martes, 1 de julio de 2008

En Besançon



Amiga,

El balance de la aventura parisina fue positivo, a pesar del cansancio y de las balas frías. En Besançon nos proponíamos, básicamente, descansar y tomarnos el impulso turístico con calma. Llegamos a la Gare de Lyon temprano, para que nos diera tiempo de desayunar sin apuro, aunque poco para los estándares de Alonzo: café con croisants, pancitos con mantequilla y mermeladas, yogurt. Esperamos que apareciera en las pantallas el andén de nuestro tren y desciframos el extraño código de colores que ordena los trenes en la Gare de Lyon. Cuando anunciaron nuestro andén estábamos casi enfrente así que no fue complicado. Sin embargo, como suele pasar cuando uno no conoce los códigos, nos subimos en el vagón siguiente y no en el que nos correspondía. Lyo descubrió el error y nos ubicó en los puestos correctos, con mesita para leer, escribir o comer. El viaje desde París en tren dura casi tres horas, pero la verdad es que no se sienten. Alonzo, por supuesto, durmió gran parte del viaje. Se despertó un par de veces a tomar unas fotos y luego se volvió a quedar dormido. Ni la joven que tenía enfrente, adornada con un generoso escote, logró mantenerlo despierto.

Llegamos a Besançon a mediodía. Allí nos estaba esperando el colega de Lyo que lo había invitado a trabajar aquí por tres semanas. El colega de Lyo había localizado dos posibles apartamentos para nosotros y quería que los viéramos para que decidiéramos por nosotros mismos dónde queríamos vivir. La visita implicaba caminar, subir y bajar escaleras (tres pisos cada vez), y otra vez caminar. Todo esto con Alonzo hambriento. No fue fácil, pero te ahorro el cuento largo.

Finalmente elegimos uno de los apartamentos, el que se veía más cómodo y ventilado. Fuimos a comer en medio de largas pausas y dudas, porque mi papá no quería sánduches y era lo único que había a las tres de la tarde. Volvimos al apartamento y desde ese momento Alonzo estableció que los tres pisos que debía subir y bajar para salir de la casa los soportaría sólo una vez al día. Así que se decidió tácitamente una rutina diaria que cumplimos por los días que restaban de la visita. La rutina comenzaba con un buen desayuno, seguido por una lenta y corta caminata en la mañana, acompañada por un breve paso por el abasto, almuerzo en la casa preparado por Alonzo, larga siesta para que terminaba a las seis o siete y juego de la Eurocopa en la noche, mientras cenábamos. Yo me escapaba a caminar por la ciudad en la tarde y me encontraba con Lyo cuando regresaba de la universidad, para conocer cada día algún lugar nuevo de la ciudad.

Supongo que estos son los días que mi papá disfrutó más, los días de las largas siestas y las noches frente al televisor. Porque fueron los que más se parecieron a su vida de todos los días. Y, a cierta edad, cambiar de rutina no es nada fácil.

Besançon es un pueblo de lo más pintoresco. El centro de la ciudad es casi una isla, rodeado por todos lados menos uno por el río Doubs. En la parte donde el río se desvía hay una enorme montaña y sobre ella construyeron hace siglos una inmensa fortaleza a la que llaman La Citadelle. He estado caminando mucho por el centro, que está lleno de tiendas, cafecitos, restaurantes, heladerías, tiendas de libros. He estado viviendo la experiencia de sentirme al mismo tiempo cerca de todo el mundo y alejada por completo porque desconozco el idioma y me resulta imposible responder cuando me preguntan algo o preguntar cualquier cosa que no sea elemental. Pero no he terminado de procesar esta experiencia todavía... así que ya te escribiré más largo sobre Besançon en otra nota.

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