lunes, 24 de noviembre de 2008

A trabajar!

Amiga,

Por lo que se sabe a estas horas, la oposición ganó en las gobernaciones previstas. No he revisado con detalle las cifras de las alcaldías o las asambleas regionales, pero parece claro que el gobierno ya no está sólo y deberá escuchar a gobernadores y alcaldes de la oposición.

Entre los textos más claros y precisos que he leído hoy está el editorial de Tal Cual, que escribe Teodoro Petkof. Te copio abajo una parte, porque creo que resume bien el balance que la oposición puede sacar de estas elecciones:

Con los triunfos en Caracas, Miranda, Zulia y Nueva Esparta, amén de los probables en Carabobo y Táchira, que reúnen un poco más de la mitad de la población venezolana y que son los centros económicos, culturales y políticos claves del país, la oposición ha dado un gran paso en el sentido de su fortalecimiento. Accede a algunos centros de acción e iniciativa política y administrativa tan significativos como para que se pueda afirmar que el perfil político de la República ha experimentado una nada desdeñable modificación positiva. Es un triunfo de la estrategia democrática y electoral, el triunfo de la búsqueda infatigable de un clima de tolerancia y respeto, del empeño en hacer un país que supere la polarización y la división brutal que lo han desgarrado durante tantos años. Haber ganado en estos estados y en un gran número de alcaldías, incluyendo muchas de capitales de estados y de ciudades importantes, ha sido una derrota de la prepotencia, de la arrogancia, del desprecio por los que opinan distinto, de la política entendida como agresión, insulto y ofensa al adversario.
(...)

Ya habrá tiempo para interpretar los resultados completos. Por ahora, la capital de la República y el estado Miranda, en el cual la mitad de la capital está situada, pasan a ser gobernadas por dirigentes de la oposición. Zulia, el estado más importante del país, continúa en las mismas manos y Maracaibo, la segunda ciudad del país, fue recuperada por la oposición. Ahora veremos si Hugo Chávez es capaz de prescindir de su compulsión excluyente e insultante y puede asimilar la idea de que existe una mitad del país que rechaza el proyecto personalista, autoritario, autocrático y militarista que él encarna y que esa mitad del país le ganó el centro político más importante de la República. (...)

También la prensa internacional ha destacado la importancia de los estados que la oposición ganó. El País de España titula y encabeza su noticia sobre las elecciones de una manera que me parece que enfatiza que, en este caso, no es la cantidad sino la calidad lo que cuenta. Te pego abajo un resumen de la noticia, con todo y su título:

El partido de Chávez gana en la mayoría de Estados,
pero pierde los más poblados y Caracas


La oposición se ha impuesto en cinco regiones: Zulia y Miranda, las más importantes del país, Nueva Esparta, Táchira, y Carabobo.- Gana, además, la alcaldía de Caracas.- Chávez recupera Trujillo, Aragua, Guárico y Sucre de manos de sus disidentes

Caracas - 24/11/2008
El presidente venezolano Hugo Chávez ha proclamado hoy la victoria de su Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en las elecciones regionales, al imponerse en al menos 17 de los 22 Estados que celebraban comicios, según los resultados provisionales. No obstante, ha perdido en las importantes regiones de Zulia y Miranda, las más pobladas del país. Además, la oposición se ha impuesto en la Alcaldía Mayor de Caracas. (...)

La oposición mantiene los Estados de Zulia, región petrolífera, y de Nueva Esparta, que ganó hace cuatro años, pero arrebata Miranda, que engloba varios barrios de la capital, al partido de Chávez. Por su parte, el PSUV, fundado por el presidente venezolano, recupera Trujillo, Aragua, Guárico y Sucre, hasta ahora en manos de disidentes del chavismo, y mantiene Barinas, tierra natal del mandatario y donde se presentaba su hermano, Adán Chávez.

Zulia y Miranda están considerados como los más importantes del país por su peso económico, su población, que suma más de 6,6 millones de habitantes de los 28 millones que tiene Venezuela, y unas posiciones estratégicas. La oposición también ha vencido en los estados de Táchira, chavista hasta el momento, y Carabobo, feudo hasta ahora de un disidente del chavismo, según han informado fuentes locales. Así, de confirmarse los resultados provisionales, la oposición se hace con el Gobierno de cinco estados (Zulia, Miranda, Nueva Esparta, Táchira y Carabobo), por 17 del oficialismo. Hasta ayer, los opositores sólo controlaban dos regiones.

De poco ha servido la agresiva campaña de Chávez en los últimos días previos a las elecciones, en las que llegó a amenazar con las armas a la oposición, además de lograr la inhabilitación de muchos de ellos. Chávez intentaba con estos comicios resarcirse del revés de hace menos de un año, cuando se rechazó en referéndum su proyecto constitucional. Llegó a decir Chávez que "perder al menos tres gobernaciones en estas elecciones resultaría una derrota para el Gobierno nacional".
(...)


Ahora –digo yo- falta esperar que la oposición administre estas victorias como es debido y se dedique a resolver los problemas de manera eficiente. Hay que suponer que, a estas alturas, ya han aprendido que los espacios políticos se ganan haciendo una buena gestión y trabajando por mejorar las condiciones de vida de la gente. Y que no es a punta de declaraciones de principio en contra de Chávez como van a seguir creciendo. Tampoco van a ir más allá si no buscan alternativas a los viejos y gastados dirigentes regionales. La oposición no ganó más gobernaciones porque en muchos estados del interior la unidad sólo se planteó como una vuelta a los obsoletos cuadros dirigentes de AD o Copei.

