenio humano, de nuestra capacidad de conquistar los fenómenos naturales y robarle el misterio a lo desconocido para apropiárnoslo y ponerlo a funcionar para nuestro provecho. En el fuego se puede resumir la historia toda del género humano. Aquí, en la tierra.

Al salir de la catedral, en medio de una multitud de turistas, pensé que la próxima vez que venga –porque siempre se vuelve a París- voy a ser más una visitante que una turista. Esta ciudad que tiene una historia de al menos dos mil años no me va a recibir con indiferencia la próxima vez. Voy a recorrer esas calles con otros ojos y voy a saber exactamente qué quiero volver a ver y qué he dejado pendiente. Aún así, sentí una tristeza inmensa. Una nostalgia anticipada. No me gustan las despedidas.

...


A pesar de todas mis críticas, voy a extrañar París. Sobre todo en días como éste en el que te escribo desde la cocina de la casa, mirando por las ventanas el viento y la lluvia desatados en una tormenta que lleva ya un par de horas y no tiene intención de amainar.

Un abrazo,
r

martes, 9 de diciembre de 2008

¡Ateos!


Amiga,

Una de las noticias que más me ha llamado la atención en estos días ha sido la campaña publicitaria que están haciendo los ateos en distintos lugares del mundo, justo en este momento en que se supone que todos deben celebrar el nacimiento de la encarnación humana del dios cristiano.

La campaña consiste en instalar por un tiempo un eslogan no religioso en los autobuses de ciertas ciudades. En los rojos londinenses se va a colocar el eslogan “There's probably no God. Now stop worrying and enjoy your life”, que puede traducirse como “Posiblemente no hay dios. Así que deja de preocuparte y disfruta tu vida”. Ya han recogido el dinero que necesitan para un mes de avisos y mucho más a través de una página web. En Washington, los autobuses se pasearán con la consigna “Why Believe in a God? Just be good for goodness sake”, que en español sería algo como “¿Por qué creer en un dios? Sé bueno por amor a la bondad”. También allá están recogiendo fondos vía internet.

Me parece bien interesante la idea de los anuncios “ateos”. Según entiendo el tema surgió a raíz de una campaña religiosa que se llevó a cabo en los autobuses del Reino Unido. En esa campaña, que se desplegó el año pasado, los promotores ofrecían el infierno y demás penalidades a los no creyentes. De ahí surgió la idea de usar el mismo medio para hacer un comentario sobre la posibilidad de dejar de temer a un ser sobrenatural que castigaría la falta de fé en el más allá. La primera promotora de la idea fue una periodista del periódico The Guardian llamada Ariane Sherine. Luego, un conocido biólogo británico, Richard Dawkins, defensor de la teoría de la evolución, se incorporó a la campaña y de ahí el asunto despegó hasta lo que es ahora: una especie de pequeño escándalo.

Escándalo para algunos periodistas y medios que se han dedicado a burlarse del asunto o a considerarlo una de esas notas curiosas que se utilizan para cerrar con un tema liviano un noticiero cargado de malas noticias. La reacción me parece, en sí misma, una muestra de por qué hay que insistir –en este mundo lleno de fanáticos- en mantener presente y visible la posibilidad de no creer.

Como sabes, la religión o la ausencia de ella no es un tema del que me guste hablar, porque todo creyente imagina que cualquiera que piense diferente y lo exprese de manera abierta sólo quiere convencerlo de que su fé no es la correcta. Cuando se tiene una mentalidad construida sobre las leyes del fanatismo todo pensamiento distinto es, por su sola existencia, una amenaza. El fanático imagina el mundo como una serie sucesiva de ‘fanaticadas’ –si me permites la expresión fuera de lugar. Al fanático le resulta imposible concebir que alguien piense diferente y que además al no creyente le importe realmente muy poco convencer a otros de las bondades de la falta de fé.

Tal vez por eso, aunque la idea de la campaña me parece interesante, me cuesta digerir el principio mismo de la búsqueda de adeptos. Siempre me ha parecido que un ateo debe ser lo más distante a un fanático. Si la opción que elegimos es no creer, ¿qué importa lo que crean los otros? Tal vez la función de este tipo de campaña no deba ser agregar gente, sino simplemente ocupar un espacio en el horizonte cultural. Mostrar que existe una opción distinta y que de hecho hay quienes la han tomado.

A pesar de la insistencia de los medios en lo contrario, los promotores del asunto aseguran que no están buscando adeptos, sino mostrando que existe la opción de una vida sin creencias religiosas y que eso no te convierte en un ser antisocial. Por eso proponen el lema de ser bueno por amor a la bondad misma. Pero ahí está precisamente mi objeción. Me parece incongruente el argumento de que si alguien no le teme a un dios, entonces, casi como consecuencia directa de la falta de fé, mañana va a salir a hacerle daño a alguien, porque la maldad se va a apoderar de él de inmediato. Si rebatimos esa lógica absurda con la razón contraria –seamos buenos sin necesidad de creer en un dios- sólo estamos aceptando las mismas reglas del argumento sin salirnos de él.

Una campaña de ateos convencidos de su falta de fé (valga la contradicción) debería centrarse más bien en disociar completamente la idea del bien de la idea de dios o de la bondad como sinónimo de la fé religiosa. Separar, como en efecto están separados, los órdenes ético y metafísico. No se mata, se tortura, se bombardea o se declara la guerra por falta de creencias.

Muy por el contrario, los actos más infames que se conocen en la historia de la humanidad se han cometido en nombre de algún dios o de alguna convicción vecina a la fé: como la superioridad de una raza sobre otra o aberraciones parecidas. Pero ése no es el punto. El punto es que nadie es “bueno” o “malo” porque crea en éste o aquél dios o porque no crea en absoluto en ningún ser sobrenatural.

Del mismo modo, asumir que si dejamos de creer en un dios vamos a llevar una vida con menos preocupaciones y vamos a poder “relajarnos y disfrutar” es francamente una inocentada que da vergüenza ajena. Con dios o sin dios la vida cuesta, es complicada, es dura, es difícil. Y esperar o promover lo contrario es, cuando menos, una soberana inmadurez. Pero además, el concepto mismo de “disfrutar” la vida no parece estar reñido con ninguna creencia en particular. Nadie necesita el permiso de su dios o de su ausencia de dios para reír, para compartir con quienes ama o para burlarse de la existencia. Por suerte.

Así que creo que los ateos del mundo -¡uníos!- deberíamos empezar a proponer avisos menos simplistas para estas campañas. Algo que en lugar de reforzar las falsas dicotomías morales de los creyentes, proponga con una pizca de humor un modo distinto de mirar el problema. Como, por ejemplo:

-HEMOS ELEGIDO NO CREER. NINGÚN DIOS VA A CASTIGARNOS-

O variaciones del mismo tema... ¿no te parece?

Sin fé, pero con esperanza, te abraza
r

martes, 2 de diciembre de 2008

Eliza en El Salmón


Amiga,

¡¡Qué gusto ver tus poemas publicados!!

Desde que me diste a leer Variaciones no estables del hablante 5972, yo me he vuelto fan número uno de tu nuevo libro. Publiqué alguno de tus poemas en una entrada vieja y me quedé con ganas de mostrar algo más. En espera de que se publique el libro entero, tus lectores y los míos pueden ver aquí la selección hecha por la Revista de Poesía El Salmón. De ahí he tomado la foto que encabeza esta nota donde sales ¡regia!

Gracias por dejarme anunciarlo aquí.

Te mando un abrazo grande, con alegría por ti,
r

lunes, 1 de diciembre de 2008

El Barrio Chino

Amiga,

En estos días comencé a subir fragmentos de un texto viejo a un nuevo blog que está anunciado aquí al lado. Desde que comencé a escribirlo lo llamé "El Barrio Chino", pensando que era un texto que escribía sólo para mí, que no iba a publicarlo de ningún modo y que, por lo tanto, no tenía que imaginar un título más atractivo o sofisticado. Con el tiempo se fue quedando así y ya no encuentro otro modo de nombrarlo.

Poco a poco va a ser evidente que el personaje de La Nena está inspirado en ti. Todos los demás personajes son imaginarios, menos Guillermo y Rebeca. No sé si te acuerdas de Rebeca. Era una mujer gruesa y bajita, vestida de cuanto trapo encontraba en los basureros, que vivía en los pasillos de la UCV desde mucho antes que nosotros estudiáramos ahí y que seguramente siguió gritando su historia por los pasillos mucho después de que nos fuimos.

Decían que se había vuelto loca porque la torturaron durante los setenta, cuando la pacificación de la guerrilla. La primera vez que la vi estábamos en una clase de diagramación, en uno de esos salones de la planta baja que tenían ventanas grandes abiertas a los jardines que dan a la tierra de nadie. Por una de esas ventanas apareció Rebeca gritando, en medio de subidas palabrotas, un cuento que nadie entendía. De pronto, metió la mano para agarrarle el pelo a una de las estudiantes que estaba sentada cerca y la sacudió con tal fuerza que su cabeza rebotó contra las rejas y todos nos paramos a rescatarla. Después supimos que hacía eso cada vez que veía a una muchacha de pelo claro, porque había sido una mujer catira la que le había contado a la policía que ella vivía con un guerrillero.

Estuve tentada a cambiarle el nombre cuando mataron a mi hermana, que también se llamaba Rebeca. Pero luego pensé que no sería justo. Rebeca sería otra con un nombre distinto. Igual como mi hermana sería otra si le cambiara el nombre.

Sobre Guillermo no tengo que decirte mucho. Estudiaba matemáticas. Vivía en el 23 de Enero. Lo conocimos por William, pero luego se volvió nuestro amigo y todos lo queríamos. Lo mataron -si no recuerdo mal- unos funcionarios de la policía militar. Aunque su muerte fue real, la historia que cuento es totalmente inventada.

No sé por qué creo que esta aclaratoria es importante. Tal vez porque tengo la secreta esperanza de que estas líneas despierten la curiosidad de algunos de los improbables lectores de esta correspondencia no tan íntima entre tú y yo.

Ojalá a ti también te parezca interesante.
Un abrazo,
r

lunes, 24 de noviembre de 2008

A trabajar!

Amiga,

Por lo que se sabe a estas horas, la oposición ganó en las gobernaciones previstas. No he revisado con detalle las cifras de las alcaldías o las asambleas regionales, pero parece claro que el gobierno ya no está sólo y deberá escuchar a gobernadores y alcaldes de la oposición.

Entre los textos más claros y precisos que he leído hoy está el editorial de Tal Cual, que escribe Teodoro Petkof. Te copio abajo una parte, porque creo que resume bien el balance que la oposición puede sacar de estas elecciones:

Con los triunfos en Caracas, Miranda, Zulia y Nueva Esparta, amén de los probables en Carabobo y Táchira, que reúnen un poco más de la mitad de la población venezolana y que son los centros económicos, culturales y políticos claves del país, la oposición ha dado un gran paso en el sentido de su fortalecimiento. Accede a algunos centros de acción e iniciativa política y administrativa tan significativos como para que se pueda afirmar que el perfil político de la República ha experimentado una nada desdeñable modificación positiva. Es un triunfo de la estrategia democrática y electoral, el triunfo de la búsqueda infatigable de un clima de tolerancia y respeto, del empeño en hacer un país que supere la polarización y la división brutal que lo han desgarrado durante tantos años. Haber ganado en estos estados y en un gran número de alcaldías, incluyendo muchas de capitales de estados y de ciudades importantes, ha sido una derrota de la prepotencia, de la arrogancia, del desprecio por los que opinan distinto, de la política entendida como agresión, insulto y ofensa al adversario.
(...)

Ya habrá tiempo para interpretar los resultados completos. Por ahora, la capital de la República y el estado Miranda, en el cual la mitad de la capital está situada, pasan a ser gobernadas por dirigentes de la oposición. Zulia, el estado más importante del país, continúa en las mismas manos y Maracaibo, la segunda ciudad del país, fue recuperada por la oposición. Ahora veremos si Hugo Chávez es capaz de prescindir de su compulsión excluyente e insultante y puede asimilar la idea de que existe una mitad del país que rechaza el proyecto personalista, autoritario, autocrático y militarista que él encarna y que esa mitad del país le ganó el centro político más importante de la República. (...)

También la prensa internacional ha destacado la importancia de los estados que la oposición ganó. El País de España titula y encabeza su noticia sobre las elecciones de una manera que me parece que enfatiza que, en este caso, no es la cantidad sino la calidad lo que cuenta. Te pego abajo un resumen de la noticia, con todo y su título:

El partido de Chávez gana en la mayoría de Estados,
pero pierde los más poblados y Caracas


La oposición se ha impuesto en cinco regiones: Zulia y Miranda, las más importantes del país, Nueva Esparta, Táchira, y Carabobo.- Gana, además, la alcaldía de Caracas.- Chávez recupera Trujillo, Aragua, Guárico y Sucre de manos de sus disidentes

Caracas - 24/11/2008
El presidente venezolano Hugo Chávez ha proclamado hoy la victoria de su Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en las elecciones regionales, al imponerse en al menos 17 de los 22 Estados que celebraban comicios, según los resultados provisionales. No obstante, ha perdido en las importantes regiones de Zulia y Miranda, las más pobladas del país. Además, la oposición se ha impuesto en la Alcaldía Mayor de Caracas. (...)

La oposición mantiene los Estados de Zulia, región petrolífera, y de Nueva Esparta, que ganó hace cuatro años, pero arrebata Miranda, que engloba varios barrios de la capital, al partido de Chávez. Por su parte, el PSUV, fundado por el presidente venezolano, recupera Trujillo, Aragua, Guárico y Sucre, hasta ahora en manos de disidentes del chavismo, y mantiene Barinas, tierra natal del mandatario y donde se presentaba su hermano, Adán Chávez.

Zulia y Miranda están considerados como los más importantes del país por su peso económico, su población, que suma más de 6,6 millones de habitantes de los 28 millones que tiene Venezuela, y unas posiciones estratégicas. La oposición también ha vencido en los estados de Táchira, chavista hasta el momento, y Carabobo, feudo hasta ahora de un disidente del chavismo, según han informado fuentes locales. Así, de confirmarse los resultados provisionales, la oposición se hace con el Gobierno de cinco estados (Zulia, Miranda, Nueva Esparta, Táchira y Carabobo), por 17 del oficialismo. Hasta ayer, los opositores sólo controlaban dos regiones.

De poco ha servido la agresiva campaña de Chávez en los últimos días previos a las elecciones, en las que llegó a amenazar con las armas a la oposición, además de lograr la inhabilitación de muchos de ellos. Chávez intentaba con estos comicios resarcirse del revés de hace menos de un año, cuando se rechazó en referéndum su proyecto constitucional. Llegó a decir Chávez que "perder al menos tres gobernaciones en estas elecciones resultaría una derrota para el Gobierno nacional".
(...)


Ahora –digo yo- falta esperar que la oposición administre estas victorias como es debido y se dedique a resolver los problemas de manera eficiente. Hay que suponer que, a estas alturas, ya han aprendido que los espacios políticos se ganan haciendo una buena gestión y trabajando por mejorar las condiciones de vida de la gente. Y que no es a punta de declaraciones de principio en contra de Chávez como van a seguir creciendo. Tampoco van a ir más allá si no buscan alternativas a los viejos y gastados dirigentes regionales. La oposición no ganó más gobernaciones porque en muchos estados del interior la unidad sólo se planteó como una vuelta a los obsoletos cuadros dirigentes de AD o Copei.

También hay que esperar que el nuevo mapa político implique una mayor representación de la oposición en el CNE, porque ayer los rectores dejaron mucho que desear. La dignidad ofendida de Tibisay Lucena frente a los reclamos por flagrantes irregularidades lucía tan falsa que daba pena ajena. ¿Cómo pueden, con su cara muy lavada, insistir en que los venezolanos deben confiar a ciegas en el árbitro cuando un año después todavía no conocemos los resultados finales del referendum del 2 de diciembre? ¡Francamente!

En fin, amiga, que la política sigue siendo un negocio bien sucio. Ahora sólo toca esperar que -de un lado y de otro- se dediquen a trabajar y se dejen de palabrerías y acusaciones, al menos hasta la próxima campaña electoral.

Seguimos en éstas, un abrazo,
r

domingo, 23 de noviembre de 2008

Elecciones a distancia

Amiga,

Está nevando en París y nosotros tenemos un rato largo frente a la computadora, escuchando en la radio venezolana cómo se abren los centros electorales y empiezan a votar los primeros electores. Hay muchas informaciones contradictorias sobre retrasos en la instalación de las mesas y es como comenzar a ver una película de suspenso que va a durar más de 24 horas... ¿saldrá todo bien? ¿votará todo el mundo? ¿se contarán los votos tal como fueron emitidos? ¿se sabrá hoy quiénes ganaron?

Estuve buscando entre los artículos de opinión de los periódicos a ver si había algún artículo, alguna columna que pudiera usar para opinar aquí por voz interpuesta. Pero no encontré nada que se acomodara exactamente a mi ánimo de hoy. No es lo mismo ver una elección tan importante como ésta desde adentro que verla desde afuera.

Me da un sentimiento de culpa horrible no estar ahí para hacer mi cola y votar con todo el mundo.
Seguiremos en esta angustia, cruzando los dedos por todos los que están allá...

Un abrazo,
r

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Sin tema en París


Amiga,

He estado mirando atentamente a mi alrededor para ver si encuentro algo interesante sobre qué escribirte. Hasta me he llevado algunos días mi libreta de notas por si se me ocurre una frase inspiradora a mitad de la calle. Pero llega un punto en el que la rutina te atrapa y la ciudad en la que vives –aunque sea París- se reduce a las tres calles que usas todos los días para cumplir con las rutinas cotidianas.

He estado considerando escribirte sobre los 'sin casa' -nosotros no usamos esa expresión, decimos mendigos ¿no?- que viven en las aceras o escondidos entre los resquicios de los edificios. Los veo todas las mañanas mientras camino por la Rue d´Ulm al Colegio de los Irlandeses. Duermen en las aceras, sobre las rejillas de las que sale un vapor que parece venir de la tierra o en el precario agujero que queda entre una jardinera abandonada y la fachada de un edificio. Cuando se levantan y se van a hacer lo que sea que hacen durante el día -¿pedir limosna? ¿recoger desperdicios? ¿dormir en otro lado?- dejan en el lugar un cerro de cosas dispersas y difíciles de clasificar: zapatos nonos, pedazos de trapos, periódicos, cartones. Un estropicio marrón y arrugado que indica que alguien ha tomado ya esa esquina y nadie más puede reclamarla. Pero es un tema demasiado triste.

He pensado escribirte sobre el modo como en esta ciudad remodelan o le hacen mantenimiento a los edificios. En las tres calles que uso todos los días hay al menos dos edificios tapados a los que les están reconstruyendo la fachada y es impresionante la rapidez con la que los embojotaron en andamios y grandes telas blancas. Ahora parecen momias gigantes. Uno puede imaginar que detrás de las enormes telas se realiza un complicado ritual de limpieza y restauración y que en unos meses, cuando destapen el edificio, será posible ver el milagro del cambio. Se trata de edificios que pueden tener cien años o más, así que estamos hablando de una operación delicada. Pero es un tema sobre el que mi ignorancia me impide decir mucho más.

He pensado escribirte sobre las largas colas que se hacen a medio día en la acera de enfrente de las boulangeries. Son colas de estudiantes hambrientos y con frío, que esperan pacientemente a que en el diminuto espacio de adentro le despachen a los afortunados que llegaron primero. Todos compran grandes sánduches de jamón y queso, de brie con tomates, de pollo al pesto con camemberg... las combinaciones son infinitas. También se pueden comprar las deliciosas ‘tartes de pommes’ –que son mis favoritas- o unas escuálidas ensaladas que de solo mirarlas el hambre se multiplica. Pero ¿a quién le interesa qué comen los estudiantes en las panaderías parisinas?

He hecho varias veces el intento de escribirte sobre los graffitis que hay en toda la ciudad. He tomado muchas fotos que he ido usando para distintas notas, incluyendo ésta. He intentado ordenar de algún modo las imágenes para ver si puedo construir una especie de clasificación que me permita armar un relato del graffiti parisino. Un relato que vaya desde la firma rápidamente trazada para reclamar un espacio, hasta las elaboradas imágenes de una vampiresa llamada Miss.Tic que declara en distintos dibujos su pasión por la libertad, pasando por los personajes de cine que pinta Jef Aerosol, sin dejar afuera las pintas multicolores de figuras abstractas. Pero no logro dar con el hilo que me permita unir todos los pedazos en un discurso coherente.

He considerado escribirte sobre la diminuta sala de cine que hay en nuestra Rue des Ursulines. Es un cine dedicado a películas infantiles, no sé si exclusivamente, pero eso parece. En las mañanas, y a veces también en las tardes, se apilan filas de niños enfrente, esperando que les toque el turno de entrar. Hoy, por ejemplo, vi un grupo de niñitos que no tenían más de tres años, todos abrigaditos porque el frío no perdona. Iban en una fila doble, agarrados de las manos de dos en dos, y cantaban una canción de esas que cantan los niños, con muchas repeticiones y un ritmo pegajoso. Eran niñitos de todos los tonos de piel posibles y a ninguno parecía importarle en lo más mínimo de qué color era el compañerito que tenía al lado. Pero me he prometido escribirte una larga nota sobre los cines de París y esta instantánea pertenece a esa nota.

He querido insistir en mi tema del clima. Contarte que noviembre en París no es tan frío como en Edimburgo pero es igual de triste, porque te levantas sin sol, pasas la mañana y la tarde con el cielo encapotado y te acuestas sin haber visto un rayito de luz en todo el día. Llueve menos, pero garúa con insistencia. Hace menos viento, pero las aceras y las calles parecen estar siempre mojadas y uno se hiela de abajo para arriba. Se fueron los pájaros y lo único que se escucha a lo largo del día es la campana de la iglesia más cercana dando la hora. Pero el asunto del clima me da una sensación de deja vu que me pone nostálgica.

Nada me convence. Nada da para sentarse a considerar el asunto por más de un párrafo. Así que aquí me tienes, escribiendo la típica crónica del que no tiene nada interesante que contar. Y aún así me siento en la obligación de subirte esta nota porque me parece imperdonable mi falta de tema en una ciudad como ésta en la que pasan las cosas más importantes todos y cada uno de los días.

Siempre queda la posibilidad de escribir sobre lo que uno lee en la prensa o ve en las noticias. Pero esta semana, aparte de la debacle económica y los eternos pleitos políticos –los socialistas están eligiendo líder aquí esta semana... ¡y se tiran de los pelos de lo lindo!- lo único que realmente me ha interesado ha sido una noticia difícil de digerir: la muerte de un niño británico de 17 meses a manos de su madre y de dos amigos. La noticia no es, en realidad, la muerte de la criatura, sino la condena de los responsables y la asombrosa repartición de culpas que ha circulado en los medios. La prensa llama al niño ‘Baby P’. Si quieres saber sobre el caso puedes poner ese nombre en Google y entrarás en el horror. Yo prefiero abstenerme, por ahora.

Así que nos quedamos en esto, amiga, en una nota sobre las posibles notas que no te he escrito. Espero que esta falta de inspiración o de ánimo se me pase los días venideros y te pueda contar algo que valga la pena y sea digno del escenario en que me encuentro.

Mientras tanto, recibe un abrazo,

r

jueves, 13 de noviembre de 2008

Jaqueca

Amiga,

He pasado varios días con jaqueca y sin ganas de nada en la vida. Hace un rato se me ocurrió que tal vez lo único productivo de sufrir de jaqueca es que sea posible escribir sobre ella. Alguien me dijo una vez que ése era el mal de las personas creativas y que debía servirme de consuelo que gente como Cortázar o Virginia Woolf padecieran de terribles jaquecas. La verdad es que no creo que sea mucho consuelo, más allá del hecho de que las jaquecas de esos ilustres adoloridos eran bastante peores que las mías, que son –con todo- de lo más decentes. Sólo duran tres o cuatro días y a veces responden a los calmantes.

Todo empieza con un presentimiento. Quien sólo ha sufrido simples dolores de cabeza cree que uno glamoriza la jaqueca al otorgarle una especie de halo de misterio con este asunto del presentimiento. Pero es rigurosamente cierto. Un presentimiento de dolor es a veces peor que el dolor mismo. Es un anuncio del sufrimiento por venir. Así que cuando el dolor realmente llega ya lo hemos comenzado a padecer por anticipado. Es por eso que el de la jaqueca es un dolor doble, desdoblado en sí mismo y su anuncio, su amenaza. Esta vez el anuncio me llegó entre sueños.

Estaba soñando con mis hermanas. Siempre sueño con mis hermanas, todas estamos pequeñas, todas estamos vivas y no hay sobrinos ni maridos. Pero esta vez era un sueño distinto. Rebeca me llamaba por teléfono muy temprano para recordarme que debía llevar a mis sobrinas, Alexandra y Daniela, al colegio. Y yo no podía levantarme de la cama porque me iba a doler la cabeza en algún momento y tenía que esperar el dolor acostada, con una compresa fría en la frente.

Cuando me desperté la voz de mi hermana seguía en mi oreja y el dolor era ya bastante fuerte. Hace tres días de eso y apenas estoy saliendo del lado más fuerte del ataque, pero lo que queda después del dolor es lo contrario de un anuncio... ¿cómo podemos llamarlo? ¿la tristeza de un mal presentimiento confirmado?

Lo peor de un ataque de jaqueca no es el dolor en sí, el momento preciso en el que el dolor existe y uno tiene que luchar contra él con compresas frías y pastillas. Lo peor es el anuncio del dolor que aparece antes y la especie de amarga tristeza que queda después. Una sensación de resignada aceptación de que nuestro cuerpo puede detenernos cuando él decide que no va más. Dicho de una manera menos mística, el reconocimiento triste de que somos un cuerpo que se enferma, se ‘adolora’ y se niega a responder.

Pero desgraciadamente la jaqueca no es sólo un dolor, es también un permanente estado de náusea. El estómago se te revuelve y te sientes como si estuvieras a punto de vomitar cada segundo del día. Es como si toda la repugnancia por el mundo se te acumulara en el borde del estómago de una sola vez. Tal vez por eso el ánimo con el que al final te quedas es una mezcla de tristeza y desolación. Pero también de indefinida nostalgia. Extrañas un tiempo en el que el asco no existía.

En estos días en que lo que me queda de un ataque de jaqueca es esta tristeza sin objeto, estas ganas de llorar por nada y por todo, este resto de náusea, siento que tal vez ni siquiera escribir sea un consuelo. Porque cuando la voluntad se te detiene en seco no importa que también Cortázar sufriera jaquecas. Cuando el cuerpo te duele no puedes ver más allá de ti misma. El mundo empieza y termina en tu frente que acaba de estallar. Sólo puedes esperar que cuando vuelvas a la vida haya algo interesante que hacer, algo en que pensar más allá del dolor, una buena frase que escribir.

Como esta nota confirma, no es verdad que se pueda escribir decentemente sobre el dolor. Así que la dejo hasta aquí, con la promesa de escribirte sobre un tema menos pobre la próxima vez.

Por cierto, he estado pensando que tal vez debería terminar estas notas como es debido, como se terminan las cartas, como he terminado siempre cada una de las cartas que te he escrito, despidiéndome. Así que aquí va la poco agraciada despedida de hoy:

Dolorosamente,

r

martes, 11 de noviembre de 2008

Museo del Quai Branly


Amiga,

Vuelvo a mis temas después del paréntesis político.

El fin de semana pasado fuimos al Museo del Quai Branly. Aprovechamos que era primer domingo de mes, día en que todos los museos son gratis, para ver por fin ese museo que tanto nos ha llamado la atención. Es un museo antropológico y por lo tanto pretende representar las culturas “primitivas” del planeta a través de algunos de sus objetos más emblemáticos. Lo curioso es que esta muestra de culturas primitivas se encuentra en uno de los edificios más modernos de la ciudad. Ver el edificio por fuera y por dentro es tanto o más impresionante que observar los artefactos que en él se exponen. Se trata de una competencia entre la super-modernidad de una estructura en la que la tecnología de punta es evidente con la precariedad de la madera, el barro y la paja de los artefactos primitivos de las tribus más remotas del planeta.

El espacio exterior del museo muestra de entrada el mismo encuentro que se va a dar adentro. Sobre un jardín que parece descuidadamente salvaje flota una mole multicolor sostenida sólo por unas leves columnas rojas. Al aproximarse a las puertas de entrada uno tiene la sensación de estar pasando por debajo de un enorme barco suspendido en el aire. Una vez adentro, el ingreso a las salas se hace a través de un pasillo blanco y curvo en el que se proyectan, aquí y allá, películas de paisajes naturales o personas en trajes típicos, en una especie de fusión de naturaleza con cultura que plantea -de entrada- la posibilidad de una larga digresión sobre el modo como la cultura francesa mira a sus especímenes antropológicos. Pero no hay que ceder tan pronto a la tentación de la fábula con moraleja.

El blanco camino termina en una especie de vórtice en penumbras del que parten varios recorridos posibles. Después del iluminadísimo pasillo blanco del que provienes -¿una metáfora de la luz, del saber europeo?- entras en la penumbra del mundo primitivo. Pero todavía no es tiempo de construir moralejas. Cuando te acostumbras a la estudiada penumbra y te adaptas a las instrucciones del lugar, te das cuenta de que el museo propone un recorrido geográfico que comienza por las islas de Oceanía y pasa por las culturas de Asia y África, para llegar finalmente al breve pabellón de las Américas.

Nótese que no existe siquiera la noción de comunidades europeas que puedan ser representadas en este museo de lo primitivo. Lo pre-moderno se ubica de entrada fuera de Europa y no hay un sólo indicio de que sea posible estudiar, desde una perspectiva antropológica, las culturas tradicionales instaladas en este continente que se mantienen al margen del impulso de la modernidad. Se me ocurre un ejemplo simple: los gitanos. Pero, no seamos exigentes. Aceptemos el recorrido propuesto y suspendamos la incredulidad, como si fuéramos los espectadores ideales de esta puesta en escena.

La exposición de artefactos de las miles de islas de Oceanía parece la más amplia. Está llena de objetos ceremoniales y se pueden ver videos en los que, por ejemplo, un jefe de tribu enseña a los jóvenes que se preparan para entrar en la edad adulta a hacer máscaras sobre cráneos verdaderos y con pelos reales. Esas máscaras están expuestas en vitrinas iluminadas dramáticamente para crear un ambiente misterioso o al borde de lo sobrenatural. Del mismo modo están expuestas las armas y los instrumentos de trabajo. Uno no puede menos que preguntarse cuál es el misterio de un cuchillo de carnicero o de una flecha para cazar, digamos, pájaros. Pero la puesta en escena logra su cometido y en medio de la penumbra uno termina por aceptar que lo mágico o lo metafísico, el misterio y el asombro, es consustancial con lo no europeo.

Esta sensación de traslado a otro mundo se ve reforzada ante los trajes ceremoniales con plumas, hojas de palma o intrincados diseños de los tejidos africanos. O frente a los gigantescos totems que representan figuras mitad humanas mitad animales. O ante las extraordinarias pinturas de los aborígenes australianos que, para mí, no tienen nada de primitivas y deberían estar en el Musée D´Orsay o en el mismísimo Pompidou, junto a Picasso y a Matisse.

Al llegar al pabellón americano sorprende la pobreza de la muestra. La representación más amplia es la de las tribus canadienses y norteamericanas. Las culturas del sur del Río Grande están resumidas en un puñado de países –México, Perú, Colombia, Ecuador y otra vez México- y unos pobres objetos más bien marginales. Eso sí, los poquísimos artefactos americanos están enmarcados por citas de Levi-Strauss y eso parece compensar en sí mismo la pobreza de la muestra. En esta última parte del recorrido, la voz del antropólogo francés por excelencia parece más valiosa que los objetos primitivos expuestos.

