miércoles, 4 de enero de 2012

Contra el apocalipsis



Amiga,

Dicen que los mayas predijeron que 2012 sería el año en el que se acabaría el mundo. ¿Qué se puede hacer con una creencia como esa? Desde que tengo memoria alguien ha estado anunciando el fin del mundo. Y he leído una y otra vez en textos de historia, sociología o antropología, sobre este empeño del ser humano en predecir el fin de la humanidad o del planeta en el que vivimos, que a fin de cuentas es lo mismo.

Parece que los seres humanos necesitan vislumbrar un final para poder seguir existiendo. Y por eso, tal vez, no nos bastan los finales de año, el fin de una década, el cambio de un siglo a otro. Hay quienes necesitan imaginar un final contundente, apocalíptico, que les devuelva el sentido del presente, de la urgencia de hacer ahora lo que no han hecho antes, por pensar que el tiempo sobra y que –como dicen los españoles– no corre prisa.

Pero a mí el apocalipsis no me despierta ninguna urgencia, amiga. Muy al contrario, si me aseguraran que todo va a terminar en los próximos doce meses me quedaría acostada en mi cama leyendo y no me preocuparía por nada más. El fin es el fin es el fin. No tendría sentido ningún afán de trascendencia, ningún arrepentimiento, ninguna angustia. Todo se acabaría para alivio de todos y el universo seguiría su marcha sin nosotros hacia el remoto instante de la extinción absoluta.

Por eso, el alivio del fin no está entre mis fantasías. Creo más en las rupturas definitivas, en las fechas límite, en los propósitos tercos de enmienda, en el empecinamiento de la voluntad. Me gusta más pensar que, cuando se puede, cuando hay el más mínimo resquicio de posibilidad, la vida se impone. Y esa idea me gusta más para empezar este año en el que cumplo medio siglo, dándome golpes contra las paredes, haciendo planes y empeñándome en ser una cosa distinta a lo que los demás quieren o esperan de mí.

Este año ha comenzado con vientos huracanados en el reino. Se han desprendido las tejas de los techos, los árboles se han abandonado a la caída, el mar ha invadido las costas y convertido inmensos barcos en barajitas destartaladas. El año ha comenzado con un viento que lo arrasa todo y, como en esa vieja canción de Silvio, el huracán del tiempo nuevo parece “una gran ira que sube”.

Cuando despeje el ventarrón y los diligentes agentes del orden recojan los escombros, tendremos un horizonte despejado. Hacia ese horizonte se me antoja mirar con cierta confianza en el futuro. No pido nada más. Pero tampoco temo nada menos.

Y esos son también mis deseos para ti en este año que comienza: que tengas un horizonte despejado que te permita mirar de frente el futuro.

Te mando una abrazo huracanado,

r

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