lunes, 23 de marzo de 2009

Un día en Londres


Amiga,

El viernes estuvimos en Londres. No sé cuántos años hace que no iba, creo que tres o cuatro. Lyo tenía que ir a una conferencia y yo me antojé de acompañarlo. Cuando tuvimos que levantarnos a las cuatro de la mañana para agarrar el primer avión que salía de Edimburgo a Londres, la idea ya no me pareció tan buena, sobre todo porque no había dormido casi nada –tragedias de insomne- y un dolor de cabeza amenazaba con echarme a perder todo el día. Pero un par de buenos croisants y un café enorme en el aeropuerto le cambiaron el rumbo a la mañana.

Londres nos recibió con un día espléndido. Hacía frío, pero un frío decente de primavera y casi nada de viento. Llegamos directo al centro en el metro y al salir en Russel Square caminamos por nuestro antiguo vecindario como en un sueño. Todo nos parecía limpio, más amplio y más colorido de lo que recordábamos. Dejé a Lyo en su conferencia y me fui a caminar hacia Charing Cross Road para recordar viejos tiempos, ver librerías y pasearme por algunos de mis lugares favoritos, que te muestro a continuación en fotos.



Después de una larga vuelta por los recovecos que van de Russell Square a Charing Cross Road, aterricé en Leicester Square, uno de los sitios en Londres que me produce al mismo tiempo fascinación y rechazo. No es un lugar bonito, está lleno de gente y todo el tiempo están construyendo algo. Pero es un lugar al que siempre vuelvo porque me recuerda las decenas de películas que vimos ahí y me hace sentir en el mero corazón de la ciudad.



De ahí se puede caminar al barrio chino o a Piccadilly Circus en apenas un par de minutos. También están cerca Regent Street y Oxford Street, que son las calles donde se concentran las tiendas y la gente que va a la ciudad a comprar, por lo que no son precisamente mis lugares favoritos. Pero entre esas dos calles está una librería en la que venden libros en español. Estuve tratando de acordarme dónde quedaba la bendita librería, pero no hubo manera de que diera con ella, así que volví para atrás, porque ya me estaba pegando el hambre.



Bajé hasta la National Gallery, donde me senté a comer algo en uno de mis lugares favoritos de comida rápida –se llama Pret-a-Manger. Creo que fue el único sitio donde vi realmente multitudes. Londres estaba llena de gente, pero hay espacio para todos y la verdad es que no molesta. De hecho, esta es la primera vez que camino por Londres sin que nadie me lleve por delante. En todo caso, creo que no me hubiera importado que me dieran un empujón o dos. Cuando vives aislada en el monte, a veces un baño de multitud hace falta.



De ahí caminé un rato hacia St.James Park, sólo por la curiosidad de saber si ya había flores y retoños. Pero no, los árboles pelados del parque están todavía esperando la primavera. Me regresé por la vieja Strand. Me paré en la estación Charing Cross a mirarla un rato -es una de mis favoritas- y a usar los baños, que no son gratis pero están limpios. Seguí un rato por Strand casi hasta donde está el King´s College, mi viejo lugar de estudios. Pero antes de llegar crucé hacia Covent Garden, donde me esperaban mejores recuerdos.



En Covent Garden hay un mercado que siempre me ha parecido el lugar que a ti más te gustaría si pasearas por Londres. Con sus artesanos vendiendo sombreros, trapos, fotos, cuadros, joyas en plata y piedras raras. Todo el lugar huele a mil cosas al mismo tiempo, pero sobre todo a perfumes fuertes de velas y jabones. Un quinteto de cuerdas estaba tocando en un pasillo y me quedé a escuchar un rato. Me sentía como si nunca me hubiera ido.



Pero ya me dolían los pies y necesitaba urgente un lugar donde sentarme, así que me enfilé al British Museum, que es uno de los mejores refugios que se pueden encontrar en esta inhóspita ciudad. Me encanta la cúpula que cierra el techo en el nuevo foyer del museo. Es un espectáculo de luz y la gente entra y se maravilla, con razón, de estar en un espacio tan inmenso y al mismo tiempo a salvo de los elementos.



Estuve un rato largo sentada en uno de los bancos del patio techado, tomando fotos y viendo pasar a la gente, hasta que me decidí a explorar un poco y me encontré con este espectacular mural de cerámica china en el que se mezclan dragones y flores.



Cada cuadro completa al siguiente y es al mismo tiempo independiente de los demás. Según indica el recuadro que informa sobre la procedencia del mural, originalmente adornaba la fachada de un edificio que fue demolido. Lo que implica que el mural se salvó gracias al museo. Nunca le he creído demasiado a los curadores del Museo Británico, porque siempre me ha parecido que todos los objetos antiguos que exhiben son producto de algún tipo de crimen cultural. Y no puedo dejar de repetir, como un mantra, cada vez que atravieso sus puertas, la frase de Walter Benjamin: “No hay un documento de civilización que no sea a la vez un documento de barbarie”. Por eso nunca he terminado de reconciliarme con los museos como éste. Pero, en fin, lo salva el patio techado y la vieja biblioteca que se puede visitar para ver dónde se sentaron, durante años, señores eminentes, como un tal Carlos Marx.



Se hacía tarde y Lyo y yo habíamos quedado en reencontrarnos en Russell Square -en la foto con su nueva fuente a ras de suelo- para caminar juntos por nuestro viejo vecindario, comer algo rico en uno de nuestros restaurantes favoritos –Hare & Tortoise- y mirar nuestra vieja calle. Nos llevamos una sorpresa agradable, porque nuestro viejo lugar de compras se había convertido en un centro comercial de lo más trendy y chic. Hasta el restaurancito chino en el que matábamos el hambre por cinco libras todos los domingos se había reubicado en una esquina de lo más elegante. Comimos delicioso!



Con la barriga llena y el corazón contento caminamos hacia nuestra vieja calle, Lambs Conduit. El edificio en el que vivimos por tres años estaba idéntico. Nuestro flat en la planta baja se veía igual que antes, con más peroles en las ventanas y claros signos de gente viviendo ahí desde hace mucho tiempo. Sentí una nostalgia boba, de esas que se te vienen encima sin tristeza, más bien con una pizca de emoción de haber estado ahí y de ya no estar más.



La calle estaba como más limpia, más iluminada y alegre. Hasta un Starbucks habían puesto en la esquina! Qué no hubiéramos disfrutado nosotros de ese café si lo hubiéramos tenido a mano en nuestros tiempos... o tal vez no, porque en los años en que vivimos en estos predios –de 1999 al 2001- Lyo le había declarado una guerra a Starbucks y no se dignaba a atravesar sus puertas.



Agarramos un autobús para acercarnos a la city, porque yo quería darle una mirada a la Tate Modern antes de irnos. Nos encontramos con la sorpresa de que los pasajes han subido a dos libras, así que pagamos cuatro por rodar apenas unas cuadras. Pero ni modo, mis pies no daban para mucho más. Siempre me ha parecido un espectáculo cruzar el puente peatonal que une la catedral de St. Paul y la nueva Tate. Seguía haciendo un día hermoso y el río parecía hinchado de agua.



Dentro de la Tate había varias exposiciones, como siempre. Pero sólo nos detuvimos a ver la exhibición desplegada en lo que llaman el patio de turbinas. No sé si sabes que la Tate Modern está ubicada donde antes había una inmensa fábrica y cuando entras te encuentras con ese inmenso espacio que parece abarcar cuatro o cinco pisos.



En estos días la exposición ubicada en el patio de turbinas se llama TH.2058 y es de Dominique González-Foerster. Representa un tiempo en el futuro en el que la ciudad está colapsada por una lluvia que no cesa y la gente debe refugiarse en espacios llenos de literas que recuerdan campos de concentración futuristas. Cuando entras escuchas las gotas de lluvia y te da una sensación angustiosa de humedad y frío. En cada litera hay un libro. Nos sorprendió encontrar entre ellos a Borges y a Bolaño. Si te da curiosidad ver más de la exposición, puedes verla aquí. Si quieres escuchar el sonido de la lluvia y ver fotos relacionadas con el montaje de la exposición, entra aquí.



Teníamos la esperanza de poder tomarnos un café con calmita antes de irnos al aeropuerto, pero todo parecía estar cerrado a las siete de la noche. Así que enfilamos hacia el metro por calles medio desiertas y nos despedimos de Londres con algo de nostalgia y haciendo listas de todos los lugares que no visitamos. Al final llegamos a la conclusión de que valió la pena, aunque llegamos a Edimburgo casi a media noche, destrozados y medio dormidos. Por suerte, tuvimos todo el fin de semana para descansar!

Bueno amiga, espero que te haya gustado el paseo. Sigo pensando que un día lo vamos a hacer juntas.

Cariños,
r

No hay comentarios: