martes, 18 de mayo de 2010

Decisiones difíciles


Amiga,

A veces uno piensa que la impresión que tiene del modo como vive la gente aquí se basa en un prejuicio. (¿Es posible vivir sin prejuicios?) Pero cada tanto aparece ese dato que te confirma algunas viejas ideas. Como la idea, por ejemplo, de que los ciudadanos de este reino tienen muy pocas preocupaciones y por eso fuman hasta destruirse los pulmones, beben hasta morir de cirrosis hepática y comen hasta que la obesidad los hace padecer de diábetes hasta el fin de sus días, cuando no se lanzan por el borde de un puente sin más trámite.

Y una de esas noticias que confirman la idea de la falta total de preocupaciones de los súbditos de su majestad Isabel II apareció este domingo en el periódico The Independent. A propósito de las difíciles decisiones que tuvo que tomar el líder del partido liberal demócrata, para formar gobierno con su archirrival, el partido conservador, el periódico hizo una encuesta entre los peatones de una zona central de Londres. La pregunta: ¿cuál es la decisión más difícil que has tenido que tomar en la vida?

Las respuestas asombran. Aparte del joven de treinta años que respondió que había tenido que tomar la decisión de dejar un trabajo bien pagado para dedicarse a “seguir su sueño”, el resto se refirió a cosas tan intrascendentes que uno se queda sin palabras. Pero te traduzco algunas de las respuestas para que te des una idea.

Un joven de veintiseis años dijo que la decisión más difícil que había tenido que tomar en su vida fue devolver una billetera llena de plata que se había encontrado cuando era estudiante. Una joven de veintiuno dijo que la decisión más difícil había sido quedarse estudiando en la universidad aunque no lo disfrutaba. Un joven de veinticuatro dijo que lo más difícil había sido aceptar hacerse un tatuaje para cumplir con una apuesta que había perdido.

Se podría pensar que se trata de jóvenes y que no les ha tocado todavía decidir nada fundamental. Es cierto. Pero las tres personas adultas entrevistadas no respondieron precisamente como si hubieran tenido que enfrentar grandes problemas en su existencia. Un señor de cincuenta y seis años dijo que la decisión más difícil había sido dejar a su madre sola todas las noches cuando estuvo enferma. Una señora de cincuenta y dos dijo que había sido realmente difícil decidir por quién votar en las elecciones de mayo. Y el mayor de todos, de sesenta y tres, contó que la decisión más difícil que había tenido que tomar en la vida había sido elegir el colegio de su hija, ¡porque había demasiadas opciones!.

¿Qué te puedo decir? Estas respuestas son de una elocuencia pasmosa.

Sé que se pueden armar muchos argumentos en contra de que esta sea una muestra representativa de toda la gente que vive bajo el sol británico, pero me concederás que es difícil resistir la tentación de pensar que los ciudadanos de este primer mundo, con todo y su seria crisis económica, viven de lo más bien. A juzgar por las decisiones que les ha tocado tomar en la vida, se diría que han vivido en una perfecta burbuja de bienestar.

Ante esta evidencia no es fácil pasar por encima del prejuicio de que en el primer mundo las preocupaciones brillan por su ausencia. No es casual que todo el que quiera mejorar de vida, o salir de pobre —como dicen los mejicanos—, tenga la vista puesta en estos lados del mundo. Pero tal vez son esos mismos ciudadanos que han vivido sin problemas cruciales toda su existencia los que votaron por los conservadores y están ahora exigiendo leyes cada vez más duras contra los inmigrantes, sean legales o no. Y en estas respuestas se puede ver con claridad qué están defendiendo: una vida sin preocupaciones.

¿A costa de qué? Ésa es tal vez la pregunta que habría que hacerse, si estuviéramos poniéndonos cínicos. Pero no. Se está muy bien aquí, bajo el sol primaveral. Hay flores en los parques, los pajaritos cantan, el termómetro de afuera marca 25 grados. No es tiempo de cinismos.

Te mando un abrazo con tulipanes,
r

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