También hay que esperar que el nuevo mapa político implique una mayor representación de la oposición en el CNE, porque ayer los rectores dejaron mucho que desear. La dignidad ofendida de Tibisay Lucena frente a los reclamos por flagrantes irregularidades lucía tan falsa que daba pena ajena. ¿Cómo pueden, con su cara muy lavada, insistir en que los venezolanos deben confiar a ciegas en el árbitro cuando un año después todavía no conocemos los resultados finales del referendum del 2 de diciembre? ¡Francamente!

En fin, amiga, que la política sigue siendo un negocio bien sucio. Ahora sólo toca esperar que -de un lado y de otro- se dediquen a trabajar y se dejen de palabrerías y acusaciones, al menos hasta la próxima campaña electoral.

Seguimos en éstas, un abrazo,
r

domingo, 23 de noviembre de 2008

Elecciones a distancia

Amiga,

Está nevando en París y nosotros tenemos un rato largo frente a la computadora, escuchando en la radio venezolana cómo se abren los centros electorales y empiezan a votar los primeros electores. Hay muchas informaciones contradictorias sobre retrasos en la instalación de las mesas y es como comenzar a ver una película de suspenso que va a durar más de 24 horas... ¿saldrá todo bien? ¿votará todo el mundo? ¿se contarán los votos tal como fueron emitidos? ¿se sabrá hoy quiénes ganaron?

Estuve buscando entre los artículos de opinión de los periódicos a ver si había algún artículo, alguna columna que pudiera usar para opinar aquí por voz interpuesta. Pero no encontré nada que se acomodara exactamente a mi ánimo de hoy. No es lo mismo ver una elección tan importante como ésta desde adentro que verla desde afuera.

Me da un sentimiento de culpa horrible no estar ahí para hacer mi cola y votar con todo el mundo.
Seguiremos en esta angustia, cruzando los dedos por todos los que están allá...

Un abrazo,
r

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Sin tema en París


Amiga,

He estado mirando atentamente a mi alrededor para ver si encuentro algo interesante sobre qué escribirte. Hasta me he llevado algunos días mi libreta de notas por si se me ocurre una frase inspiradora a mitad de la calle. Pero llega un punto en el que la rutina te atrapa y la ciudad en la que vives –aunque sea París- se reduce a las tres calles que usas todos los días para cumplir con las rutinas cotidianas.

He estado considerando escribirte sobre los 'sin casa' -nosotros no usamos esa expresión, decimos mendigos ¿no?- que viven en las aceras o escondidos entre los resquicios de los edificios. Los veo todas las mañanas mientras camino por la Rue d´Ulm al Colegio de los Irlandeses. Duermen en las aceras, sobre las rejillas de las que sale un vapor que parece venir de la tierra o en el precario agujero que queda entre una jardinera abandonada y la fachada de un edificio. Cuando se levantan y se van a hacer lo que sea que hacen durante el día -¿pedir limosna? ¿recoger desperdicios? ¿dormir en otro lado?- dejan en el lugar un cerro de cosas dispersas y difíciles de clasificar: zapatos nonos, pedazos de trapos, periódicos, cartones. Un estropicio marrón y arrugado que indica que alguien ha tomado ya esa esquina y nadie más puede reclamarla. Pero es un tema demasiado triste.

He pensado escribirte sobre el modo como en esta ciudad remodelan o le hacen mantenimiento a los edificios. En las tres calles que uso todos los días hay al menos dos edificios tapados a los que les están reconstruyendo la fachada y es impresionante la rapidez con la que los embojotaron en andamios y grandes telas blancas. Ahora parecen momias gigantes. Uno puede imaginar que detrás de las enormes telas se realiza un complicado ritual de limpieza y restauración y que en unos meses, cuando destapen el edificio, será posible ver el milagro del cambio. Se trata de edificios que pueden tener cien años o más, así que estamos hablando de una operación delicada. Pero es un tema sobre el que mi ignorancia me impide decir mucho más.

He pensado escribirte sobre las largas colas que se hacen a medio día en la acera de enfrente de las boulangeries. Son colas de estudiantes hambrientos y con frío, que esperan pacientemente a que en el diminuto espacio de adentro le despachen a los afortunados que llegaron primero. Todos compran grandes sánduches de jamón y queso, de brie con tomates, de pollo al pesto con camemberg... las combinaciones son infinitas. También se pueden comprar las deliciosas ‘tartes de pommes’ –que son mis favoritas- o unas escuálidas ensaladas que de solo mirarlas el hambre se multiplica. Pero ¿a quién le interesa qué comen los estudiantes en las panaderías parisinas?

He hecho varias veces el intento de escribirte sobre los graffitis que hay en toda la ciudad. He tomado muchas fotos que he ido usando para distintas notas, incluyendo ésta. He intentado ordenar de algún modo las imágenes para ver si puedo construir una especie de clasificación que me permita armar un relato del graffiti parisino. Un relato que vaya desde la firma rápidamente trazada para reclamar un espacio, hasta las elaboradas imágenes de una vampiresa llamada Miss.Tic que declara en distintos dibujos su pasión por la libertad, pasando por los personajes de cine que pinta Jef Aerosol, sin dejar afuera las pintas multicolores de figuras abstractas. Pero no logro dar con el hilo que me permita unir todos los pedazos en un discurso coherente.

He considerado escribirte sobre la diminuta sala de cine que hay en nuestra Rue des Ursulines. Es un cine dedicado a películas infantiles, no sé si exclusivamente, pero eso parece. En las mañanas, y a veces también en las tardes, se apilan filas de niños enfrente, esperando que les toque el turno de entrar. Hoy, por ejemplo, vi un grupo de niñitos que no tenían más de tres años, todos abrigaditos porque el frío no perdona. Iban en una fila doble, agarrados de las manos de dos en dos, y cantaban una canción de esas que cantan los niños, con muchas repeticiones y un ritmo pegajoso. Eran niñitos de todos los tonos de piel posibles y a ninguno parecía importarle en lo más mínimo de qué color era el compañerito que tenía al lado. Pero me he prometido escribirte una larga nota sobre los cines de París y esta instantánea pertenece a esa nota.

He querido insistir en mi tema del clima. Contarte que noviembre en París no es tan frío como en Edimburgo pero es igual de triste, porque te levantas sin sol, pasas la mañana y la tarde con el cielo encapotado y te acuestas sin haber visto un rayito de luz en todo el día. Llueve menos, pero garúa con insistencia. Hace menos viento, pero las aceras y las calles parecen estar siempre mojadas y uno se hiela de abajo para arriba. Se fueron los pájaros y lo único que se escucha a lo largo del día es la campana de la iglesia más cercana dando la hora. Pero el asunto del clima me da una sensación de deja vu que me pone nostálgica.

Nada me convence. Nada da para sentarse a considerar el asunto por más de un párrafo. Así que aquí me tienes, escribiendo la típica crónica del que no tiene nada interesante que contar. Y aún así me siento en la obligación de subirte esta nota porque me parece imperdonable mi falta de tema en una ciudad como ésta en la que pasan las cosas más importantes todos y cada uno de los días.

Siempre queda la posibilidad de escribir sobre lo que uno lee en la prensa o ve en las noticias. Pero esta semana, aparte de la debacle económica y los eternos pleitos políticos –los socialistas están eligiendo líder aquí esta semana... ¡y se tiran de los pelos de lo lindo!- lo único que realmente me ha interesado ha sido una noticia difícil de digerir: la muerte de un niño británico de 17 meses a manos de su madre y de dos amigos. La noticia no es, en realidad, la muerte de la criatura, sino la condena de los responsables y la asombrosa repartición de culpas que ha circulado en los medios. La prensa llama al niño ‘Baby P’. Si quieres saber sobre el caso puedes poner ese nombre en Google y entrarás en el horror. Yo prefiero abstenerme, por ahora.

Así que nos quedamos en esto, amiga, en una nota sobre las posibles notas que no te he escrito. Espero que esta falta de inspiración o de ánimo se me pase los días venideros y te pueda contar algo que valga la pena y sea digno del escenario en que me encuentro.

Mientras tanto, recibe un abrazo,

r

jueves, 13 de noviembre de 2008

Jaqueca

Amiga,

He pasado varios días con jaqueca y sin ganas de nada en la vida. Hace un rato se me ocurrió que tal vez lo único productivo de sufrir de jaqueca es que sea posible escribir sobre ella. Alguien me dijo una vez que ése era el mal de las personas creativas y que debía servirme de consuelo que gente como Cortázar o Virginia Woolf padecieran de terribles jaquecas. La verdad es que no creo que sea mucho consuelo, más allá del hecho de que las jaquecas de esos ilustres adoloridos eran bastante peores que las mías, que son –con todo- de lo más decentes. Sólo duran tres o cuatro días y a veces responden a los calmantes.

Todo empieza con un presentimiento. Quien sólo ha sufrido simples dolores de cabeza cree que uno glamoriza la jaqueca al otorgarle una especie de halo de misterio con este asunto del presentimiento. Pero es rigurosamente cierto. Un presentimiento de dolor es a veces peor que el dolor mismo. Es un anuncio del sufrimiento por venir. Así que cuando el dolor realmente llega ya lo hemos comenzado a padecer por anticipado. Es por eso que el de la jaqueca es un dolor doble, desdoblado en sí mismo y su anuncio, su amenaza. Esta vez el anuncio me llegó entre sueños.

Estaba soñando con mis hermanas. Siempre sueño con mis hermanas, todas estamos pequeñas, todas estamos vivas y no hay sobrinos ni maridos. Pero esta vez era un sueño distinto. Rebeca me llamaba por teléfono muy temprano para recordarme que debía llevar a mis sobrinas, Alexandra y Daniela, al colegio. Y yo no podía levantarme de la cama porque me iba a doler la cabeza en algún momento y tenía que esperar el dolor acostada, con una compresa fría en la frente.

Cuando me desperté la voz de mi hermana seguía en mi oreja y el dolor era ya bastante fuerte. Hace tres días de eso y apenas estoy saliendo del lado más fuerte del ataque, pero lo que queda después del dolor es lo contrario de un anuncio... ¿cómo podemos llamarlo? ¿la tristeza de un mal presentimiento confirmado?

Lo peor de un ataque de jaqueca no es el dolor en sí, el momento preciso en el que el dolor existe y uno tiene que luchar contra él con compresas frías y pastillas. Lo peor es el anuncio del dolor que aparece antes y la especie de amarga tristeza que queda después. Una sensación de resignada aceptación de que nuestro cuerpo puede detenernos cuando él decide que no va más. Dicho de una manera menos mística, el reconocimiento triste de que somos un cuerpo que se enferma, se ‘adolora’ y se niega a responder.

Pero desgraciadamente la jaqueca no es sólo un dolor, es también un permanente estado de náusea. El estómago se te revuelve y te sientes como si estuvieras a punto de vomitar cada segundo del día. Es como si toda la repugnancia por el mundo se te acumulara en el borde del estómago de una sola vez. Tal vez por eso el ánimo con el que al final te quedas es una mezcla de tristeza y desolación. Pero también de indefinida nostalgia. Extrañas un tiempo en el que el asco no existía.

En estos días en que lo que me queda de un ataque de jaqueca es esta tristeza sin objeto, estas ganas de llorar por nada y por todo, este resto de náusea, siento que tal vez ni siquiera escribir sea un consuelo. Porque cuando la voluntad se te detiene en seco no importa que también Cortázar sufriera jaquecas. Cuando el cuerpo te duele no puedes ver más allá de ti misma. El mundo empieza y termina en tu frente que acaba de estallar. Sólo puedes esperar que cuando vuelvas a la vida haya algo interesante que hacer, algo en que pensar más allá del dolor, una buena frase que escribir.

Como esta nota confirma, no es verdad que se pueda escribir decentemente sobre el dolor. Así que la dejo hasta aquí, con la promesa de escribirte sobre un tema menos pobre la próxima vez.

Por cierto, he estado pensando que tal vez debería terminar estas notas como es debido, como se terminan las cartas, como he terminado siempre cada una de las cartas que te he escrito, despidiéndome. Así que aquí va la poco agraciada despedida de hoy:

Dolorosamente,

r

martes, 11 de noviembre de 2008

Museo del Quai Branly


Amiga,

Vuelvo a mis temas después del paréntesis político.

El fin de semana pasado fuimos al Museo del Quai Branly. Aprovechamos que era primer domingo de mes, día en que todos los museos son gratis, para ver por fin ese museo que tanto nos ha llamado la atención. Es un museo antropológico y por lo tanto pretende representar las culturas “primitivas” del planeta a través de algunos de sus objetos más emblemáticos. Lo curioso es que esta muestra de culturas primitivas se encuentra en uno de los edificios más modernos de la ciudad. Ver el edificio por fuera y por dentro es tanto o más impresionante que observar los artefactos que en él se exponen. Se trata de una competencia entre la super-modernidad de una estructura en la que la tecnología de punta es evidente con la precariedad de la madera, el barro y la paja de los artefactos primitivos de las tribus más remotas del planeta.

El espacio exterior del museo muestra de entrada el mismo encuentro que se va a dar adentro. Sobre un jardín que parece descuidadamente salvaje flota una mole multicolor sostenida sólo por unas leves columnas rojas. Al aproximarse a las puertas de entrada uno tiene la sensación de estar pasando por debajo de un enorme barco suspendido en el aire. Una vez adentro, el ingreso a las salas se hace a través de un pasillo blanco y curvo en el que se proyectan, aquí y allá, películas de paisajes naturales o personas en trajes típicos, en una especie de fusión de naturaleza con cultura que plantea -de entrada- la posibilidad de una larga digresión sobre el modo como la cultura francesa mira a sus especímenes antropológicos. Pero no hay que ceder tan pronto a la tentación de la fábula con moraleja.

El blanco camino termina en una especie de vórtice en penumbras del que parten varios recorridos posibles. Después del iluminadísimo pasillo blanco del que provienes -¿una metáfora de la luz, del saber europeo?- entras en la penumbra del mundo primitivo. Pero todavía no es tiempo de construir moralejas. Cuando te acostumbras a la estudiada penumbra y te adaptas a las instrucciones del lugar, te das cuenta de que el museo propone un recorrido geográfico que comienza por las islas de Oceanía y pasa por las culturas de Asia y África, para llegar finalmente al breve pabellón de las Américas.

Nótese que no existe siquiera la noción de comunidades europeas que puedan ser representadas en este museo de lo primitivo. Lo pre-moderno se ubica de entrada fuera de Europa y no hay un sólo indicio de que sea posible estudiar, desde una perspectiva antropológica, las culturas tradicionales instaladas en este continente que se mantienen al margen del impulso de la modernidad. Se me ocurre un ejemplo simple: los gitanos. Pero, no seamos exigentes. Aceptemos el recorrido propuesto y suspendamos la incredulidad, como si fuéramos los espectadores ideales de esta puesta en escena.

La exposición de artefactos de las miles de islas de Oceanía parece la más amplia. Está llena de objetos ceremoniales y se pueden ver videos en los que, por ejemplo, un jefe de tribu enseña a los jóvenes que se preparan para entrar en la edad adulta a hacer máscaras sobre cráneos verdaderos y con pelos reales. Esas máscaras están expuestas en vitrinas iluminadas dramáticamente para crear un ambiente misterioso o al borde de lo sobrenatural. Del mismo modo están expuestas las armas y los instrumentos de trabajo. Uno no puede menos que preguntarse cuál es el misterio de un cuchillo de carnicero o de una flecha para cazar, digamos, pájaros. Pero la puesta en escena logra su cometido y en medio de la penumbra uno termina por aceptar que lo mágico o lo metafísico, el misterio y el asombro, es consustancial con lo no europeo.

Esta sensación de traslado a otro mundo se ve reforzada ante los trajes ceremoniales con plumas, hojas de palma o intrincados diseños de los tejidos africanos. O frente a los gigantescos totems que representan figuras mitad humanas mitad animales. O ante las extraordinarias pinturas de los aborígenes australianos que, para mí, no tienen nada de primitivas y deberían estar en el Musée D´Orsay o en el mismísimo Pompidou, junto a Picasso y a Matisse.

