viernes, 30 de abril de 2010

El ágora de Amenábar


Amiga,

Hay días en que me reconcilio con este primer mundo en el que vivo exiliada. El miércoles fue uno de esos días. No sólo porque existen las bibliotecas y las librerías donde se consigue de todo, sino también porque las películas llegan de todas partes, casi siempre a tiempo, y verlas es un lujo que ilumina el alma.

Ayer vimos Ágora, la película de Alejandro Amenábar. Aunque aquí ha sido encasillada como una más de las típicas películas-de-romanos, que aquí llaman sandal-films —porque en ellas la gente usa las típicas sandalias greco-romanas— creo que vale la pena verla, precisamente por el modo como transforma el género para hacer otra cosa.

Para empezar, la protagonista es una mujer. Puede sonar simple, pero éste no es un detalle insignificante si tomas en cuenta que estas películas se caracterizan por ser un despliegue de testosterona pura —sólo hay que imaginar a Charlton Heston enfundado en su toga y sus sandalias. La protagonista, pues, es una mujer, pero no una sufrida víctima, sino una pensadora, maestra y estudiosa de las matemáticas y la física. Su problema son los astros y el modo como funciona el sistema solar.

Y ese es el otro elemento sorprendente y gratificante de la película. Porque Hipatia —que así se llama la protagonista— no sólo fue una filósofa y matemática de renombre sino que contribuyó con sus descubrimientos y su saber a formar a las nuevas generaciones y a explicar los misteriosos movimientos de la tierra y los planetas alrededor del sol. Por eso, cada tanto, la cámara se aleja y toma la perspectiva de un satélite y vemos la tierra desde el espacio, como un disco azul y blanco rodeado de estrellas.

Y esta perspectiva nos recuerda que estamos viajando en el tiempo y en el espacio, hacia un pasado en el que las mentes más brillantes se preguntaban sin prejuicios cómo era la tierra, dónde estaba con relación a los demás planetas, cómo funcionaba el cosmos …mientras los cristianos inauguraban un período de oscurantismo e intolerancia que duraría siglos.

Todo esto sucede en una ciudad que te encantará ver: Alejandría. Con su faro y su biblioteca y sus pensadores de toga y sandalias discutiendo en un ágora que se va volviendo cada vez más violenta, por la presencia de los intolerantes cristianos. Y éste es el otro punto en el que Amenábar le tuerce el cuello al género de las películas de romanos, en las que los mártires eran siempre los pobres cristianos que morían en la arena del circo peleando con las fieras.

En Ágora, los cristianos son la secta intolerante que se aprovecha de las necesidades de las grandes mayorías —el hambre, la miseria— y que, a cambio de mendrugos y de un inflamado discurso, ofrecen una revolución que en realidad nadie sabe a dónde conduce. Por supuesto, las masas de desposeídos se sublevan y acaban con el orden establecido, saquean y destruyen la biblioteca y, como se dice, lo demás es historia. Una historia en la que los oportunistas de ayer se vuelven los poderosos de siempre, sin otro fin que el poder mismo.

En fin, amiga, una joya. Una puesta en escena de todos los lados de un conflicto humano que se ha repetido tantas veces que ya es un clásico: la élite acomodada y plácida, ciega frente a las necesidades de las mayorías; el grupo de oportunistas que se aprovecha de esa ceguera y subleva a las masas contra los dirigentes, destruyendo todo a su paso; la intolerancia y el fanatismo que inevitablemente se apodera de todos …y un final nada promisorio. Todo está ahí y creo que nos toca de cerca a quienes estamos viendo repetirse la historia en la tierruca.

Ágora es una de esas películas que mientras estás viéndola sabes desde ya que vas a querer verla otra vez. ¡No te la pierdas cuando llegue por aquellos lados!

Te mando un abrazo alejandrino,

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