jueves, 13 de noviembre de 2008

Jaqueca

Amiga,

He pasado varios días con jaqueca y sin ganas de nada en la vida. Hace un rato se me ocurrió que tal vez lo único productivo de sufrir de jaqueca es que sea posible escribir sobre ella. Alguien me dijo una vez que ése era el mal de las personas creativas y que debía servirme de consuelo que gente como Cortázar o Virginia Woolf padecieran de terribles jaquecas. La verdad es que no creo que sea mucho consuelo, más allá del hecho de que las jaquecas de esos ilustres adoloridos eran bastante peores que las mías, que son –con todo- de lo más decentes. Sólo duran tres o cuatro días y a veces responden a los calmantes.

Todo empieza con un presentimiento. Quien sólo ha sufrido simples dolores de cabeza cree que uno glamoriza la jaqueca al otorgarle una especie de halo de misterio con este asunto del presentimiento. Pero es rigurosamente cierto. Un presentimiento de dolor es a veces peor que el dolor mismo. Es un anuncio del sufrimiento por venir. Así que cuando el dolor realmente llega ya lo hemos comenzado a padecer por anticipado. Es por eso que el de la jaqueca es un dolor doble, desdoblado en sí mismo y su anuncio, su amenaza. Esta vez el anuncio me llegó entre sueños.

Estaba soñando con mis hermanas. Siempre sueño con mis hermanas, todas estamos pequeñas, todas estamos vivas y no hay sobrinos ni maridos. Pero esta vez era un sueño distinto. Rebeca me llamaba por teléfono muy temprano para recordarme que debía llevar a mis sobrinas, Alexandra y Daniela, al colegio. Y yo no podía levantarme de la cama porque me iba a doler la cabeza en algún momento y tenía que esperar el dolor acostada, con una compresa fría en la frente.

Cuando me desperté la voz de mi hermana seguía en mi oreja y el dolor era ya bastante fuerte. Hace tres días de eso y apenas estoy saliendo del lado más fuerte del ataque, pero lo que queda después del dolor es lo contrario de un anuncio... ¿cómo podemos llamarlo? ¿la tristeza de un mal presentimiento confirmado?

Lo peor de un ataque de jaqueca no es el dolor en sí, el momento preciso en el que el dolor existe y uno tiene que luchar contra él con compresas frías y pastillas. Lo peor es el anuncio del dolor que aparece antes y la especie de amarga tristeza que queda después. Una sensación de resignada aceptación de que nuestro cuerpo puede detenernos cuando él decide que no va más. Dicho de una manera menos mística, el reconocimiento triste de que somos un cuerpo que se enferma, se ‘adolora’ y se niega a responder.

Pero desgraciadamente la jaqueca no es sólo un dolor, es también un permanente estado de náusea. El estómago se te revuelve y te sientes como si estuvieras a punto de vomitar cada segundo del día. Es como si toda la repugnancia por el mundo se te acumulara en el borde del estómago de una sola vez. Tal vez por eso el ánimo con el que al final te quedas es una mezcla de tristeza y desolación. Pero también de indefinida nostalgia. Extrañas un tiempo en el que el asco no existía.

En estos días en que lo que me queda de un ataque de jaqueca es esta tristeza sin objeto, estas ganas de llorar por nada y por todo, este resto de náusea, siento que tal vez ni siquiera escribir sea un consuelo. Porque cuando la voluntad se te detiene en seco no importa que también Cortázar sufriera jaquecas. Cuando el cuerpo te duele no puedes ver más allá de ti misma. El mundo empieza y termina en tu frente que acaba de estallar. Sólo puedes esperar que cuando vuelvas a la vida haya algo interesante que hacer, algo en que pensar más allá del dolor, una buena frase que escribir.

Como esta nota confirma, no es verdad que se pueda escribir decentemente sobre el dolor. Así que la dejo hasta aquí, con la promesa de escribirte sobre un tema menos pobre la próxima vez.

Por cierto, he estado pensando que tal vez debería terminar estas notas como es debido, como se terminan las cartas, como he terminado siempre cada una de las cartas que te he escrito, despidiéndome. Así que aquí va la poco agraciada despedida de hoy:

Dolorosamente,

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