Con todo, lo que más sorprende es encontrarse de pronto con objetos que son de uso cotidiano hoy, en cualquier rincón del mundo. Encontrar, por ejemplo, trajes que utilizan las mujeres hindúes o africanas, no sólo en Nueva Delhi, Calcuta, Dakar o Nairobi, sino en las mismas calles de Londres y París. Ahí es cuando comienzas a preguntarte dónde traza este museo el límite entre lo ‘primitivo’ y lo simplemente no europeo. La sofisticada puesta en escena del museo no permite detenerse a pensar demasiado en una respuesta que podría sonar políticamente incorrecta. Porque es evidente esta muestra está pensada para el hombre blanco europeo que no se cuestiona su lugar en el mundo ni su derecho a colocar en el pasado remoto –a través de la puesta en escena de su supuesta ‘primitivez’- a culturas que están vivas y siguen funcionando en el mundo de hoy.

¿Qué hace a un pueblo ‘primitivo’? ¿qué convierte a una cultura en objeto de la antropología, es decir, en objeto de estudio de culturas que se imaginan superiores? A estas preguntas, que se han hecho los antropólogos al menos durante los últimos cincuenta años, el museo Banly responde con una ingenuidad que dista mucho de la sofisticación arquitectónica del edificio que alberga sus cuidadas colecciones. Como potenciales sujetos de la antropología, los inmigrantes del mundo no europeo no podemos evitar la sensación de estar en un lugar en el que –literalmente- se nos etiqueta, se nos encapsula, se nos coloca en una vitrina aclimatizada para que sigamos representando al buen salvaje y se nos lanza una advertencia.

La advertencia es vaga pero no creo que sea inaudible. Sería algo como esto, y aquí me rindo finalmente a la tentación de leer una moraleja: Europa es la cuna y único lugar de asiento de la civilización; toda cultura que no haya recibido o aceptado de manera adecuada la influencia europea se encuentra al margen de ese estadio de progreso absoluto. Ergo, puede ser aniquilada, subyugada o sometida a cualquier forma de subordinación aceptable en los tiempos que corren. Eso sí, siempre y cuando sea posible preservar para éste y futuros museos antropológicos los objetos que atestiguan su decadencia o su simple y llana extinción. Amén.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Chávez y Obama


Amiga,

Sigo enganchada en la noticia de la elección de Obama. Esta vez, copio abajo el editorial que publicó hoy EL NACIONAL, porque me parece que, en efecto, Chávez tendrá que plantearse una nueva relación con los Estados Unidos. No porque la nueva administración vaya a ser más cercana a las políticas de nuestro reyezuelo, sino porque con un gobierno demócrata se le cae a la revolución la coartada de víctima del imperio que ha estado manejando inescrupulosamente.


Un momento propicio
Obama y nosotros


Estados Unidos echó las cartas del futuro y ganó su pueblo. Barack Obama resultó elegido presidente de la gran nación por una mayoría, muy poco común, de votos en el Colegio Electoral. Era lo que se necesitaba, un jefe de Estado con un mandato definido. El desenlace de la campaña estuvo rodeado de grandeza y de fe democrática. John McCain pronunció las palabras de reconocimiento con un tono ejemplar, al proclamar como "mi presidente" a quien minutos antes era su rival. Eso es democracia y eso es dignidad.

Cuando los venezolanos contemplamos estas campañas en países extranjeros y las comparamos con las de aquí para elegir gobernadores y alcaldes, dan ganas de llorar. La destrucción es el grito de guerra del Presidente contra sus adversarios. En Estados Unidos, la competencia tenía otras características. Era entre partidos y entre candidatos; aquí es entre el gobierno todopoderoso y corrupto hasta los tuétanos, y los simples ciudadanos. Aquí el Presidente de la República es el jefe de campaña, y administra los petrodólares como el virtual "capo di tutti capi" de Pdvsa.

El comunicado de la Cancillería venezolana sobre el triunfo de Obama toca los límites del ridículo, al señalar que es "una consecuencia" de los cambios en América del Sur. Pronto los vamos a oír diciendo que el triunfo de Obama se debe a la revolución bolivariana. El embajador en la ONU declaró que para normalizar las relaciones entre Venezuela y Estados Unidos "sería bueno que Obama converse con Ahmadinejad". ¡Una maravilla! Si vamos a unir la suerte y el rumbo de la política exterior a las relaciones entre Washington y Teherán, ya podemos imaginar a dónde iremos a parar. La elección del demócrata Barack Obama ofrece una oportunidad excepcional para que Venezuela normalice sus relaciones con el Norte y para que el gobierno bolivariano no arriesgue nuestro bienestar y comprenda que la crisis financiera nos afectará seriamente, a menos de que actuemos con buen juicio.


Obama impondrá un cambio sustancial en la política internacional de Estados Unidos. Esto en sí mismo promete la iniciación de una nueva época. Pero también la política bolivariana debe cambiar, pues su discurso antinorteamericano ofende por igual a demócratas y republicanos. No hay que llamarse a engaño. Ya Chávez dijo, como buen oportunista sin principios, que deseaba entrevistarse con el nuevo Presidente. Enhorabuena.

El pueblo venezolano desea unas relaciones con Estados Unidos que reflejen los profundos vínculos desarrollados a través de 200 años.

Esto no indica que renunciemos a nuestras prerrogativas, pero ese tono agresivo y ridículo de "agárrame que lo mato", adoptado por el presidente Chávez, no es el camino para llegar a una etapa de respeto mutuo y de cooperación franca.

Obama asumirá el poder en medio de desafíos extraordinarios.

George W. Bush perturbó las relaciones de Estados Unidos con el mundo. A los errores de unos y de otros les llegó el tiempo de la rectificación. Venezuela no debe equivocarse.

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*Tomé la foto que acompaña está nota en una calle de Mérida, en agosto de 2008.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Empujón latino


Amiga,

Los latinos que viven en Estados Unidos apoyaron decididamente a Obama. Creo que esa es una buena razón para confiar en que el próximo gobierno de ese país va a ser positivo para la comunidad latina y para la misma América del Sur. Vale la pena reproducir aquí la noticia, tal como la presentó hoy EL PAIS:


Los latinos, fuerza clave en la victoria de Obama
Un sondeo a pie de urna realizado por CNN revela que el 66% de los hispanos respaldó al presidente electo
REUTERS - Phoenix - 05/11/2008

Los hispanos se han convertido en una fuerza determinante en la victoria de Barack Obama, sobre todo en el suroeste y en Florida. Según un sondeo a pie de urna realizado por CNN, un 66% de los latinos votaron por el senador Obama, y un 32% respaldó a su rival, el republicano John McCain.

Los hispanos constituyen el 15% de la población estadounidense y 9% del electorado, y se había pronosticado que tuviesen un papel importante en los Estados clave que finalmente ganó Obama en las elecciones históricas del martes, entre ellos Nevada, Colorado, Nuevo México y Florida.

Según el sondeo de CNN, el 76% de los hispanos de Nevada votó por Obama, el 73% en Colorado y el 69% en Nuevo México. En Florida, donde el apoyo a los republicanos ha sido históricamente más fuerte entre la comunidad cubana, Obama obtuvo el 57% del voto latino.

En comparación, en 2004 el presidente George W. Bush obtuvo cerca del 40% del voto hispano, un récord republicano, cuando se impuso al demócrata John Kerry.

Según las encuestas antes de las elecciones, el debate nacional sobre inmigración y la crisis económica fueron dos tópicos que influyeron para que los republicanos perdieran preferencias entre los hispanos.

Esperando la historia


Amiga,

Es casi la una y media de la mañana en París y estoy despierta esperando el resultado de las elecciones en Estados Unidos. Hay quien piensa que no hay que preocuparse por el resultado de elecciones en un país ajeno y en el que uno no puede votar. Pero a mí siempre me ha resultado evidente aquello de que todo lo humano me concierne. Se trata de algo que está sucediendo en un país gigantesco y poderoso, ¿por qué no iba uno a estar informado, tomar una posición e incluso apostar a un ganador?

Yo voy por Obama. Desde hace más de un año dije que Obama le iba a ganar a Clinton y que después iba a ganar las elecciones presidenciales. Lo estoy diciendo de nuevo aquí, públicamente, antes de que se sepa el resultado de las elecciones y me apuro a subir esta nota antes de que difundan las proyecciones de los primeros estados.

Voy por Obama porque ya es hora de que uno de los países más importantes del planeta deje de ser gobernado por un grupo de conservadores armamentistas. Voy por Obama porque ya es hora de que las minorías se junten en los Estados Unidos para mostrar que unidas son una evidente mayoría. Voy por Obama sin creer que es un mesías o un ser infalible, pero confiada en que va a llevar a la Casa Blanca un equipo de gente que va a hacer lo mejor que pueda para representar a la gente común y no a las grandes corporaciones.

Estoy consciente de la ingenuidad que puede haber detrás de esta confianza en la posibilidad de un cambio en una potencia como lo es Estados Unidos. Pero hoy, a esta hora de la madrugada, a la espera de que Obama haga historia, por simple espíritu de generosidad, elijo creer.
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domingo, 2 de noviembre de 2008

En las entrañas del saber



Amiga,

La primera vez que fui a la Biblioteca Nacional me pareció tan inhóspita -¿te acuerdas?- que no tuve siquiera ánimo de entrar al nivel de las salas de lectura para verla por dentro. Sin embargo, olvidada ya la primera desagradable impresión, había decicido darle al lugar una segunda oportunidad. Después de todo, somos ratones de biblioteca y uno no se puede deslastrar de eso a punta de simple tenacidad. Hacerle un favor a mi amiga Paulette, que necesitaba recobrar un texto de Pedro Emilio Coll, publicado en el Mercurio de Francia en mayo de 1898, fue la excusa perfecta para que me enfilara de nuevo hacia el lugar donde reposa el acervo documental de la República Francesa.

Llegué en el autobús 89 y mientras subía los escalones de madera, que llevan a la planicie deshabitada y fría sobre la que se posan los cuatro libros que se supone representan el saber, pensaba que mi primera impresión había sido acertada. Pero nada se compara con lo que sientes cuando aceptas la invitación a descender a las entrañas de la sabiduría, bajas al jardín que se esconde en el centro de la explanada y entras al pasillo central. Lo primero que experimentas es la sensación intimidante de estar perdida en un lugar donde todo el mundo sabe a dónde va. Encontrarte en el medio de aquel espacio de proporciones gigantescas, tratando de comprender los letreros y las indicaciones, que por suerte están en varios idiomas, es una lección de humildad definitiva.

Este lugar no sólo te obliga a pensar que eres insignificante ante el inmenso poder del saber que aquí se almacena, sino que las puertas que guardan ese saber no son fáciles de abrir y que requerirás de toda tu energía y de parte sustanciosa de tu reserva de paciencia para atravesarlas. Lo primero que descubres es que no puedes entrar directamente a cualquier sala, aunque ésta sea una biblioteca pública y, por definición, ‘abierta’ al menos al público adulto. El procedimiento para entrar en las salas varía según qué tan profundo quieres ingresar a las entrañas del saber. El documento que buscaba pertenece al tipo complicado. A juzgar por el larguísimo procedimiento para encontrarlo.

