jueves, 5 de mayo de 2011

La segunda persona (traducción)

Amiga,

Como mis pobres traducciones siguen en cola en una revista literaria que todavía no se digna a darles curso, aquí va la segunda traducción sin demoras de ningún tipo.

La segunda persona / Ali Smith


Tú sí que eres bien especial. De verdad.

Éste es el tipo de cosas que tú harías. Imagínate que estuvieras frente a una tienda de instrumentos musicales. Entrarías y sólo comprarías un acordeón. Comprarías un acordeón que costara cientos de libras, uno de los inmensamente grandes. Sería gigantesco. Sería una cosa casi imposible de levantar o de cargar por una habitación, ni qué decir lo difícil que resultaría tocarlo.

Comprarías ese acordeón precisamente porque no puedes tocar el acordeón.

Entrarías a la tienda. Irías directamente a donde están los acordeones. Te pararías delante y los mirarías a través del vidrio. Cuando la vendedora, que se ha dado cuenta de tu presencia desde que entraste —en parte porque pareces (siempre pareces) una persona decidida y en parte porque resulta que eres, lo admito, una persona muy atractiva— viniera directamente a atenderte, señalarías el que quieres. Probablemente en la tienda no habría muchas variedades de acordeón, tal vez cinco o seis. Señalarías al que tiene el nombre que mejor te suena. Te gusta más el sonido de palabras como Stephanelli que el de palabras como Hohner. También sería el que tuviera la forma que más te gusta, con el marco (si es así como eso se llama) hecho de una madera de color claro, un color más bien ordinario; los otros acordeones te parecerían demasiado laqueados, demasiado brillantes y lisos para enfrentar el mundo.

Si la vendedora te preguntara si quieres probar el Stephanelli antes de comprarlo, simplemente le entregarías tu tarjeta de crédito. Te llevarías el pesado acordeón a casa. Te sentarías aquí en el sofá, lo levantarías de la caja y te lo pondrías en las rodillas. Apretarías el botón o desengancharías el pestillo o lo que sea que desata los pliegues. Lo dejarías abrirse todo pesadamente como una inmensa y solitaria ala. Lo dejarías llenarse de aire como un inmenso y solitario pulmón.

Pero entonces, esa idea de que un acordeón se parece a una sola ala o a un pulmón solo te haría sentir angustia. Entonces esto es lo que harías. Irías de nuevo a la tienda. Y aunque en realidad no te puedes dar ese lujo, aunque no puedes ni siquiera tocar un acordeón, ni qué hablar de más de uno, y aunque tocar más de un acordeón es de hecho humanamente imposible, llamarás la atención de la misma vendedora y señalarás de nuevo a la vitrina al acordeón que está al lado del espacio que dejó vacío el acordeón que acabas de comprar.

Ese también, por favor, dirías.

Así es como tú eres.

No, no es así, me dices.

Siento que te molesta estar aquí conmigo.

Yo no me parezco en nada a eso, me dices.

Te mueves a mi lado en el sofá. Mueves tu brazo, que ha estado entre nosotros a mi lado como si me sostuviera. Pretendes que lo haces porque necesitas agarrar tu taza de café.
No quise decirlo como algo horrible, te digo. Lo dije como un elogio.

Pero ya te sientas hacia adelante, sin mirarme, mirando al frente.

Lo que me sorprende de ti, dices mirando al frente, es que después de todos estos años, todos los años en los que hemos estado conversando, piensas que tienes el derecho de decidir, como si fueras Dios, quién soy y quién no soy, y cómo soy y cómo no soy, y qué haría y qué no haría. Pues te diré que no tienes ese derecho. Sólo porque tienes una nueva vida y un nuevo amor y todo un nuevo día con su amanecer y su crepúsculo y todo es nuevo y brillante como en una famosa canción pop, eso no me convierte en una ficción con la que puedes jugar o en una canción vieja y muy usada que puedes elegir no escuchar o que puedes decidir seguir repitiendo en tus oídos cada vez que quieras para que puedas sentirte mejor contigo.

Yo no necesito sentirme bien conmigo, te digo. Y no estoy jugando con nada. No estoy eligiendo repetir nada.

Pero justo cuando lo digo me doy cuenta de que en lo que solía ser el borde de nuestra ventana hay algo diferente. Hay algo como una pieza de madera que nunca había visto antes. Es nueva, como el espejo nuevo que hay en el baño, los pañitos que están en la cocina al lado del fregadero que no son realmente tu estilo, el leve olor en el aire de lo que fue nuestra casa de algo o alguien más.