Al llegar al pabellón americano sorprende la pobreza de la muestra. La representación más amplia es la de las tribus canadienses y norteamericanas. Las culturas del sur del Río Grande están resumidas en un puñado de países –México, Perú, Colombia, Ecuador y otra vez México- y unos pobres objetos más bien marginales. Eso sí, los poquísimos artefactos americanos están enmarcados por citas de Levi-Strauss y eso parece compensar en sí mismo la pobreza de la muestra. En esta última parte del recorrido, la voz del antropólogo francés por excelencia parece más valiosa que los objetos primitivos expuestos.

Con todo, lo que más sorprende es encontrarse de pronto con objetos que son de uso cotidiano hoy, en cualquier rincón del mundo. Encontrar, por ejemplo, trajes que utilizan las mujeres hindúes o africanas, no sólo en Nueva Delhi, Calcuta, Dakar o Nairobi, sino en las mismas calles de Londres y París. Ahí es cuando comienzas a preguntarte dónde traza este museo el límite entre lo ‘primitivo’ y lo simplemente no europeo. La sofisticada puesta en escena del museo no permite detenerse a pensar demasiado en una respuesta que podría sonar políticamente incorrecta. Porque es evidente esta muestra está pensada para el hombre blanco europeo que no se cuestiona su lugar en el mundo ni su derecho a colocar en el pasado remoto –a través de la puesta en escena de su supuesta ‘primitivez’- a culturas que están vivas y siguen funcionando en el mundo de hoy.

¿Qué hace a un pueblo ‘primitivo’? ¿qué convierte a una cultura en objeto de la antropología, es decir, en objeto de estudio de culturas que se imaginan superiores? A estas preguntas, que se han hecho los antropólogos al menos durante los últimos cincuenta años, el museo Banly responde con una ingenuidad que dista mucho de la sofisticación arquitectónica del edificio que alberga sus cuidadas colecciones. Como potenciales sujetos de la antropología, los inmigrantes del mundo no europeo no podemos evitar la sensación de estar en un lugar en el que –literalmente- se nos etiqueta, se nos encapsula, se nos coloca en una vitrina aclimatizada para que sigamos representando al buen salvaje y se nos lanza una advertencia.

La advertencia es vaga pero no creo que sea inaudible. Sería algo como esto, y aquí me rindo finalmente a la tentación de leer una moraleja: Europa es la cuna y único lugar de asiento de la civilización; toda cultura que no haya recibido o aceptado de manera adecuada la influencia europea se encuentra al margen de ese estadio de progreso absoluto. Ergo, puede ser aniquilada, subyugada o sometida a cualquier forma de subordinación aceptable en los tiempos que corren. Eso sí, siempre y cuando sea posible preservar para éste y futuros museos antropológicos los objetos que atestiguan su decadencia o su simple y llana extinción. Amén.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Chávez y Obama


Amiga,

Sigo enganchada en la noticia de la elección de Obama. Esta vez, copio abajo el editorial que publicó hoy EL NACIONAL, porque me parece que, en efecto, Chávez tendrá que plantearse una nueva relación con los Estados Unidos. No porque la nueva administración vaya a ser más cercana a las políticas de nuestro reyezuelo, sino porque con un gobierno demócrata se le cae a la revolución la coartada de víctima del imperio que ha estado manejando inescrupulosamente.


Un momento propicio
Obama y nosotros


Estados Unidos echó las cartas del futuro y ganó su pueblo. Barack Obama resultó elegido presidente de la gran nación por una mayoría, muy poco común, de votos en el Colegio Electoral. Era lo que se necesitaba, un jefe de Estado con un mandato definido. El desenlace de la campaña estuvo rodeado de grandeza y de fe democrática. John McCain pronunció las palabras de reconocimiento con un tono ejemplar, al proclamar como "mi presidente" a quien minutos antes era su rival. Eso es democracia y eso es dignidad.

Cuando los venezolanos contemplamos estas campañas en países extranjeros y las comparamos con las de aquí para elegir gobernadores y alcaldes, dan ganas de llorar. La destrucción es el grito de guerra del Presidente contra sus adversarios. En Estados Unidos, la competencia tenía otras características. Era entre partidos y entre candidatos; aquí es entre el gobierno todopoderoso y corrupto hasta los tuétanos, y los simples ciudadanos. Aquí el Presidente de la República es el jefe de campaña, y administra los petrodólares como el virtual "capo di tutti capi" de Pdvsa.

El comunicado de la Cancillería venezolana sobre el triunfo de Obama toca los límites del ridículo, al señalar que es "una consecuencia" de los cambios en América del Sur. Pronto los vamos a oír diciendo que el triunfo de Obama se debe a la revolución bolivariana. El embajador en la ONU declaró que para normalizar las relaciones entre Venezuela y Estados Unidos "sería bueno que Obama converse con Ahmadinejad". ¡Una maravilla! Si vamos a unir la suerte y el rumbo de la política exterior a las relaciones entre Washington y Teherán, ya podemos imaginar a dónde iremos a parar. La elección del demócrata Barack Obama ofrece una oportunidad excepcional para que Venezuela normalice sus relaciones con el Norte y para que el gobierno bolivariano no arriesgue nuestro bienestar y comprenda que la crisis financiera nos afectará seriamente, a menos de que actuemos con buen juicio.


Obama impondrá un cambio sustancial en la política internacional de Estados Unidos. Esto en sí mismo promete la iniciación de una nueva época. Pero también la política bolivariana debe cambiar, pues su discurso antinorteamericano ofende por igual a demócratas y republicanos. No hay que llamarse a engaño. Ya Chávez dijo, como buen oportunista sin principios, que deseaba entrevistarse con el nuevo Presidente. Enhorabuena.

El pueblo venezolano desea unas relaciones con Estados Unidos que reflejen los profundos vínculos desarrollados a través de 200 años.

