miércoles, 30 de julio de 2008

Tour de France



Amiga,

El domingo vimos la final del Tour de France. Pasé largas horas imaginando la nota que te escribiría mientras esperábamos frente al Jardín de Las Tullerías que llegaran los pedalistas y que pasaran delante de nosotros las siete u ocho veces que correspondía antes de que la competencia terminara. Sprint, lo llaman, y consiste en dar vueltas como locos alrededor de un circuito de unos dos o tres kilómetros, que en este caso quedaba en el centro de la ciudad, entre el Arco del Triunfo y el obelisco de la Plaza de la Concordia, o algo así.

Pasé horas –literalmente, desde las dos de la tarde hasta las seis- mirando pasar a la gente para tratar de retener la atmósfera, el ambiente, las imágenes que servirían para escribirte esta nota. Pasé cada minuto de cada una de las más de cuatro horas que estuve viendo la emoción de la gente, sintiendo el calor inmenso de esa tarde de verano, peleándole al sol cada milímetro de una acera abarrotada, pensando qué divertidas anécdotas te podría contar. Sobre los niños que pasaban descalzos con las plantas de los pies negras como el carbón, sobre el tipo que se trajo una escalera para montarse en ella con toda su familia y poder ver la llegada de los ciclistas desde un piso más arriba que la multitud, sobre la familia de chinos que invadió la acera de pronto, sobre el grupo de siete ecuatorianos o bolivianos que estuvieron sentados al lado de nosotros esperando a los corredores y terminaron renunciando una hora antes de que llegara el pelotón, sobre las niñas en minifalda y zapatos de tacón que pasaban entre la multitud de fanáticos como quien camina por una pasarela, sobre el señor de chaqueta blanca, sombrero y bastón que se detuvo a mirar a la multitud enloquecida como si el mundo estuviera a punto de terminar...

Podría seguir con la lista, porque literalmente pasé horas imaginándome lo que te contaría de la final del Tour de France que vimos instalados en las arcadas de la Rue Rivolí. Pero después de tres días sin ganas de escribir sobre el magno evento me di cuenta –una vez más- de que los deportes me aburren, horriblemente, y que sólo me acerco a ellos por solidaridad de consorte. Me dejan fría los eventos deportivos en general, sean o no finales de algo, mirar a los deportistas hacer deportes y la gente que pretende que a ti también te gusten los deportes que a ellos les gustan. Lo siento por Lyo, que es un deportista y amante empedernido de casi todos los deportes que existen sobre la faz de la tierra, pero no hay manera de que el tema me resulte atractivo.

Seguiré, como solidaria consorte, tal vez, si Lyo se anima a invitarme después de leer esta nota, asistiendo resignada a algún evento de suprema importancia, como la final del Tour de France. Pero desde ahora y para siempre destierro los eventos deportivos de este blog. Por el bien de la amistad entre nosotras, porque sé que a ti te aburren los deportes tanto o más que a mí.

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