jueves, 7 de junio de 2012

Amar las cosas

Amiga,

Estoy traduciendo un texto de Rita Felski que cita en algún lado a Neruda. No sé cuántos siglos hace que no leía a Neruda. Pero a cuenta de buscar el texto original citado por Felski me he estado leyendo las Odas Elementales y me he distraído de lo lindo.

Uno le pone etiquetas a los autores y a veces esas etiquetas hacen que dejemos de leerlos. Alguna vez leí todo lo que me cayó en las manos de Neruda. Yo era una adolescente. No tenía mucho criterio de nada y me encantaban sus poemas que podía entender y hasta aprenderme de memoria. No es que tenga mucho más criterio ahora, pero mis gustos se han vuelto más complicados y Neruda me parece –¿me parecía?– uno de esos autores que representan el lugar común, lo sabido, lo superado.

Pero hoy que pasé tanto rato leyendo sus poemas más simples tengo como ganas de reivindicar la memoria de un poeta que sabía hacer poesía de lo cotidiano sin ningún complejo. Para él no había palabra pequeña ni motivo demasiado prosaico. No es algo que se pueda decir de muchos de nuestros engolados escritores de hoy.

Sólo por compartir contigo –y con los lectores de este blog nuestro– mi redescubrimiento de estas odas, te copio aquí la que más me gusta:


ODA A LAS COSAS
Pablo Neruda 
AMO las cosas loca,
locamente.
Me gustan las tenazas,
las tijeras,
adoro
las tazas,
las argollas,
las soperas,
sin hablar, por supuesto,
del sombrero.
Amo
todas las cosas,
no sólo
las supremas,
sino
las
infinitamente
chicas,
el dedal,
las espuelas,
los platos,
los floreros.
Ay, alma mía,
hermoso
es el planeta,
lleno
de pipas
por la mano
conducidas
en el humo,
de llaves,
de saleros,
en fin,
todo
lo que se hizo
por la mano del hombre, toda cosa:
las curvas del zapato,
el tejido,
el nuevo nacimiento
del oro
sin la sangre,
los anteojos,
los clavos,
las escobas,
los relojes, las brújulas,
las monedas, la suave
suavidad de las sillas.
Ay cuántas
cosas
puras
ha construido
el hombre:
de lana,
de madera,
de cristal,
de cordeles,
mesas
maravillosas,
navíos, escaleras.
Amo
todas
las cosas,
no porque sean
ardientes
o fragantes,
sino porque
no sé,
porque
este océano es el tuyo,
es el mío:
los botones,
las ruedas,
los pequeños
tesoros
olvidados,
los abanicos en
cuyos plumajes
desvaneció el amor
sus azahares,
las copas, los cuchillos,
las tijeras,
todo tiene
en el mango, en el contorno,
la huella
de unos dedos,
de una remota mano
perdida
en lo más olvidado del olvido.
Yo voy por casas,
calles,
ascensores,
tocando cosas,
divisando objetos
que en secreto ambiciono:
uno porque repica,
otro porque
es tan suave
como la suavidad de una cadera,
otro por su color de agua profunda,
otro por su espesor de terciopelo.
Oh río
irrevocable
de las cosas,
no se dirá
que sólo
amé
los peces,
o las plantas de selva y de pradera,
que no sólo
amé
lo que salta, sube, sobrevive, suspira.
No es verdad:
muchas cosas
me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron
o las tocó mi mano,
sino que acompañaron
de tal modo
mi existencia
que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.

Hasta aquí la Oda a las Cosas. Me gusta ese tono, al mismo tiempo antiguo y nuevo. Me encantan esas enumeraciones caóticas en las que se juntan las tijeras con los ascensores. Y es impresionante darse cuenta de que Neruda le escribió odas a las cebollas, a los pájaros, a las flores azules, al invierno, al fuego, al hilo, a la lluvia, al tomate, a la madera, y hasta a la pereza y a la envidia. Todo valía, pues. Todo lo que le pasaba por delante, las cosas y las gentes, todo podía convertirse en poesía.

Tal vez en esas odas esté lo mejor que escribió.

Te mando un abrazo nerudiano, rodeado de cosas...
r

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