Esto no indica que renunciemos a nuestras prerrogativas, pero ese tono agresivo y ridículo de "agárrame que lo mato", adoptado por el presidente Chávez, no es el camino para llegar a una etapa de respeto mutuo y de cooperación franca.

Obama asumirá el poder en medio de desafíos extraordinarios.

George W. Bush perturbó las relaciones de Estados Unidos con el mundo. A los errores de unos y de otros les llegó el tiempo de la rectificación. Venezuela no debe equivocarse.

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*Tomé la foto que acompaña está nota en una calle de Mérida, en agosto de 2008.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Empujón latino


Amiga,

Los latinos que viven en Estados Unidos apoyaron decididamente a Obama. Creo que esa es una buena razón para confiar en que el próximo gobierno de ese país va a ser positivo para la comunidad latina y para la misma América del Sur. Vale la pena reproducir aquí la noticia, tal como la presentó hoy EL PAIS:


Los latinos, fuerza clave en la victoria de Obama
Un sondeo a pie de urna realizado por CNN revela que el 66% de los hispanos respaldó al presidente electo
REUTERS - Phoenix - 05/11/2008

Los hispanos se han convertido en una fuerza determinante en la victoria de Barack Obama, sobre todo en el suroeste y en Florida. Según un sondeo a pie de urna realizado por CNN, un 66% de los latinos votaron por el senador Obama, y un 32% respaldó a su rival, el republicano John McCain.

Los hispanos constituyen el 15% de la población estadounidense y 9% del electorado, y se había pronosticado que tuviesen un papel importante en los Estados clave que finalmente ganó Obama en las elecciones históricas del martes, entre ellos Nevada, Colorado, Nuevo México y Florida.

Según el sondeo de CNN, el 76% de los hispanos de Nevada votó por Obama, el 73% en Colorado y el 69% en Nuevo México. En Florida, donde el apoyo a los republicanos ha sido históricamente más fuerte entre la comunidad cubana, Obama obtuvo el 57% del voto latino.

En comparación, en 2004 el presidente George W. Bush obtuvo cerca del 40% del voto hispano, un récord republicano, cuando se impuso al demócrata John Kerry.

Según las encuestas antes de las elecciones, el debate nacional sobre inmigración y la crisis económica fueron dos tópicos que influyeron para que los republicanos perdieran preferencias entre los hispanos.

Esperando la historia


Amiga,

Es casi la una y media de la mañana en París y estoy despierta esperando el resultado de las elecciones en Estados Unidos. Hay quien piensa que no hay que preocuparse por el resultado de elecciones en un país ajeno y en el que uno no puede votar. Pero a mí siempre me ha resultado evidente aquello de que todo lo humano me concierne. Se trata de algo que está sucediendo en un país gigantesco y poderoso, ¿por qué no iba uno a estar informado, tomar una posición e incluso apostar a un ganador?

Yo voy por Obama. Desde hace más de un año dije que Obama le iba a ganar a Clinton y que después iba a ganar las elecciones presidenciales. Lo estoy diciendo de nuevo aquí, públicamente, antes de que se sepa el resultado de las elecciones y me apuro a subir esta nota antes de que difundan las proyecciones de los primeros estados.

Voy por Obama porque ya es hora de que uno de los países más importantes del planeta deje de ser gobernado por un grupo de conservadores armamentistas. Voy por Obama porque ya es hora de que las minorías se junten en los Estados Unidos para mostrar que unidas son una evidente mayoría. Voy por Obama sin creer que es un mesías o un ser infalible, pero confiada en que va a llevar a la Casa Blanca un equipo de gente que va a hacer lo mejor que pueda para representar a la gente común y no a las grandes corporaciones.

Estoy consciente de la ingenuidad que puede haber detrás de esta confianza en la posibilidad de un cambio en una potencia como lo es Estados Unidos. Pero hoy, a esta hora de la madrugada, a la espera de que Obama haga historia, por simple espíritu de generosidad, elijo creer.
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domingo, 2 de noviembre de 2008

En las entrañas del saber



Amiga,

La primera vez que fui a la Biblioteca Nacional me pareció tan inhóspita -¿te acuerdas?- que no tuve siquiera ánimo de entrar al nivel de las salas de lectura para verla por dentro. Sin embargo, olvidada ya la primera desagradable impresión, había decicido darle al lugar una segunda oportunidad. Después de todo, somos ratones de biblioteca y uno no se puede deslastrar de eso a punta de simple tenacidad. Hacerle un favor a mi amiga Paulette, que necesitaba recobrar un texto de Pedro Emilio Coll, publicado en el Mercurio de Francia en mayo de 1898, fue la excusa perfecta para que me enfilara de nuevo hacia el lugar donde reposa el acervo documental de la República Francesa.

Llegué en el autobús 89 y mientras subía los escalones de madera, que llevan a la planicie deshabitada y fría sobre la que se posan los cuatro libros que se supone representan el saber, pensaba que mi primera impresión había sido acertada. Pero nada se compara con lo que sientes cuando aceptas la invitación a descender a las entrañas de la sabiduría, bajas al jardín que se esconde en el centro de la explanada y entras al pasillo central. Lo primero que experimentas es la sensación intimidante de estar perdida en un lugar donde todo el mundo sabe a dónde va. Encontrarte en el medio de aquel espacio de proporciones gigantescas, tratando de comprender los letreros y las indicaciones, que por suerte están en varios idiomas, es una lección de humildad definitiva.