Tomé la previsión de llevarme impresa la ‘Notice Bibliographique’ que me había mandado Paulette, con todos los datos del texto que debía encontrar. Allí aparece la cota del libro, la sala en la que se encuentra y otros datos cifrados en números y letras que sólo un bibliotecario puede entender. Después de preguntar en dos o tres taquillas, con mi papel por delante y en mi pésimo francés, qué debía hacer para consultar la versión fascimilar del Mercurio de Francia, llegué a una taquilla en la que entendí que debía retirar un pase. Me dieron un número para esperar que se desocupara el funcionario que me atendería. Por suerte, no había nadie delante de mí. Aún así tuve que esperar más de quince minutos.

La funcionaria que me atendió resultó ser una señora de lo más agradable, que no le importaba que le hablara en inglés, siempre y cuando a mí no me importara que ella me respondiera en francés. Nos entendimos de lo mejor y casi nos hicimos amigas en la hora y media que tardó en llenar una extensa planilla con todos mis datos, incluyendo todas mis direcciones posibles de habitación: Caracas, Edimburgo y París. El afán de registrar en toda instancia burocrática cada detalle de tu identidad alcanza aquí niveles patológicos.

El procedimiento se complica si no tienes en realidad un trabajo, porque acabas de renunciar a él, y no vives en realidad en ningún lado, aunque vengas de tu país y ya tengas donde vivir en otro que ya te aceptó como consorte de un inmigrante legal. Pese a todo, la simpatica funcionaria aceptó mi irregular situación. Pero anotó incluso el nombre de mi marido y el lugar en el que trabajaba. Una precaución que creyó imprescindible dada mi anormal situación en el mundo. El larguísimo procedimiento es algo verdaderamente insólito, tomando en cuenta que no puedes sacar ningún libro de esta biblioteca, sólo sentarte a leerlo dentro de sus bien custodiadas salas de lectura.

Cuando el procedimiento de sacar el carnet para ingresar en las salas de ‘investigadores’ finalizó, pensé que había pasado la prueba definitiva y estaba lista para ingresar al espacio de la sabiduría sin más dilaciones. ¡Ingenua de mí! Todavía me faltaba pasar por el procedimiento de dejar mis pertenencias en el ‘accueil’. En todas las bibliotecas le piden a uno que deje sus pertenencias en un lugar fuera de las salas. Hay bibliotecas que tienen un sistema más simple que otras. Antes, si querías entrar a la British Library tenías que hacer una cola gigantesca para entregar tu chaqueta, tu bolso, tus aperos de invierno si era el caso. Luego descubrieron que era más sencillo abrir una sala con lockers donde la gente guardara por sí misma sus pertenencias. Ese es el sistema que se adoptó luego en la Biblioteca Nacional de Escocia y a mí me parece brillante. Cero colas, cero personajes sospechosos manoseando tus abrigos y tus bufandas. En fin, algo relativamente más impersonal, pero también más eficiente.

Los franceses no han descubierto el locker. En realidad, les tiene sin cuidado la eficiencia en casi cualquier aspecto de la vida cotidiana. Aquí, para entregar tus bártulos debes hacer una cola igual que para todo lo demás. Pero eso no es todo. Debes además meter las dos o tres cosas que necesitas llevarte contigo en un maletín de plástico de lo más maricón –disculpa el comentario machista, pero no encuentro un calificativo más acorde- que todo el mundo se cuelga al hombro como si se tratara del más evidente salvoconducto para cruzar con destreza los amplios pasillos de la biblioteca. Si tienes el maletincito de plástico eres uno de los aceptados, uno de los predestinados que tiene derecho al paraíso de los documentos. Si se te ocurre rechazar la oferta del maletincito de plástico, argumentando que sólo cargarás una libreta y un lápiz como hice yo, los jóvenes encargados del procedimiento te miran feísimo y, antes de darte una simple bolsa de plástico, hacen el típico sonido de impaciencia, característico de los parisinos, que parece más un bufido de animal que un gesto humano.

Superado el percance vuelves a quedarte en el medio del pasillo sin saber qué hacer. No hay ninguna entrada evidente al nivel de abajo, llamado Rez-de-Jardin, que es a donde debo ir a buscar la Sala V, donde está la edición fascimilar del Mercurio de Francia. Tengo el mapa en la mano. Miro a mi alrededor y sé dónde estoy, pero no hacia dónde debo ir. Luego de un par de vueltas y de una detenida observación de los usuarios, me doy cuenta de que la entrada al nivel Rez-de-Jardin es a través de una serie de torniquetes que están delante de unas puertas de acero que no se ven, porque parecen paredes de lo inmensas que son. Imito cada uno de los gestos que he visto hacer a otros para poder entrar: es decir, coloco el carnet -que me costó una hora y media y treinta euros adquirir- frente a una máquina que, luego de leerlo, me da permiso de pasar. Cuando el torniquete cede me pregunto si será posible construir aquí otra fábula relacionada con las puertas del saber, pero ya estoy harta de las lecciones que este edificio se empeña en darme y bajo las escaleras haciendo caso omiso de la imponente estructura en la que me adentro.

La larga caminata hasta la Sala V se realiza por un pasillo parecido al del nivel de arriba, pero esta vez no se ven sólo las copas de los marchitos árboles, sino que uno ha llegado al sótano donde está sembrado el jardín y al mirar hacia afuera se ve una espesa mancha verde frente a la que te sientes como un pez atrapado en una pecera desproporcionada e inútil. Este jardín está empotrado en un sótano, dos pisos y medio más abajo de la calle y cuando estás virtualmente sumergida en él, es inevitable sentir claustrofobia. Esa sensación de encierro que producen todos los lugares creados para mostrarte al mismo tiempo lo inteligentes que eran –o que son- quienes los crearon y lo bestia que eres tú al no apreciar el esfuerzo.

Una vez en la sala pregunto de nuevo -¿por cuarta, quinta vez?- dónde puedo consultar la edición fascimilar del Mercurio de Francia, con mi papelito por delante, que todos los funcionarios reconocen como un santo y seña. Un rato después de negociar con un joven que no sólo no hablaba inglés sino que parecía hablar simplemente muy poco en cualquier idioma, decidí preguntarle a una mujer que parecía más apta para la compleja tarea de apuntarme con el dedo hacia la dirección correcta. No sólo entendió lo que quería de inmediato, sino que me acompañó al pequeño compartimiento donde se encontraba la colección del Mercurio de Francia, que con seguridad me hubiera tomado una hora encontrar por mis propios medios. Se agachó conmigo y me ayudó a encontrar el tomo 26 donde estaba el famoso texto que Pedro Emilio Coll escribió hace más de un siglo.

Con mi tomo en la mano y luego de agradecer lo mejor que pude a la bibliotecaria que se había tomado la molestia de ahorrarme la hora y media que ya había gastado en burocracia, me dispuse a encontrar un lugar para sentarme. Cualquiera estaría inclinado a imaginar que un edificio de tan generosas proporciones podría darse el lujo de ostentar unas salas más amplias y con muchos más puestos. Pero aquí todo está hecho para que el espacio vacío sea más importante que los libros y que los usuarios. Y, por supuesto, no cabe un alma en la sala. Camino discretamente por el pasillo, tratando de no hacer sonar mi bolsita de plástico, hasta que encuentro en un rincón un escritorio vacío. Y aquí está la única concesión que voy a hacerle a los inteligentes diseñadores de la Biblioteca Nacional: las sillas son cómodas. Rarísimas, aparatosas, extremadamente pesadas... pero cómodas. Las mesas no tanto, pero está visto que aquí no se puede exigir más de la cuenta.

Me quedo un rato mirando mi libro, más por curiosidad y por gusto de usar la sala a la que me ha costado tanto ingresar, que por otra cosa. Cuando encuentro el texto de Pedro Emilio me voy con él a la sala de fotocopias a reproducirlo. No creo que deba redundar en el tema de las colas y los procedimientos, porque este texto ya está fastidiosísimo, pero es mi deber consignar aquí que no fue fácil, ni rápido, sacarle copia a las seis brevísimas páginas de la reseña de letras latinoamericanas de Pedro Emilio Coll.

Con mis fotocopias bajo el brazo me dispuse a salir porque ya estaba agobiada y me esperaban todavía dos horas de conferencia en la rue de l´Estrapade. Creí que si buscaba el lugar exactamente opuesto al extremo por donde entré encontraría las mismas puertas y los mismos torniquetes por donde podría salir, dado que éste es un edificio cuadrangular y el diseño se repite exacto en cada una de sus esquinas. Las esquinas del rectángulo que forman las salas de lectura llevan el nombre de las cuatro torres que arriba representan los famosos cuatro libros. Las torres tienen unos nombres de lo más pretenciosos –no voy a repetir aquí lo de maricones- y a nadie parece darle vergüenza. Se llaman ‘La Torre de las Leyes’, ‘La Torre de los Nombres’, ‘La Torre de las Letras’ y ‘La Torre de los Tiempos’. (Juro que tengo a mano el plano de la biblioteca mientras escribo y que nada de esto es fruto de mi imaginación vengativa.)

A cada una de estas torres corresponde abajo un café, que se llama como su respectiva contraparte de la superficie, ‘café de los tiempos’, ‘club de las letras’... etc. El punto es que di vueltas como una condenada por los cuatro costados del infernal laberinto, viendo repetirse los pretenciosos nombres, sin lograr conseguir la salida. La razón era que las monumentales puertas que te dejan salir de las entrañas del saber, al igual que las del lado de afuera, se mimetizan con las altísimas paredes de un metal que parece acero inoxidable y, si no estás pendiente, les pasas por delante y no las ves. De más está decir que es imposible salir por la vía más natural que sería el jardín, porque no hay acceso a la pecera verde. Cuando en medio de la desesperación descubres que hay unas discretas señales de salida en cada esquina -tan discretas que no se ven- lo único en lo que puedes pensar es en salir disparada de aquel laberinto y no volver por el resto de tu existencia.

Me repatean el hígado los edificios que vienen con moraleja incorporada. Así que no voy a cerrar este texto construyendo una, que por lo demás me parece vulgarmente obvia. Pero no puedo resistir la tentación de añadir, para darle una sensación de cierre a esta nota ya demasiado larga, que debería haber un buzón a la salida de lugares como éste en el que los usuarios puedan depositar sus quejas. En ese hipotético buzón yo escribiría, tal vez en varios idiomas, para imitar los globalizados letreros de los inhóspitos pasillos: ¡Piedad!

miércoles, 22 de octubre de 2008

Aprender francés


Amiga,

Llevo ya más de una semana asistiendo al curso de ‘Civilización Francesa’ de la Sorbona y la verdad es que no ha sido para nada traumático volver a sentarme en un salón de clases. Mi primera sorpresa fue encontrarme estudiando francés en el Colegio de los Irlandeses, un juego de nacionalidades que lo hace a uno sentirse de lo más cosmopolita y globalizado. Pero la verdad es que se trata de una sorpresa agradable. Como ves en la foto, es un lugar amable, casi acogedor.

La segunda agradable sorpresa, o más bien circunstancia (¿será que ya no usamos esta palabra tan elegante?), es encontrarme estudiando con un grupo de lo más diverso. Somos unos veinte ‘debutantes’ y formamos una especie de Arca de Noé de nacionalidades. La mayoría son coreanos: penosos, reilones, andan siempre por los rincones murmurando, pero si te diriges a ellos te hablan con mucha soltura en inglés y son de lo más amables. Luego hay una muchacha de Turquía, una brasileña, una norteamericana, una canadiense, dos italianos –él y ella-, un británico –que se niega a que le digan que es ‘inglés’-, una mexicana, una rusa, una chica de una de las ex-repúblicas soviéticas que se llama algo así como Turkistán (la república, no la chica). En fin, gente de todos los rincones. La mayoría mujeres, como es habitual.

Aunque estudiamos francés, cuando tenemos que comunicarnos en el salón de clase para hacer algún ejercicio, hablamos en inglés, a pesar de que la profesora insiste en que practiquemos la lengua de Voltaire. Es inútil. El inglés está tan internalizado entre los extranjeros que viven aquí (y en todos lados, supongo), que a veces ni te preguntan si lo hablas, sino que directamente se largan a hablarte en ese idioma cuando saben que eres extranjero. Y la verdad es que eso me ha permitido reconciliarme con la lengua de Virginia Woolf, a pesar de mi eterna resistencia.

El curso consiste en tres tipos de eventos: vemos clases teóricas en el Colegio de los Irlandeses de lunes a viernes, en mi caso de once de la mañana a una de la tarde. Tenemos clases de fonética, con un grupo diferente, una semana sí y una no, en el Boulevar Raspail. Y hay además conferencias, en un auditorio de la Rue de la Estrapade, en las que se nos instruye sobre diversos temas. Yo elegí ‘Cine y literatura’ y también ‘Historia de París, desde los orígenes hasta la Revolución Francesa’. He asistido sólo a una de las conferencias y aunque resultó interesante estuve a punto de dormirme varias veces, porque el lugar se mantiene a media luz para que uno pueda ver las diapositivas y la voz de la profesora es de lo más relajante. Si a eso le sumas que la conferencia es justo después de almuerzo, te imaginarás que es el ambiente perfecto para echar más de una cabeceada.

En los cursos diarios ya nos hemos acostumbrado a sentarnos en los mismos asientos y a hacer los ejercicios con la misma gente. Yo me reúno con la chica rusa, que se llama Ana, y la ‘turquistaní’, que tiene un nombre que nunca recuerdo y que suena algo así como ‘Shatitá’. Ellas se han hecho muy amigas porque se pueden comunicar en ruso. Me tratan como si yo fuera una especie de tía amable y nos reímos mucho. Cuando tenemos que inventar una historia, hacemos elaborados guiones que a veces no podemos recordar.

Esta semana teníamos que representar a tres personajes que no se conocían entre sí y debían hablar de sus profesiones, sus actividades y sus gustos. Es un ejercicio que siempre se hace cuando uno estudia idiomas, improvisar sobre un tema que se supone de la vida cotidiana. Pero hicimos un enredo tal con los personajes, los gustos, las edades y las actividades de cada quien que al final terminamos saltándonos el guión y muertas de la risa. Creo que es lo más agradable de las clases: inventar historias con el poco vocabulario que vamos aprendiendo.

En las clases de fonética tengo dos compañeros mexicanos, una chica que se llama Erika y un muchacho muy joven que se llama Julián. Ellos me adoptaron porque el idioma materno común es una especie de bendición en esta torre de Babel. Conversamos un rato antes y después de las clases y ya sabemos un poco de cada uno. Julián está sin agua caliente en su residencia y Erika se va a casar en diciembre con su novio francés. A los dos les hace mucha falta su país. Yo trato de no hablar de mis nostalgias porque me desmorono.

En estos días me he dado cuenta de que estudiar otro idioma es tal vez una de las empresas más ingenuamente optimistas que uno puede emprender. Uno sabe que jamás va a dominar del todo el idioma que está aprendiendo, y mucho menos si lo aprendes pasados los cuarenta. Y aún así, uno persevera. Uno se sienta frente al libro de ejercicios y trata de memorizar las reglas, las conjugaciones, la pronunciación y la concordancia.

Uno persevera porque aprender otro idioma es el ejemplo más claro de lo que alguien llamó ‘pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad’. Contra toda lógica, aún ante la evidencia de que la inmensidad de otra lengua –y otra cultura- nos rebasa y es imposible de abarcar, uno se empeña en enfrentar su ignorancia, una palabra a la vez. Tal vez sea la mejor manera de aprender a estar en el exilio: un verbo a la vez, una concordancia a la vez, un día a la vez.

martes, 14 de octubre de 2008

Fin de semana



Amiga,

El mundo está en crisis, la economía mundial se viene abajo, las bolsas se desploman de un extremo al otro del planeta... y en ese escenario apocalíptico ¿qué hacen los parisinos? ¡Compran! ¡Compran, comen y beben, como si el mundo se fuera a acabar mañana!

Teníamos un plan típico de fin de semana: compraríamos un par de cosas, almorzaríamos rico y terminaríamos el día en el cine. Pensamos que era un plan sencillo y pretendíamos hacer todo lo más lejos posible de las hordas de turistas. Hemos aprendido que los fines de semana el ritmo de la ciudad baja así que esperábamos que sería un sábado tranquilo. Pero nos equivocamos. Nos encontramos con una multitud de compradores enardecidos, con los restaurantes y los cafés atiborrados y con una sala de cine tan llena que por primera vez en casi doce años que tenemos de asiduos cinófilos nos tocó sentarnos en filas diferentes. No nos quedó otra que preguntarnos si se debía al buen clima del fin de semana, o si se trataba de una revancha frente a los mensajes que los medios han estado difundiendo los últimos días acerca del fin de la prosperidad del primer mundo.

Las multitudes que encontramos en la calle estaban compuestas en su gran mayoría por parisinos demasiado abrigados para el clima casi veraniego que estaba haciendo. Yo, que soy friolenta, me estuve quitando trapos de encima todo el día y no podía entender el termostato de esas jovencitas con chaquetas negras hasta las rodillas, inmensas bufandas de lana ...¡y hasta guantes! Dentro de las tiendas alguien decretó que estábamos ya en el más frío de los inviernos y, como resultado, las calefacciones andan a toda mecha aunque afuera esté haciendo 25 grados. Y aún así, las multitudes que veían ropa, se probaban trapos y hacían largas colas en cada una de las cajas eran inmunes al calor sofocante. No parecía implicar ningún sacrificio hacer toda aquella agotadora actividad cocinándose a fuego lento y acompañados por la mitad del género humano que había decidido hacer exactamente lo mismo.

En el restaurant al que fuimos a comer, que era mucho más grande por dentro de lo que parecía por fuera, la cantidad de gente también era sorprendente. Por suerte se trataba de uno de esos lugares en los que te atienden tres y cuatro funcionarios de distinto rango y condición, que uno está seguro que no se llaman mesoneros o ‘meseros’, sino que ostentan algún título que soy incapaz de nombrar por crasa ignorancia de las jerarquías del mundo de la cocina, pero que aquí parecen generalizarse bajo el título de ‘serveur’. Comimos rico, aunque en medio de la multitud nos sentimos empujados literalmente a un borde, porque como éramos sólo dos miserables seres, nos sentaron en una mesita ínfima, en la pata de una escalera, y desde allí vimos pasar platos y más platos para arriba y para abajo, como si el universo entero se hubiera congregado a comer en el mismo lugar que nosotros habíamos elegido.

Nos tomamos el 'creme' de la tarde en una de esas plazas donde convergen varias calles y en cada esquina hay un café y aún así no había una sola mesa libre. Tuvimos la suerte de que un par de jovencitas abandonaran justo a tiempo la minúscula mesa en la que nos sentamos. Pero ni los tiempos de crisis ni el buen clima pueden hacer cambiar de humor a los ‘garçones’ que sirven en los cafés. Y esta ley es igual tanto para los días de abarrotamiento como para los días de plácida ausencia de comensales. No pudimos lograr que el jovencito de peinado neo-punk que nos atendía nos sirviera un miserable vaso de agua con el café, aunque se lo pedimos tres veces de todas las maneras que hemos aprendido a pedir ‘de l´eau’.

Hicimos tiempo en nuestra minúscula mesa, a pesar de la carencia de agua, porque nos pareció de lo más normal llegar a la sala a cinco minutos para la hora. ¡Craso error! Para entrar a la sala no había una cola sino un río de gente empujándose. La sala era inmensa y aún así sólo conseguimos sentarnos en fila india, uno adelante y el otro atrás. Estábamos presenciando lo que es el fenómeno Woody Allen, según me enteré después. Fuimos a ver su última película: ‘Vicky, Christina, Barcelona’ que se está estrenando aquí esta semana en decenas de salas. Según parece, todas estaban igual de llenas. (No que la película lo merezca, todo sea dicho. Pero esta no es una entrada en la que me voy a poner a hacer crítica de cine.)

Al salir, vimos más y más colas de gente para entrar a los cines y no había ni un restaurant sin comensales ni un bar sin alegres bebedores. En fin, amiga, que si el mundo se va a acabar gracias a la crisis, la debacle no parece que vaya a comenzar por aquí. O, si lo hace, encontrará a los parisinos gastando sus devaluados euros en la calle!

martes, 7 de octubre de 2008

La muerte en números



Amiga,

A propósito de la violencia que impera en Venezuela, reproduzco aquí parte de un texto de Eli Bravo, publicado en EL UNIVERSAL de Caracas, el mismo 4 de octubre en que se cumplían cuatro años de la muerte de mi hermana, víctima de la violencia.

Los números de la muerte

La pálida es una vecina entrometida en Caracas. Hace muchos años la ciudad merecía el apodo
de la sucursal del cielo, pero hoy en día se ha convertido en la antesala al otro mundo. Con 130
asesinatos por cada 100 mil habitantes, Caracas es la ciudad más peligrosa del planeta, asunto
predecible para la capital del segundo país con más homicidios en América Latina, después de
El Salvador. En los últimos diez años la cifra anual de asesinatos en Venezuela ha pasado de
4.550 en 1997 a 14 mil en 2007. Son casi 100 mil muertos en una década, el 90% por armas de
fuego, el 90% de ellos hombres, el 70% menores de 25 años, el 80% de escasos recursos. Como
escribió la periodista zuliana Fabiola Soto, una tras otra, todas esas urnas harían una fila de 198 kilómetros.