No pones el brazo donde estaba antes. Así que yo también me muevo. Lo hago como si buscara una posición más cómoda, para recostarme en el otro extremo del sofá. Miro el lugar en el apoyabrazos del sofá donde está la vieja mancha de café. Ha estado ahí por años, la hicimos justo después de comprar el sofá. No se quitaba con nada, ni con la aspiradora. Si la frotábamos con un cepillo y algún tipo de líquido limpiador lo único que lográbamos era hacer que se viera más. No me acuerdo cuál de nosotros dejó la mancha, cuál de los dos puso la taza que dejó la mancha en primer lugar. Podría afirmar que no fui yo, pero no me acuerdo con claridad. Sigo la mancha circular con mi dedo y luego sigo el cuadrado que se formó cuando tratamos de limpiarla.

Ahora me dices, así es como tú eres.

Lo dices en una voz que se supone que suena como mi voz, aunque en realidad no se parece en nada.

Así es como tú eres, te digo. Te lo digo en la misma voz falsa que tú has usado.

De verdad has cambiado, me dices.

No, no he cambiado, te digo.

Eres tan inflexible, me dices. Eres tan increíble que si hubieras sido tú quien hubiera entrado en esa tienda que inventaste para mí para hacerme lucir botarate, inconsistente y arrogante en…

Yo nunca dije que eras arrogante, te digo, o inconsistente.

Sí lo dijiste, me dices. Sugeriste que soy arrogante e inestable. Sugeriste, en tu historia en la que compro instrumentos que no puedo tocar, que soy totalmente idiota y risible.

No, no lo hice, te digo. De hecho estaba tratando de sugerir…

No me interrumpas, me dices. Tú siempre…

No, yo no, te digo.

Yo sé cómo serías tú en esa tienda, me dices. Sé cómo sucedería todo tan pronto cruzaras la puerta.

¿Cómo?, te digo. ¿Cómo sería? ¿cómo exactamente? ¿cómo sería yo?

Sé exactamente cómo te comportarías en un lugar así, me dices.

Dime, termina de decírmelo, te digo. Quiero saber exactamente lo que piensas de mí.

Abrirías la puerta, me dices.

Te apuesto a que sé lo que vas a decir, te digo. Te apuesto a que abro la puerta y voy directamente al mostrador y pido ver todos los instrumentos de cuerda que hay en la tienda, y luego me siento a esperar que la vendedora me traiga el primer instrumento, es una guitarra, y la pone delante de mí. Y cuando la chica se va a buscar el siguiente instrumento saco de mi bolso un alicate. Entonces agarro la primera cuerda de la guitarra con la parte más afilada del alicate y la estiro hasta que se rompe. Y luego corto la siguiente cuerda y la siguiente y la siguiente hasta que corto todas las cuerdas y entonces espero la próxima guitarra. ¿Es eso lo que pasa? ¿Y luego corto todas las cuerdas de todos los instrumentos de cuerda que hay en la tienda? ¿Y me produce un gusto especial cortar las muchas cuerdas de la hermosa arpa que estaba en la vitrina? ¿Es eso lo que pasa? ¿Es así como soy?

Me miras con absoluta sorpresa.

No, me dices.

Eso es lo que te gustaría pensar, sin embargo, ¿no?, te digo. Eso es lo que te gustaría pensar sobre mí.

Ahora me miras con unos ojos precavidos y doloridos.

Lo que iba a decir es esto, me dices. ¿Quieres escuchar lo que te iba a decir?

No, te digo.

Tú abres la puerta, me dices, y es como si entraras en un musical de Hollywood.

Ah! Ya veo, te digo.

Hay una banda sonora brillante, me dices, que empieza a sonar justo cuando abres la puerta y la campanita que está sobre la puerta hace un sonido como ¡plin! Y vas al lugar donde están todos los pianos y hay un hombre sentado tocando los primeros acordes de una canción como “Taking a Chance on Love” o “Almost like being in love” o no, no, ya sé, la canción es “A Tisket a Tasket, I Lost my Yellow Basket”. Y no lo puedes evitar, te recuestas del piano para hablar con el hombre y le dices, ¿sabes que esa canción fue un enorme éxito para Ella Fitzgerald, justo un año después de que Billie Holiday cantara “Strange fruit”? Y si pones las dos canciones juntas y las comparas obtienes un cuadro bastante real de la política racial y de lo que era aceptable y lo que era considerado cierto en ese momento particular de la historia reciente?. Piénsalo, le dices al hombre. Las dos canciones son sobre colores, pero una es acerca de lo que realmente está pasando en el mundo y la otra es más bien una pieza absurda y sin sentido, como una negación de que las palabras puedan significar alguna vez algo, sobre una chica que pierde una cesta amarilla y no sabe si podrá encontrarla. Y ¿adivina cuál de las dos fue un éxito total y se mantuvo de número uno por diecisiete semanas?