Este lugar no sólo te obliga a pensar que eres insignificante ante el inmenso poder del saber que aquí se almacena, sino que las puertas que guardan ese saber no son fáciles de abrir y que requerirás de toda tu energía y de parte sustanciosa de tu reserva de paciencia para atravesarlas. Lo primero que descubres es que no puedes entrar directamente a cualquier sala, aunque ésta sea una biblioteca pública y, por definición, ‘abierta’ al menos al público adulto. El procedimiento para entrar en las salas varía según qué tan profundo quieres ingresar a las entrañas del saber. El documento que buscaba pertenece al tipo complicado. A juzgar por el larguísimo procedimiento para encontrarlo.

Tomé la previsión de llevarme impresa la ‘Notice Bibliographique’ que me había mandado Paulette, con todos los datos del texto que debía encontrar. Allí aparece la cota del libro, la sala en la que se encuentra y otros datos cifrados en números y letras que sólo un bibliotecario puede entender. Después de preguntar en dos o tres taquillas, con mi papel por delante y en mi pésimo francés, qué debía hacer para consultar la versión fascimilar del Mercurio de Francia, llegué a una taquilla en la que entendí que debía retirar un pase. Me dieron un número para esperar que se desocupara el funcionario que me atendería. Por suerte, no había nadie delante de mí. Aún así tuve que esperar más de quince minutos.

La funcionaria que me atendió resultó ser una señora de lo más agradable, que no le importaba que le hablara en inglés, siempre y cuando a mí no me importara que ella me respondiera en francés. Nos entendimos de lo mejor y casi nos hicimos amigas en la hora y media que tardó en llenar una extensa planilla con todos mis datos, incluyendo todas mis direcciones posibles de habitación: Caracas, Edimburgo y París. El afán de registrar en toda instancia burocrática cada detalle de tu identidad alcanza aquí niveles patológicos.

El procedimiento se complica si no tienes en realidad un trabajo, porque acabas de renunciar a él, y no vives en realidad en ningún lado, aunque vengas de tu país y ya tengas donde vivir en otro que ya te aceptó como consorte de un inmigrante legal. Pese a todo, la simpatica funcionaria aceptó mi irregular situación. Pero anotó incluso el nombre de mi marido y el lugar en el que trabajaba. Una precaución que creyó imprescindible dada mi anormal situación en el mundo. El larguísimo procedimiento es algo verdaderamente insólito, tomando en cuenta que no puedes sacar ningún libro de esta biblioteca, sólo sentarte a leerlo dentro de sus bien custodiadas salas de lectura.

Cuando el procedimiento de sacar el carnet para ingresar en las salas de ‘investigadores’ finalizó, pensé que había pasado la prueba definitiva y estaba lista para ingresar al espacio de la sabiduría sin más dilaciones. ¡Ingenua de mí! Todavía me faltaba pasar por el procedimiento de dejar mis pertenencias en el ‘accueil’. En todas las bibliotecas le piden a uno que deje sus pertenencias en un lugar fuera de las salas. Hay bibliotecas que tienen un sistema más simple que otras. Antes, si querías entrar a la British Library tenías que hacer una cola gigantesca para entregar tu chaqueta, tu bolso, tus aperos de invierno si era el caso. Luego descubrieron que era más sencillo abrir una sala con lockers donde la gente guardara por sí misma sus pertenencias. Ese es el sistema que se adoptó luego en la Biblioteca Nacional de Escocia y a mí me parece brillante. Cero colas, cero personajes sospechosos manoseando tus abrigos y tus bufandas. En fin, algo relativamente más impersonal, pero también más eficiente.

Los franceses no han descubierto el locker. En realidad, les tiene sin cuidado la eficiencia en casi cualquier aspecto de la vida cotidiana. Aquí, para entregar tus bártulos debes hacer una cola igual que para todo lo demás. Pero eso no es todo. Debes además meter las dos o tres cosas que necesitas llevarte contigo en un maletín de plástico de lo más maricón –disculpa el comentario machista, pero no encuentro un calificativo más acorde- que todo el mundo se cuelga al hombro como si se tratara del más evidente salvoconducto para cruzar con destreza los amplios pasillos de la biblioteca. Si tienes el maletincito de plástico eres uno de los aceptados, uno de los predestinados que tiene derecho al paraíso de los documentos. Si se te ocurre rechazar la oferta del maletincito de plástico, argumentando que sólo cargarás una libreta y un lápiz como hice yo, los jóvenes encargados del procedimiento te miran feísimo y, antes de darte una simple bolsa de plástico, hacen el típico sonido de impaciencia, característico de los parisinos, que parece más un bufido de animal que un gesto humano.

Superado el percance vuelves a quedarte en el medio del pasillo sin saber qué hacer. No hay ninguna entrada evidente al nivel de abajo, llamado Rez-de-Jardin, que es a donde debo ir a buscar la Sala V, donde está la edición fascimilar del Mercurio de Francia. Tengo el mapa en la mano. Miro a mi alrededor y sé dónde estoy, pero no hacia dónde debo ir. Luego de un par de vueltas y de una detenida observación de los usuarios, me doy cuenta de que la entrada al nivel Rez-de-Jardin es a través de una serie de torniquetes que están delante de unas puertas de acero que no se ven, porque parecen paredes de lo inmensas que son. Imito cada uno de los gestos que he visto hacer a otros para poder entrar: es decir, coloco el carnet -que me costó una hora y media y treinta euros adquirir- frente a una máquina que, luego de leerlo, me da permiso de pasar. Cuando el torniquete cede me pregunto si será posible construir aquí otra fábula relacionada con las puertas del saber, pero ya estoy harta de las lecciones que este edificio se empeña en darme y bajo las escaleras haciendo caso omiso de la imponente estructura en la que me adentro.

La larga caminata hasta la Sala V se realiza por un pasillo parecido al del nivel de arriba, pero esta vez no se ven sólo las copas de los marchitos árboles, sino que uno ha llegado al sótano donde está sembrado el jardín y al mirar hacia afuera se ve una espesa mancha verde frente a la que te sientes como un pez atrapado en una pecera desproporcionada e inútil. Este jardín está empotrado en un sótano, dos pisos y medio más abajo de la calle y cuando estás virtualmente sumergida en él, es inevitable sentir claustrofobia. Esa sensación de encierro que producen todos los lugares creados para mostrarte al mismo tiempo lo inteligentes que eran –o que son- quienes los crearon y lo bestia que eres tú al no apreciar el esfuerzo.

Una vez en la sala pregunto de nuevo -¿por cuarta, quinta vez?- dónde puedo consultar la edición fascimilar del Mercurio de Francia, con mi papelito por delante, que todos los funcionarios reconocen como un santo y seña. Un rato después de negociar con un joven que no sólo no hablaba inglés sino que parecía hablar simplemente muy poco en cualquier idioma, decidí preguntarle a una mujer que parecía más apta para la compleja tarea de apuntarme con el dedo hacia la dirección correcta. No sólo entendió lo que quería de inmediato, sino que me acompañó al pequeño compartimiento donde se encontraba la colección del Mercurio de Francia, que con seguridad me hubiera tomado una hora encontrar por mis propios medios. Se agachó conmigo y me ayudó a encontrar el tomo 26 donde estaba el famoso texto que Pedro Emilio Coll escribió hace más de un siglo.

Con mi tomo en la mano y luego de agradecer lo mejor que pude a la bibliotecaria que se había tomado la molestia de ahorrarme la hora y media que ya había gastado en burocracia, me dispuse a encontrar un lugar para sentarme. Cualquiera estaría inclinado a imaginar que un edificio de tan generosas proporciones podría darse el lujo de ostentar unas salas más amplias y con muchos más puestos. Pero aquí todo está hecho para que el espacio vacío sea más importante que los libros y que los usuarios. Y, por supuesto, no cabe un alma en la sala. Camino discretamente por el pasillo, tratando de no hacer sonar mi bolsita de plástico, hasta que encuentro en un rincón un escritorio vacío. Y aquí está la única concesión que voy a hacerle a los inteligentes diseñadores de la Biblioteca Nacional: las sillas son cómodas. Rarísimas, aparatosas, extremadamente pesadas... pero cómodas. Las mesas no tanto, pero está visto que aquí no se puede exigir más de la cuenta.

Me quedo un rato mirando mi libro, más por curiosidad y por gusto de usar la sala a la que me ha costado tanto ingresar, que por otra cosa. Cuando encuentro el texto de Pedro Emilio me voy con él a la sala de fotocopias a reproducirlo. No creo que deba redundar en el tema de las colas y los procedimientos, porque este texto ya está fastidiosísimo, pero es mi deber consignar aquí que no fue fácil, ni rápido, sacarle copia a las seis brevísimas páginas de la reseña de letras latinoamericanas de Pedro Emilio Coll.

Con mis fotocopias bajo el brazo me dispuse a salir porque ya estaba agobiada y me esperaban todavía dos horas de conferencia en la rue de l´Estrapade. Creí que si buscaba el lugar exactamente opuesto al extremo por donde entré encontraría las mismas puertas y los mismos torniquetes por donde podría salir, dado que éste es un edificio cuadrangular y el diseño se repite exacto en cada una de sus esquinas. Las esquinas del rectángulo que forman las salas de lectura llevan el nombre de las cuatro torres que arriba representan los famosos cuatro libros. Las torres tienen unos nombres de lo más pretenciosos –no voy a repetir aquí lo de maricones- y a nadie parece darle vergüenza. Se llaman ‘La Torre de las Leyes’, ‘La Torre de los Nombres’, ‘La Torre de las Letras’ y ‘La Torre de los Tiempos’. (Juro que tengo a mano el plano de la biblioteca mientras escribo y que nada de esto es fruto de mi imaginación vengativa.)

A cada una de estas torres corresponde abajo un café, que se llama como su respectiva contraparte de la superficie, ‘café de los tiempos’, ‘club de las letras’... etc. El punto es que di vueltas como una condenada por los cuatro costados del infernal laberinto, viendo repetirse los pretenciosos nombres, sin lograr conseguir la salida. La razón era que las monumentales puertas que te dejan salir de las entrañas del saber, al igual que las del lado de afuera, se mimetizan con las altísimas paredes de un metal que parece acero inoxidable y, si no estás pendiente, les pasas por delante y no las ves. De más está decir que es imposible salir por la vía más natural que sería el jardín, porque no hay acceso a la pecera verde. Cuando en medio de la desesperación descubres que hay unas discretas señales de salida en cada esquina -tan discretas que no se ven- lo único en lo que puedes pensar es en salir disparada de aquel laberinto y no volver por el resto de tu existencia.

Me repatean el hígado los edificios que vienen con moraleja incorporada. Así que no voy a cerrar este texto construyendo una, que por lo demás me parece vulgarmente obvia. Pero no puedo resistir la tentación de añadir, para darle una sensación de cierre a esta nota ya demasiado larga, que debería haber un buzón a la salida de lugares como éste en el que los usuarios puedan depositar sus quejas. En ese hipotético buzón yo escribiría, tal vez en varios idiomas, para imitar los globalizados letreros de los inhóspitos pasillos: ¡Piedad!