Y no olvidemos contar los heridos. ¿Cuántos venezolanos han recibido impacto de bala en la
última década? Se calcula que alrededor de millón y medio. En las calles hay más de 500 mil
armas de fuego y el tráfico ilegal empuja la cifra hacia arriba. Las pistolas y revólveres se han
convertido en artículos de uso común: más de tres cuartas partes de los caraqueños dicen
tener o desear tener un arma para defenderse.

Y mientras los consejos comunales de Caracas realizan entre los niños un programa de canje de
armamento de juguete por balones deportivos, quizás una de las mejores iniciativas de los
últimos años en este sentido, el gobierno de Hugo Chávez convierte a Venezuela en el primer
comprador de armas de la región. Orgulloso de haber gastado más de $12 millardos en una
década, el Presidente asegura que el país esta ahora más seguro ante una posible invasión.
Pero lo que ha invadido a Venezuela no han sido los marines. Ha sido la pálida.

(...)

sábado, 4 de octubre de 2008

A cuatro años



Amiga,

Tal día como hoy, el 4 de Octubre del 2004, un hombre mató a sangre fría a mi hermana Rebeca en plena calle.

Hace un par de años escribí un texto que pretendía leer en una jornada de los familiares de las víctimas de la violencia que se realizó en la USB. Al final no me atreví a asistir. Las heridas eran muy recientes y estoy segura de que no hubiera podido pronunciar ni una palabra.

De ese texto ya viejo extraigo los últimos dos párrafos, que creo que todavía resumen las lecciones que nos dejó su muerte.

Mi hermana no fue asesinada por un delincuente. No fue asesinada por un policía ni por un guardia nacional. A mi hermana la mató, aparentemente por error, un vigilante privado que no sabía cómo manipular un arma de perdigones de cañón corto, que se supone debía ser utilizada sólo en caso de necesidad extrema.

El caso de mi hermana demuestra que si respondemos a la violencia de la delincuencia o a la del Estado con una violencia corporativa, con una violencia privada que nos cubra nuestras individuales espaldas, no estamos resolviendo ningún problema. Sólo vamos a obtener un cementerio más grande, una lista más grande de víctimas.


A cuatro años de la muerte de mi hermana Rebeca, y ya lejos de la tierruca en la que murió sin razón, dejo aquí constancia del dolor que ha causado su muerte a todos los que la quisimos. Un dolor que no cesa.

viernes, 3 de octubre de 2008

Comprar en París



Amiga,

Nada como visitar una ciudad con alguien que tiene intereses distintos a los de uno para descubrir cosas que no se habían visto antes. Como sabes, esta semana estuve paseando a mi sobrina Patricia por París. Uno de los más sorprendentes descubrimientos que he hecho esta semana ha sido el de constatar que comprar parece ser la meta del noventa por ciento de los turistas, a juzgar por las hordas de no parisinos que vimos en las cientos de tiendas que visitamos esta semana. Con el espectáculo cultural y arquitectónico que es esta ciudad, visitarla sólo para ir de compras parecería un total despropósito. Sin embargo, los turistas logran ingeniárselas para intercalar las obligadas visitas turísticas -y tomarse las respectivas fotos que prueben que estuvieron allí- entre una y otra incursión a las tiendas, que son su verdadero sitio de peregrinaje.

París vista como centro comercial ofrece unas cuantas dificultades si quien se quiere dedicar a las compras está buscando ofertas, buenos precios o simples rebajas. Todo aquí es caro y lo que es barato no luce nada bien. Sin embargo, siguiendo el olfato comprador de Patty descubrimos algunos lugares sorprendentes. Te hablo sólo de dos, porque creo que son un buen ejemplo de los extremos del mercado: el mercado de calle sin pretensiones y la tienda de ropa antigua convertida en hito de la moda urbana actual.

En primer lugar, está el mercadillo del Boulevard Lenoir en la Bastilla. Es un mercado de calle que tiene, como todos aquí, comida, trapos, zapatos, adornitos y bisutería de muy distintas procedencias y para todos los gustos. Lo que lo distingue de los demás es que tiene muchos más puestos de ropa de los que he visto en otros mercados, y es mucha la cantidad de compradores locales y no locales que parecen abastecerse allí de lo necesario para afrontar el invierno sin pagar demasiado.

Hay en la entrada del mercado un gran puesto en el que se acumulan, en desvencijadas cajas de cartón y en el más absoluto desorden, distintas piezas de vestir que van desde pantalones hasta sostenes, pasando por chaquetas, camisas, medias y un largo etcétera. Para registrar esas cajas tienes que estar dispuesta a pelearte con decenas de potenciales clientes. Y es ahí donde comienzas a desarrollar lo que estoy tentada a llamar ‘el síndrome de la baratija’, que se manifiesta de la siguiente manera: si encuentras algo que te parece interesante y te puede servir no debes soltarlo hasta que estés segura de que en verdad no lo quieres. Porque en el instante en que lo descartes, alguien más va a levantarlo y es posible que considere seriamente hacer la compra que tú te negaste a realizar. Justo en ese momento te va a comenzar a atormentar la idea de que esa era tal vez la pieza indispensable que tu guardarropa necesitaba para completarse de manera definitiva. No es fácil lidiar con ese tipo de ansiedad y tal vez lo único que te saca de la angustia es seguir hurgando hasta conseguir otro trapo al que deberás colgarte de manera desesperada como si de su compra dependiera la total definición de tu existencia. Hasta que decidas soltarlo y alguien más se apropie de él y vuelvas a pensar que ése era el trapo que querías... y así sucesivamente hasta el infinito.

También te puede salvar el hecho de que el mercado se extiende por cuadras y cuadras y siempre puedes pensar que si caminas un rato más vas a encontrar algo que te guste y que sea bueno, bonito y barato. Por suerte, más allá de las cajas con trapos está un negocio un poco más sofisticado, con franelas, camisas, pantalones y vestidos ya no en cajas ni arrugados, sino elegantemente colgados y dispuestos en cierto orden. El orden implica también un ligero aumento en el precio, pero los vendedores saben que la competencia es fuerte y te hacen ofertas apenas muestras interés por alguna pieza. Si se lleva dos sale más barato, te dicen en cualquier idioma que quieras oír. Entonces, el síndrome de la baratija se instala de nuevo en tu cerebro y el mismo proceso se repite, pero esta vez de manera un poco más aparatosa, porque lo que escoges está colgado y si lo seleccionas y quieres sostenerlo debes lidiar con el gancho y todas sus consecuencias. Que se enrede en otra ropa, que sea incómodo de cargar, que parezca que vas a llevarte toda la tienda aunque sólo hayas escogido un par de franelas, en fin.

Para salir del mercadillo de La Bastilla tienes que realizar un acto de voluntad casi sobrehumano y lanzar un ultimatum: caminas sólo una cuadra más y luego te vas. El ultimatum a veces funciona y a veces no, sobre todo si andas con una compradora compulsiva como mi sobrina Patricia. Pero si no lo estableces es posible que la culpa jamás te alcance y te quedes para siempre atrapada en los ventorrillos del Boulevard Lenoir o en cualquier otro mercado del mismo estilo. Así que defines el límite, siempre unos pasos más allá del ultimatum inicial, y te obligas a salir del mercado y escoger una acera menos tentadora para volver sobre tus pasos haciendo inventario de lo que compraste o dejaste de comprar.

Pero no sólo los mercados de calle disparan el afán de comprar a bajos precios. En esta ronda consumista por la ciudad también descubrimos la tienda ‘vintage’. Debo reconocer que era una total ignorante del asunto de la moda vintage hasta hace unos días. Había escuchado el término y lo relacionaba vagamente con cosas viejas y usadas, pero ignoraba por completo que el asunto es no sólo una tendencia de la moda, sino la definición de todo un sector del diseño actual y casi un hito de la cultura contemporánea. Se trata, según me entero después, de mezclar –en el más puro estilo postmoderno- lo viejo con lo nuevo, para crear un look descuidadamente sofisticado, pero sobre todo alejado de la gran moda de las pasarelas y de la repetición obligatoria del mercado global.

Nos encontramos con nuestra primera tienda vintage caminando inocentemente por la rue de la Verrerie. Justo a dos pasos de una esquina, a donde habíamos entrado con el único propósito de no repetir el camino que habíamos hecho el día anterior por la rue Rivoli, Patty vio la vitrina de una tienda que a todas luces era un imán para compradores de todo tipo. Sin ver siquiera el nombre entramos a ver de qué se trataba. La cantidad de clientes y el abarrotamiento general de productos de todo tipo indicaban que algo bueno debía estarse cocinando entre las cuatro paredes de la diminuta tienda.

Se trataba de un negocio de ropa vieja, no se sabe si usada o no, pero definitivamente sacada del closet de las madres o las abuelas de quienes afanosamente urgaban entre los interminables percheros. Aquí, también, si quieres comprar algo debes aferrarte a lo que encuentras y no soltarlo hasta que has abandonado toda esperanza de que te sirva o de que realmente vas a poder usarlo alguna vez sin que la sospecha o la vergüenza te asalten. Sospecha de que puedes estar comprando por diez euros el abrigo que le perteneció alguna vez a una señora muy mayor cuyo vestuario íntegro fue vendido por sus deudos a los dueños de esta tienda una vez que la pobre viejita pasó a mejor vida. Vergüenza de encontrarte de pronto en la calle con una señora de ochenta años que lleva puesto exactamente el mismo vestido que tú y que en el futuro será vendido por sus deudos a una tienda exactamente igual a ésta.

Superado el trauma de los muertos que han sido o serán usuarios de las prendas que aquí te deslumbran, puedes tal vez asumir que el precio es lo que realmente cuenta y lanzarte por el barranco de comprar camisitas a cinco euros, pantalones y faldas a nueve o diez, vestidos a veinte. Si te queda un resto de duda, terminas de convencerte al ver las espectaculares mujeres, que parecen modelos de esas que sólo salen en las revistas, que entran en la tienda y se instalan sin prejuicio alguno frente a los percheros a elegir con ojo certero prendas que apenas se colocan frente al espejo, sobre sus cuerpos impecables sin grasa ni celulitis, y pagan convencidas de que han hecho la mejor compra del día y que su vestuario seguirá definiendo la moda en los tiempos por venir.

Dos horas después de ver jovencitas de quince años entrar a probarse la ropa que usaron sus madres, abuelas y bisabuelas, llega el momento de tirar la toalla y volver a establecer un ultimatum. Esta vez la promesa que funciona es que siempre podemos venir más tarde y que además hay una tienda hermana de ésta una calle más allá, en el número 8 de la Rue Ste. Croix de la Bretonnerie. Antes de salir nos llevamos la tarjeta del sitio para no perder la referencia y luego descubrimos en internet que se trata de una tienda famosa porque en ella incrementaron su guardarropa las estrellas de la película María Antonieta, cuando estaban filmando aquí el año pasado.