Así que yo soy arrogante y sabelotodo, te digo. Ya veo.

Y el hombre se ríe y sigue tocando, me dices. Y luego alguien más comienza a tocar, desde otro piano, uniéndose a la melodía; y luego se une un tercero, hasta que el sitio entero se llena de notas de piano, y tú te vas a la otra habitación donde están los violines y otros instrumentos, todavía puedes oír los pianos al fondo, y entonces tres chicas más bien bonitas se unen a la melodía con sus violines, y es todo de lo más romántico, la canción se ha convertido en una muy romántica versión de sí misma. Y entonces le dices a las chicas al pasar, ¿sabían que hay una segunda parte de esa canción, mucho menos famosa, en la que Ella Fitzgerald encuentra finalmente la cesta amarilla? Es casi tan buena como la original, bueno, yo la prefiero, aunque no tuvo tanto éxito en el momento. Y las lindas violinistas asienten y sonríen, y de pronto, como para complacerte, alrededor de ti todo el mundo comienza a tocar la canción de la que estás hablando y ahora toda la tienda resuena con la melodía. El departamento de instrumentos de viento está lleno de gente tocando trompetas y saxofones y clarinetes que brillan en la luz que baja del techo de la tienda y el sonido que hacen, completando el de los pianos y los violines, es tan ancho como el cielo. El trompetista que está al frente te guiña un ojo y también lo hace una de las chicas que toca saxo. Entonces pasas a la sala siguiente y la sala está llena de niños con instrumentos de viento y de percusión —kazoos, ocarinas, xilófonos, marimbas, castañuelas— y ellos también se unen a la misma melodía, de hecho en todas partes a donde vas en la tienda, en cada departamento, subiendo y bajando pisos, la gente está tocando la misma melodía feliz en cada uno de los instrumentos de esa tienda, es como si toda la tienda estuviera viva, hasta las paredes se mueven al ritmo de la música y la melodía crece y crece, amenazando sólo con llegar al final y disolverse cuando caminas hacia la puerta y estiras la mano para abrirla. Entonces la melodía va disminuyendo, cada vez se escucha más baja, pero de pronto, sólo para ver qué pasa, sueltas la perilla de la puerta y retrocedes tres pasos y como si fuera una broma la música vuelve a sonar altísimo. Y luego, a un ritmo perfecto, siguiendo con total precisión las últimas tres notas de la melodía, abres la puerta, la atraviesas y la cierras y todo el asunto se termina en el simple ¡ping! de la campanita de la puerta que resuena detrás de ti.

Ahí tienes, me dices. Así es como tú eres.

Ahora estoy de pie. Estoy al borde de la furia.

Entonces, te digo. Entonces ¿soy una persona exagerada y dramática, que se las da de sabelotodo y que va por el mundo pensando que es de lo más especial? ¿y a donde quiera que voy doy por descontado que el mundo todo no es más que una orquesta dispuesta a tocar para mí? ¿sólo para complacerme? ¿como si el mundo entero pudiera ser controlado? ¿como si el mundo entero sólo estuviera ahí para servir como mi soundtrack particular?

Sabes que no quise decir eso, me dices.

Pareces a punto de dar tu brazo a torcer. De pronto siento que tengo toda la razón.

¿Así que tú piensas que yo soy el tipo de persona que habla tonterías, en una situación en la que es totalmente inapropiado, sobre cómo una canción es más importante que otra por razones políticas, cuando en realidad, verdaderamente, lo que quisiera es regodearme en cursilerías sin sentido que alimenten mis delirios de grandeza?

¿Qué?, me dices.

En tu cara se nota la sorpresa.

¿Así de arrogante? ¿así de solipsista?, te digo.

Nunca dije nada de solipsista, me dices. Ni siquiera sé lo que eso significa. Nunca dije nada de eso. No me estás entendiendo.

¡Piensas que soy pedante e irresponsable!, te grito. ¿No?

