lunes, 3 de marzo de 2008

El papelito gris

Amiga,

No es posible evitar la sensación de estar siempre empezando de cero cuando uno se muda a un país extraño. No es sólo el clima o el idioma o las extrañas costumbres de los locales. Es también el trabajo extra que parece implicar cada trámite que en el lugar de origen sería lo más sencillo del mundo. Como abrir una cuenta en el banco, por ejemplo. Si quieres abrir una cuenta aquí, lo primero que debes hacer es probar que vives en este país. Suena fácil, pero no lo es en absoluto. Porque la prueba depende de cierto tipo específico de documentos.

El otro día fuimos a pedir que me agregaran a la cuenta que tiene Lyo en el Royal Bank of Scotland. Parecía el modo más fácil de proceder, porque los requisitos para abrir una cuenta independiente y particular son mucho más complicados. Dejé de lado mi placentera rutina cotidiana y me enfrenté a las siempre infames inclemencias del tiempo escocés para ir a la Universidad, donde hay una oficina del banco, con el único propósito de hacer el trámite bancario en persona. Lyo ya había ido antes y le dijeron que era muy sencillo, que sólo tenía que llenar una planilla y aparecerse en el banco conmigo y una prueba de mi residencia en este país... y listo! Pero justamente ese es el tipo de trámite sencillo que termina convirtiéndose en una piedra en el zapato. Porque resulta que para probar que eres un residente permanente en Escocia debes tener un recibo a tu nombre y dirección. Pero no cualquier recibo, debe ser el recibo de un servicio estable: luz, teléfono, cable, gas... y todos los recibos de servicios están a nombre de Lyo, porque nadie nos dijo que ese iba a ser un documento de vital importancia para vivir en este lugar. Teníamos, sin embargo, un estado de cuenta de la tarjeta de crédito, de otro banco, que está a nombre de los dos. Pero el estado de cuenta no tenía impresa la dirección. Sin embargo, por tratarse de un estado de cuenta en el que aparecían nuestros dos nombres, pensamos que podía funcionar.

Pues no. Al llegar al banco y presentar nuestros papeles: mi pasaporte, la planilla de solicitud y el estado de cuenta del otro banco, el joven que nos atendió nos miró con cara de “otro par más que no sabe cómo funciona el sistema” y muy amablemente nos pidió esperar porque debía consultar si nuestra prueba de existencia funcionaba. Esperamos un rato. Mientras esperábamos vimos desfilar al menos dos estudiantes de la universidad con la misma pregunta sobre qué documentos se requieren para probar que uno reside en este perdido rincón del globo y nos imaginamos cuántas veces al día los atribulados funcionarios de este banco en particular debían responder esa misma pregunta. Se trata de una oficina bancaria que está dentro del campus universitario. Una universidad donde estudia un altísimo porcentaje de estudiantes de otros países. Así que saca la cuenta.

Finalmente, el joven que nos estaba atendiendo regresó a decirnos que nuestro flamante estado de cuenta no servía, porque no tenía impresa la dirección de nuestra casa, que es la única prueba de que esa correspondencia específica ha sido enviada a un lugar que queda en este preciso lugar y no en otro. Le preguntamos si servía algún otro recibo que tuviera nuestra dirección y dijo que sí. Le preguntamos si un recibo de Amazon servía y dijo que probablemente, siempre y cuando tuviera impresa nuestra dirección. Así que corrimos a la oficina de Lyo a imprimir uno de los tantos recibos de Amazon que tengo guardados en el buzón de mi correo electrónico a ver si el asunto funcionaba. Regresamos al banco con la convicción de que estábamos perdiendo el tiempo, porque con seguridad iban a considerarlo un documento aún menos probatorio que nuestro estado de cuenta. Pero nos negábamos a darnos por vencidos tan fácilmente.

En efecto, el joven que nos atendió antes nos volvió a recibir todos los papeles y esta vez reaccionó más rápido. En un par de segundos ya sabíamos que nuestra nueva prueba no calificaba. Lo más curioso del caso es que, aún sabiendo que obviamente éramos extranjeros -¡uno de los documentos era mi pasaporte venezolano!- el joven nos mandó a inscribirnos en lo que para nosotros sería el Registro Electoral Permanente, que aquí se llama “Electoral Roll”. Una vez inscritos en el tal registro nos enviarían una carta y ESA carta sería una prueba irrefutable de que yo vivía en esta ciudad. De regreso a la oficina de Lyo entramos en la página que el joven nos había recomendado y comprobamos que, como era de esperar, sólo pueden registrarse para votar los ciudadanos escoceses, súbditos de su majestad británica, o los seres que puedan probar que han vivido en este lugar por un tiempo que debe ser sin duda mayor que los dos meses escasos de mi precaria residencia.

Desalentados, decidimos pensar en otra estrategia. Tal vez podríamos cambiar algún servicio para que el recibo llegara a mi nombre. Intentamos con el cable. No había manera, porque desde que nos inscribimos en la compañía que nos proporciona la TV por cable y la banda ancha decidimos que no nos enviaran recibos sino que consultaríamos nuestros estados de cuenta en línea. Lo mismo sucedió con la electricidad y el gas. ¿Qué hacer?

Como siempre que uno se encuentra en una situación sin salida, decidimos esperar a ver si podíamos presentar como prueba el sobre con nuestra dirección del siguiente estado de cuenta de la tarjeta de crédito. Pero, milagrosamente, apenas unos días después nos llegó, en un insignificante papel gris, el recibo anual de cobro del impuesto municipal. Por suerte el año pasado, cuando había que pagar por primera vez el impuesto, a Lyo se le ocurrió llenar los papeles a nombre de los dos. Y a nombre de los dos llegó este milagroso papelito gris en el que claramente constan nuestros dos nombres y nuestra dirección. Pero no se trata de cualquier papel, sino de un papel que dice que hemos pagado puntualmente los impuestos por adelantado. Pues ¡estamos hechos! –pensamos- nada más mandado a hacer que ese dichoso papelito gris.

Cuando volvimos unos días después a la taquilla del banco teníamos una cara de satisfacción difícil de ocultar. Sin mucha explicación entregamos de nuevo todos los papeles y el joven que nos atendió, al ver el milagroso papelito gris se quedó sin palabras, y murmuró que iría a doble-chequear si el documento servía. Desde el fondo de la oficina nos hizo señas de que sí, luego de una muy breve e innecesaria consulta con un colega que imaginamos su superior. Trámite resuelto.

El mismo papel sirvió para que me permitieran solicitar un pase permanente para entrar en la biblioteca nacional. Lo que no logró una carta de la Universidad diciendo que soy un “visiting scholar” lo consiguió el milagroso papelito gris. Así que, moraleja: tu entera existencia puede depender de que tengas el papel adecuado que lo pruebe. Algo que ya había aprendido amargamente en Caracas, cuando tuve que esperar más de seis meses para poder tramitar un miserable pasaporte.

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