Confieso que me compré un vestidito negro y una camisa blanca que tal vez pertenecieron a una irredenta hippie que en los años sesenta tenía ya la edad que yo tengo ahora. La camisa ya me la estrené, pero estoy esperando un clima más apropiado para usar mi nuevo vestido viejo. Espero tener la suerte de no encontrarme una señora cuarenta años mayor que yo usando el mismo trapo con más dignidad y menos aspaviento.

En cuanto a Patricia, es posible que se vuelva la pionera de la moda vintage en Caracas. Aunque tengo la sospecha de que el mercado venezolano no está listo para aceptar que los trapos de las señoras que nos precedieron, comprados a precio de gallina flaca, sean un buen sustituto de la moda recién llegada de New York, con olor a nuevo y precios dignos del mejor comprador compulsivo.

martes, 30 de septiembre de 2008

Paseando a Patty



Amiga,

He estado paseando a mi sobrina Patricia por París desde la semana pasada. Por eso no te he escrito largo. Tal vez escriba una nota sobre lo que he descubierto de la ciudad en estos días. Por ahora, sólo te adelanto una foto de Patty en el medio de los Campos Elíseos con el Arco del Triunfo al fondo.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Civilización francesa


Amiga,

Esta semana me inscribí en el Curso de Civilización Francesa de la Sorbona. Ya varias personas me lo habían recomendado y yo me entusiasmé con la idea de vivir la experiencia, más bien vicaria, de estudiar en la gran universidad francesa, aunque fuese por unos meses y casi de embuste. Es un simple curso de Francés, con una hora de laboratorio cada dos semanas y un par de conferencias sobre historia y cultura francesas, pero aquí saben hacer todo con grandilocuencia y profusión de complicadas instrucciones, así que no resultó tan simple.

Para empezar, llegamos directo a la dirección que aparece en la página web y que se supone que es la sede central de los famosos cursos, es decir, en el viejo edificio de la Sorbona, número 47 rue des Écoles, pero un guardia uniformado y malencarado nos mandó al número 54 de la rue St. Jacques, es decir, a darle la vuelta a la esquina y, literalmente, regresar por donde vinimos. Una vez ahí, el respectivo guardia uniformado de la puerta 54 nos dio instrucciones para que bajáramos a la Galerie Richelieu, en el primer pasillo a la derecha, y buscáramos la oficina C 391 de la Sala A. El gentío en la puerta nos anunció que habíamos llegado. Pero cuando entré a preguntar cómo era la cosa, qué había que hacer, me dieron un mapita en una hoja verde explicándome que aunque la inscripción en efecto era ahí, primero había que ir al 16B de la rue de l´Estrapade, detrás del Panteón, a buscar una tal “convocatoria”.

Para allá nos fuimos, preguntándonos qué será eso de la tal convocatoria. Caminamos la cuesta que sube al Panteón (que puedes ver en la foto), pasamos por delante de su impresionante fachada, y nos acordamos que tenemos que volver a mirar cómo está todo, a ver el Péndulo de Foucault que inspiró la novela de Umberto Eco y a tomar fotos con nuestra nueva cámara que seguro van a salir mejor que las que tomamos la última vez. Entramos en la rue d´Ulm y en la primera esquina cruzamos a la izquierda, tal como indicaba el mapa. En realidad estamos en nuestro vecindario y no hay manera de perderse. No es necesario verificar cuál es el número 16, porque hay carteles de los Cursos de Civilización Francesa por todas partes.

El portero nos da un cartón con el número 64 y nos indica que debemos bajar unas escaleras y entrar a un auditorio. Después nos enteramos que en ese mismo auditorio es donde van a dictar las tales conferencias sobre la cultura francesa. Por ahora, sólo sabemos que tenemos que esperar a que me llamen. Lyo se queda conmigo, aunque se ve que la espera va a ser larga. Nos distraemos escuchando a la gente, tratando de adivinar cuál es el procedimiento, de qué se trata todo el asunto de la convocatoria. Antes de que llegue mi turno ya hemos dilucidado que se trata de escuchar la misma información que hemos leído en la página web y recibir instrucciones sobre el procedimiento de inscripción, que es lo que en realidad es complicado.

Mientras esperamos y escuchamos a los tres profesores que dan informaciones y entregan folletos, tarjetas de citas y papeles varios, nos preguntamos cómo es que hablan en francés con todo el mundo, si se supone que todos los que están ahí van a hacer un curso del idioma, y por lo tanto no deben hablarlo ni comprenderlo mucho que digamos. Ese misterio nunca se aclara. Cuando después de una hora o más llega mi turno, directamente le aviso a la joven que me atiende que sólo hablo inglés y español. Ella me responde muy atentamente en español, disculpándose por no hablarlo muy bien. En resumen me cuenta qué es lo que debo hacer a continuación, lo que paso a contarte sin exageración alguna, sólo tratando de hacer la explicación lo menos complicada posible:

Para inscribirte en el Curso de Civilización Francesa de la Sorbona debes obtener en esta entrevista un papelito verde que te permite entrar a la oficina C 391 de la sala A de la Galerie Richelieu del número 54 de la rue St. Jacques. Una vez allí, con tu verde papelito y luego de hacer la respectiva cola, debes presentar dos papeles: tu visa -o el papel que dice que la estás tramitando- y un título que indique que estás al menos por encima del bachillerato. Pero eso no es todo, también debes llevarte un papelito blanco que te acredita para presentar un examen de suficiencia escrito y un papelito amarillo que te acredita para que te hagan un examen oral, además de una larga hoja verde con el horario de las conferencias de civilización francesa y otra gran hoja explicando los pasos que debes seguir. Cada examen es en un lugar y una fecha diferentes. Si se te pierde cualquiera de los tres papelitos debes volver aquí y comenzar todo de nuevo.

Lyo me dejó sola después de esto, porque era evidente que el trámite me iba a llevar una larga parte del día. Así que bajé, ya por mi cuenta, de nuevo al viejo edificio de la Sorbona. En la puerta el vigilante reconoció el mágico papelito verde y me dejó pasar sin hacer preguntas. La cola frente a la oficina C 391 era más larga que cuando llegamos en la mañana. La espera no fue tan larga, porque había seis o siete funcionarios haciendo las inscripciones y la gente pasaba en grupos a la sala. Un niño llorando a gritos desesperados me acompañó durante los largos cuarenta minutos que estuve en la cola.

Ya adentro me atendió una joven que me pidió mis datos para anotarlos en un terminal. No tuvo ningún problema con mi visa pero lanzó un silbido de falsa admiración al ver mi flamante título de PhD. El mes pasado yo había leído toda la información en la web y los requisitos que exigían para entrar y, conociendo la manera extraña como funcionan los franceses, envié un mail preguntando si podía traer mi único título europeo. Me respondieron diciendo que sería suficiente. Así que me vine con mi carpeta vinotinto bajo el brazo y el silbido de burla me confirmó que tal vez soy el único ser entre los inscritos que tiene semejante título y cero nivel en el idioma de Voltaire.

Cuando pensé que una vez ingresados mis datos ya estaba listo el procedimiento de inscripción, pregunté si eso era todo y estaba a punto de preguntar dónde tenía que pagar. La chica que me atendía me miró con el fastidio de quien ha repetido las mismas instrucciones cien veces en una mañana y me dio un nuevo papelito, indicándome que debía regresar al número 16B de la rue de l´Estrapade a pagar y a que me sacaran el carnet que me acreditaría como estudiante de la Sorbona. ¡No lo podía creer! Había que regresar al mismo lugar de donde había venido. ¿Qué necesidad tenían de convertir una simple inscripción en una carrera de resistencia? Con toda seguridad hay maneras menos complicadas de enrolar a un grupo de ignorantes en un miserable curso de francés, por mucho que sea la Sorbona la que lo dicte.

Rumiando mi furia subí las tres cuadras de nuevo al 16B de la rue de l´Estrapade. Ya no tenía ánimo ni de mirar la majestuosa fachada del Panteón, donde a esas alturas del trámite burocrático, Voltaire y todos sus congéneres podían hacer con la civilización francesa lo que mejor les viniera en gana. Llegué echando humo a la puerta y le enseñé al vigilante mi nuevo papelito con cara de reclamo. El hombre sin inmutarse me señaló una puerta. Allí había un gran mesón con dos mujeres cobrando y dos jóvenes con computadoras sacando los carnets. Sólo tenía dos personas delante, así que apenas me dio tiempo de calmarme cuando ya me tocaba mi turno. Como si no lo supiera, la señora que me estaba cobrando me anunció que la carrera de supervivencia en la que me estaba enrolando me costaría mil cuatrocientos euros y me preguntó que cómo quería pagar. Saqué mi flamante tarjeta de crédito con el resto de furia que me quedaba. La mujer reiteró el monto que iba a cobrarme, como advirtiéndome que se trataba de una cantidad considerable. Afirmé con la cabeza de la manera más convincente que pude, pero la mujer no dejó de mirarme de manera sospechosa hasta que la máquina que procesaba la tarjeta no escupió el papelito aprobatorio.

El siguiente y último paso sería sacar el carnet de estudiante. Un par de jóvenes se encargaba de las máquinas y sus cámaras infernales. De más está decir que la foto digital que me tomaron quedó horrorosa. Pero a esas alturas, la verdad es que me importaba un pito que mi único paso por la Sorbona como estudiante quedara registrado con tan infame documento. Lo único que quería era terminar de salir de ahí con la seguridad de que no había otro paseo pendiente. Como último paso, una mujer malencaradísima e incapaz de comunicarse en ningún idioma conocido por el ser humano le entrega a uno un librito morado con “Informaciones Generales”. El librito recuerda las fechas cruciales en francés, español e inglés, como para compensar la falta de habilidades comunicativas de la mensajera.

Era martes. El jueves me tocaba asistir al examen de nivelación. El examen sería –para variar- en otro lugar, diferente a los dos ya conocidos. La dirección era 214 Boulevard Raspail. Por suerte queda a unos veinte minutos caminando desde Villa Pasteur, así que no tuve problemas en llegar. Para hacerte corto un cuento largo, al iniciar el examen me incorporé a la fila de gente que se declaró ignorante total en lengua y civilización francesas, lo que me garantizó terminar rápido con el trámite y hacer el curso desde cero, que era lo que quería.

Y aquí me tienes, esperando el 8 de octubre, cuando me toca ir a buscar mis horarios para comenzar clases el jueves 9. Del 9 al 16 tengo que inscribirme en el laboratorio de "fonética" y en las famosas conferencias. Ya te iré contando de mis progresos en la lengua de Voltaire. Con respecto a la civilización francesa, no creo que haya un curso –ni dos ni tres- que me pueda enseñar más sobre la retorcida cultura local que este curso rápido e intensivo que he tenido que sufrir para sobrevivir a la burocracia de la Sorbona.