lunes, 20 de octubre de 2014

Mitologías


Amiga,
Los lunes, mientras trato de limpiar la casa, escucho podcasts en mi viejo iPod. A veces oigo música, o alterno las canciones de Janis Ian y Tiny Ruins con programas que me cuentan sobre la formación de Alemania o los libros que están por salir o que ganaron premios hace poco.
Al principio era mi manera de alejar la miserable sensación de ser una ama de casa sobrecalificada (una licenciatura, dos maestrías, un doctorado, casi veinte años de experiencia en docencia e investigación... para terminar limpiando pocetas!).
Pero ahora que he aceptado mi destino he construido una historia diferente. Mientras trato de expandir mis horizontes, aprendiendo sobre historia universal o nuevas formas de explicarnos el mundo, aprovecho para limpiar un poco la casa.
Hoy he estado escuchando un programa que Peter Conrad presenta en BBC 4 sobre las mitologías del siglo en que vivimos, siguiendo los pasos de aquel emblemático libro de Barthes, Mitologías. Y he redescubierto esta noción elemental: lo que es relevante no es la realidad cruda sino el modo como se cuenta. Barthes los llamaba mitos. Los intelectuales mediáticos de hoy las llaman narrativas.
Necesitamos historias para darle sentido a la vida. No sólo a nuestras pequeñas, intrascendentes vidas individuales, sino también a la Vida con mayúscula que vemos suceder en todas partes. Y por eso inventamos mitos del origen o fábulas apocalípticas. Necesitamos imaginar inicios y finales. Es algo que nos define como especie: somos bichos que cuentan.
Este es mi mito de hoy, amiga. Mi relato: soy una escritora que mientras batalla con sus demonios y avanza línea a línea en un territorio desconocido, sin saber a dónde llegará, si es que llega a algún lado, limpia la bañera, saca el polvo de los libros que se apilan en los estantes, pasa aspiradora, coletea, lava la ropa y la tiende a secar en una cuerda dentro de la casa, porque es otoño y afuera llueve.
Soy como la vaca de Morábito. ¿Conoces ese poema precioso? Sólo por si no, aquí te lo dejo:
Como delante de un prado una vaca
que inclina mansamente la cabeza
y sólo la levanta para contemplar su suerte,
o una ballena estacionada justo
en la corriente de una migración de plancton,
a veces me sorprendo estático
y hundido, estacionado
en medio del gran prado del lenguaje.
Pero no tengo dos estómagos
y hasta la vaca busca, cata, escoge,
separa cierta hierba que le gusta,
no es un edén el prado, es su trabajo,
y la ballena, cuando come el plancton,
separa las partículas más gruesas,
se gana el pan diario, su inmenso pan,
buscándolo en el fondo de los mares,
después emerge, expulsa el diablo de su cuerpo
y vuelve a sumergirse sin saber
si come el plancton o lo respira.
No es fácil ser cetáceo ni rumiante
y yo no tengo doble estómago, y con uno
hay que escoger, no todo sirve,
sólo la poesía no desecha,
ve el mundo antes de comer.
Mundo en ayunas ¿a qué sabes?
Poder hacer una única ingestión que dure de por vida,
que con un solo almuerzo nos alcance
y tener toda la vida para digerirlo...
Tener un grado de asimilación inmenso,
saber que todo se digiere
y lo perdido da un rodeo y regresa.
Por eso escribo: para recobrar del fondo todo lo adherido,
porque es el único rodeo en el que creo,
porque escribir abre un segundo estómago
en la especie.
El verso con su ácido remueve las partículas
dejadas por el plancton de los días
y a mí también, como el cetáceo,
me sale un chorro a veces,
una palabra vertical que rompe el tedio de los mares.
Hasta aquí la vaca y la ballena de Fabio Morábito. Y hasta aquí yo también, por hoy, amiga. Me voy en busca de mi propio prado. Aunque sólo me pare a contemplarlo, rumiando mis historias. A ver si en unos minutos o unas horas, con la casa ya limpia, sucede que respiro y sale un chorro.
Te dejo un abrazo mítico,
r

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