Ahora también tú estás de pie. También estás gritando. Gritas algo sobre ser tan inútil como la envoltura de una cesta. Gritas que tú no eres tan superficial o ignorante o botarate o el tipo de gente que compraría un acordeón por la marca. Entonces, en una lista de adjetivos que suenan de lo más inteligentes me dices lo que soy.

Lo que soy es alguien que se va por la puerta de enfrente.

Lo que hago es cerrarla detrás de mí con un golpe que enfatiza mi propia posición.

Todo el tiempo que camino por la calle, con el portazo que acabo de dar todavía resonando detrás de mí, tengo en los oídos el sonido enloquecedor de esa canción acerca de una chica que pierde su cesta amarilla. Cuando llego al apartamento no hay nadie y me siento en el escalón entre la cocina y la sala y trato de pensar en adjetivos para describirte, adjetivos que pueda lanzarte como si fueran pequeñas piedras afiladas, pero todo lo que puedo escuchar en mi cabeza es la discusión que tiene Ella Fitzgerald con los de la banda:

¿Era verde?
¡No no no no!
¿Era roja?
¡No no no no!
¿Era azul?
¡No no no no!

Creo que recuerdo la voz de Ella Fitzgerald volviéndose cada vez más molesta, aunque de una manera cómica, al escuchar a los chicos de la banda que no dan con el color de la cesta, de manera que para el momento en el que canta la última hilera de noes suena casi furiosa.

Entonces comienzo a preguntarme si recuerdo bien el orden de los colores como es en realidad.
Voy a donde están los CDs. Son mis CDs; no fue difícil traérmelos, porque tú no escuchas mucho jazz. Encuentro el disco. Busco en la lista por el título ‘A Tisket, A Tasket’. Meto el CD en el aparato y mantengo apretado el botón hasta que llega a la canción número ocho.

La canción es una pieza de encanto puro, por el modo como parece coquetear con la tristeza pero se aleja de ella revelando una pérdida que resulta no ser en realidad una pérdida, o que es una pérdida que pretende no serlo, y la leve ronquera de esa Ella Fitzgerald más joven y más brusca, es tan despreocupada cuando canta que parece como si no estuviera consciente de las modulaciones de las que su propia voz será capaz cuando sea más vieja y más sabia. Pero, a fin de cuentas, ¿a qué se refiere esa canción? ¿qué es esa misteriosa cesta? ¿quién es la misteriosa niña que se la roba? ¿por qué Ella Fitzgerald se va a morir si no la recupera?

Cuando la canción se termina estoy riéndome a carcajadas en el escalón de la cocina recordando que dijiste que yo era tan inútil como el envoltorio de una cesta; me muero de la risa y es tanto lo que me río que estoy ya casi al borde del llanto y la siguiente canción, la canción casi melliza de la otra, ‘I Found my Yellow Basket’, me sorprende.

Los chicos de la banda que cantan con Ella Fitzgerald en esta segunda canción son de lo más considerados. Le ofrecen cubrir el costo de la cesta original que perdió en la otra canción.
Oh, no, no es necesario, les dice ella, les tengo buenas noticias, y entonces me doy cuenta, al escuchar la ligereza de su voz cuando canta cómo se siente contenta y aliviada, lo tranquilizador que es que exista una canción en el mundo en la que Ella Fitzgerald logra localizar a la misteriosa niña y encontrar la cesta amarilla. Ella canta sobre lo feliz que es. Luego canta la palabra ‘ahora’ por última vez. Suena tan inocente, tan parecido al sonido alegre de una campana, que me da vergüenza.

Suena el timbre de la puerta.

Afuera hay una gran caja negra. Se ve muy elegante y cara. Se ve nueva. Es tan grande que casi me llega a la cintura. El hombre que la subió por las escaleras está todo rojo y cansado.
Firmo y la arrastro hacia adentro. Es muy pesada. Al principio no tengo idea de qué puede ser.
Entonces entiendo lo que está adentro, por supuesto que es eso, con sus teclas negras y blancas en la oscuridad.

Sé que ninguno de nosotros tiene la más remota idea de cómo tocarlo, ni siquiera de cómo abrirlo y cerrarlo como es debido. Es algo que hay que aprender. En lugar de abrir la caja, abro la nota que vino con ella. Me imagino, antes de abrirla, que dice que éste es parte de un par y que si necesito el otro lo voy a encontrar en tu casa.

Esto es lo que dice la nota:

Tú sí que eres bien especial. De verdad.


Hasta aquí el segundo cuento de Ali Smith. Espero que te haya gustado tanto como a mí.

Un abrazo,

r

No hay comentarios: