lunes, 21 de mayo de 2012

Viajar demasiado


Amiga,

Hace días que debí haberte escrito para contarte del viaje a Tenerife que hicimos a finales de abril. Y, sin embargo, ya pasamos de largo por la mitad de mayo y yo he estado aquí pasmada bajo el frío del polo sin poder articular ni una palabra. Pero hoy hace sol y el recuerdo de Tenerife me asaltó desde esta mañana y quise sentarme a contarte de sus calles tan similares a las nuestras, de sus ciudades que parecen una extensión de Chacao o Altamira o los Palos Grandes.

Y en efecto me senté a mirar fotos para ver si te armaba una historia en la que no apareciera que me robaron mi monedero, sacándolo de la maletera del carro que alquilamos sin dejar ningún rastro. Quería recordar solamente el lado luminoso, las playas de arena negra, las piscinas naturales que se llenan de agua de mar cuando sube la marea, los interminables sembradíos de cambures, que allá llaman plátanos; el paisaje lunar al pie del Teide, el volcán que domina la isla.

Quería revivir la imagen de los atardeceres nítidos que tanto me recordaron las tardes en Margarita, el paseo que hicimos en Santa Cruz en domingo de mercado, por calles tomadas por vendedores ambulantes. Quería acordarme de las ganas que tuve de quedarme para siempre leyendo en la biblioteca pública que está abierta las veinticuatro horas del día y puede usar todo el mundo, sin restricciones de ningún tipo. Y de las arepas con queso blanco que comimos ¡dos veces!

Pero los recuerdos de Tenerife se me juntan con los de Besançon, de donde llegué hace unos días y la memoria se me atiborra. Se me juntan las playas con los parques, el Atlántico con el río Doub, que corre inmenso a media cuadra del apartamento donde nos quedamos. El mercado “biológico” de la plaza de Besançon que recorrimos dos veces el domingo pasado se me solapa con los tarantines de los cubanos escandalosos que vimos en Tenerife. Se me mezclan las aceras, los árboles, las palomas, los faroles y los puentes, como si se tratara de restos de una película mal editada.

Así que amiga, te quedo debiendo dos viajes. Y todavía me falta ir a Barcelona. ¡Qué agobio!

Ya sé que no suena bien andanrse quejando de viajar demasiado. Sobre todo cuando quienes te leen pueden estar interesados precisamente en ese tema. Hace unos días descubrí que las entradas más leídas de este blog nuestro son las que hablan de viajes. Con seguridad debe haber un motor de búsqueda que mete en la lista entradas de blog como las mías cada vez que alguien teclea el nombre de una ciudad o de un lugar dentro de una ciudad. Por ejemplo el Louvre.

Gracias a las estadísticas que generosamente acumula el servidor de blogspot, ahora sé que mi entrada sobre el Louvre en un santiamén ha sido leída –o visitada, al menos– por más de ¡dos mil lectores! Y todas las entradas en las que cuento recorridos por ciudades o por sitios diversos tienen entre quinientas y mil visitas, incluyendo la historia de aquella caminata que hicimos el año pasado por los canales. 

¿Será que debo dedicarme a escribir reseñas de viajes? Si me pagaran por eso sería maravilloso. Pero de gratis me da como fatiga. De todos modos, te prometo un recuento minucioso del recorrido que haga esta vez por Barcelona.

Pero hace sol, amiga, y como ves el buen clima no me pone muy elocuente. Así que dejo esta perorata boba hasta aquí.

Te mando un abrazo incoherente,

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