martes, 25 de marzo de 2008
Estocolmo sobre cero
Amiga,
Tengo días tratando de sentarme a contarte sobre el viaje a Estocolmo, pero estoy con flojera de escribir. Además, la cámara que acabábamos de comprar se me cayó y quedó muerta el penúltimo día del viaje y las fotos se habían quedado atrapadas en la memoria. Hoy las rescatamos en una de esas máquinas que te hacen una copia en CD y, finalmente, puedo volver a verlas. Es más fácil recordar un viaje con las fotos delante. Sin embargo, ahora que las miro me doy cuenta de lo difícil que es dar la impresión de una ciudad completa con sólo un par de imágenes. Por más que te esmeres en tomar lo que parecería más “representativo”, al final nunca ves en las fotos lo que realmente viste, sólo un fragmento pobre y como despintado.
Estocolmo es roja, amarilla, naranja, ocre y lacre. Es una ciudad llena de colores y en las fotos no se ve así. A pesar de la temperatura que estaba apenas por encima de los cero grados, de la eterna lluvia que nos tocó durante cinco días, del cielo casi todo el tiempo encapotado, la ciudad no te deja sentir que estás en medio del frío y la oscuridad. Por todos lados ves gente caminando, paseando niños y perros, conversando en las esquinas, hablando con los celulares, cargando carritos de la compra, flores y periódicos. No parece que a nadie le importe la temperatura y mucho menos una garúa eterna que apenas puedes notar cuando se va y vuelve. A pesar de que no hay hojas en los árboles, puedes imaginar que la ciudad debe ser un espectáculo en primavera y en verano, porque está llena de plazas y parques, pero sobre todo porque mira al mar, o más bien a los lagos y ensenadas que la rodean. Estocolmo está montada sobre no-sé-cuántas islas, así que siempre estás cerca del agua...
La isla central, donde empezó todo, se llama Gamla Stan. Ahí están la catedral y el palacio real...
También las callecitas más antiguas...
Lo interesante de esta parte de la ciudad es que, a pesar de que el comercio y el turismo se han apoderado de todo, mantiene un aire medieval que para nuestro ojo sigue siendo “auténtico”.
Pero, más allá de la isla central hay otras islas a donde puedes ir a pie, atravesando las docenas de puentes que hay por todos lados. La ciudad está llena de iglesias, teatros, museos... Pero no estuvimos con ánimo de meternos en ninguno de estos templos de la cultura. Sólo visitamos la Catedral, que es en verdad muy impresionante y el Museo Vasa, donde se exhibe un barco que se hundió en su primer viaje en 1628. El barco era demasiado grande y no pudo mantenerse a flote, pero resulta que como el agua del Báltico es casi dulce, el barco se mantuvo intacto hasta que hace apenas unos años lo sacaron a flote y ahora está íntegro dentro del museo. La estructura exterior del museo, que puedes ver en la foto de abajo, mantiene la idea del barco a flote, con sus altos mástiles sobresaliendo por encima del techo...
Pero tal vez lo que me pareció más interesante de la ciudad fue la posibilidad de pasar varios días entre la gente común, con la ilusión de ser un ciudadano más y no una turista. Nos quedamos tres noches en una casa que fue donada por su dueño para que se usara como residencia de profesores visitantes al KTH, que son las siglas con las que se conoce la universidad téctica (Tekniska Hogskotan). En esa casa podíamos desayunar y cenar, usando la cocina para hacer té o café, así que nos sentíamos como en un ambiente familiar. Está ubicada en una calle en la que lo menos que te consigues es un turista. La calle se llama Villagatan. Todos los nombres de calles son difíciles de recordar y larguísimos, así que es de lo más complicado intentar acordarse de dónde quedan los lugares o hacia donde se dirige uno, a menos que no te molestes y termines recordando –como yo hice- sólo las primeras dos sílabas. Las otras dos noches las pasamos en un hotel bien ubicado, donde trabajaban inmigrantes chilenos y cubanos, así que hasta pudimos comunicarnos en Español. No sólo eso, logré sintonizar una emisora de radio en Español y estuve escuchándola un rato.
En el mapa que tengo delante de mí mientras te escribo están marcadas en verde las rutas que seguí los primeros dos días en que estuve deambulando sola por la ciudad, porque Lyo estaba trabajando con la gente de la universidad. Cuando después caminamos juntos dejé de marcar las rutas, pero me acuerdo bastante bien. Visitamos al menos cuatro islas y la ciudad nos regaló un día de sol (¡sólo uno!), justo cuando se me cayó la cámara y pasó a mejor vida. Pero como ves algunas fotos no salieron tan mal...
Muchas cosas nos llamaron la atención, pero dos de ellas fueron cruciales: la cantidad sorprendente de hombres cuidando niñitos en coche (contamos diez un día y nueve otro, por puro ocio). Suponemos que los señores son los padres de las criaturas, pero la sorpresa número dos puede explicar por qué es posible dudarlo. Sorpresa número dos: la costumbre de dejar a los niños dentro los coches en la acera, en plena intemperie, mientras los padres se toman un café, un trago o se instalan a cenar. Te juro que cuando vi el primer coche abandonado en la acera pensé que era un error, que probablemente el coche estaba vacío. Pero no. Había un niño dormido en el coche y la temperatura rondaba los cero grados. Lyo dijo que seguro era un turista. Cuando vimos el segundo coche, también abandonado en la acera, con su niñito dormido adentro, comprendimos que se trataba de un hábito, justificado –supongo- por el hecho de que los locales son mínimos y no hay espacio adentro para permitirse la parafernalia de un coche. Hay que suponer que los correspondientes padres o cuidadores de niños estarían adentro de los respectivos locales pendientes cada segundo del niño abandonado, pero no me consta. Como sea, es una costumbre que me parece preocupante, por decir lo menos.
A pesar de la flagrante exposición a los elementos de los niños en coche, hay que decir que en Estocolmo hay más niños de lo habitual para una ciudad europea. Los ves en todos lados, metidos en sus coches y envueltos en una especie de bolsa de dormir en miniatura, a veces en colores plateados o dorados. Los ves montados en bicicletas con sus padres, caminando o patinando, siempre abrigados con bufandas y gorros de muchos colores y siempre pidiendo algo a gritos. Al menos así es como me vienen a la memoria.
La ciudad está llena de esculturas de todo tipo ...y también de cosas curiosas atravesadas en las calles como este tulipán que evita que los carros se paren en la acera...
...un tulipán que recuerda la cultura de las flores que en esta zona se comparte con otros países del Báltico y que hace que la primavera parezca más cerca...
...con esta foto de un puesto de flores de la calle Karlavagen me despido de este cuento por ahora.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario