martes, 26 de junio de 2012

Barcelona en el corazón


Amiga,

Llegué de Barcelona la semana pasada, con la piel quemada por el sol y un calorcito en el alma que me sigue durando hasta hoy. Visité amigas queridas y lugares que siempre que vuelvo a ver me reconcilian con la vida. No creo que haya una ciudad donde se me junten tan de repente los afectos más dulces con los sabores más ricos, el clima más parecido al mío con el olor a mar más deseado. Ni siquiera Caracas, y eso es ya bastante decir.

No es que me sienta barcelonesa. Me siento extranjera en Barcelona tanto como me siento ya extranjera en cualquier parte –Caracas incluida–. Pero esa es una ciudad que te permite ser, que se te abre, que no te impide el paso, que te deja soñar incluso en medio de las multitudes. Y ese es un sentimiento que el extranjero agradece, no sólo cuando va de turista, sino también cuando se instala –por una semanita aunque sea– a vivir la ciudad como quien la habita.

Me quedé en casa de mi amiga María Teresa, que me complació mis antojos y me cuidó como si fuera parte de la familia. Hicimos largos paseos a pie. Comimos rico y compartimos un par de días los avatares sentimentales de mi sobrina que vino desde Madrid. 

Anduve en metro, en tren, en autobús ...y hasta en tranvía. Entré en farmacias, bodegas y abastos. Acompañé a Santos José, el perro consentido de la casa, a su paseo cotidiano. Escuché los alborotos que se armaban en la plaza de Hospitalet, porque es verano y en verano el mundo hace ruido y se alegra. Y fui a la playa, una playa tibia y amable, que está tan cerca que parece mentira. Y conversé largo, largo, largo y tendido.

Viví lo mejor de dos mundos, estar de paso y convivir con quien ya se ha instalado. Tal vez esa sea la mejor manera de viajar, a pesar de las molestias que uno sabe que causa en las rutinas de la gente que nos soporta porque nos quiere.

Con el corazón tibio por la amistad compartida y el recuerdo tan reciente de las calles y las plazas en las que cabe toda la alegría del verano regresé a mi pueblito escocés. Llovía a cántaros cuando llegué y sigue lloviendo todavía. Pero a veces amanece con un sol espléndido y cuando el despertador suena, si un rayito de sol se cuela por la ventana, entreabro los ojos y me imagino que sigo todavía a orillas del Atlántico, sumergida en el aire tibio de Barcelona.

Y me acuerdo de ti, amiga, que siempre me pides que viaje en tu nombre.

Te mando un apretado abrazo catalán,
r

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