miércoles, 15 de julio de 2009

Ola de calor



Amiga,

Ayer escuché un podcast en el que la presentadora se tomó más de diez minutos del programa para conversar sobre el atuendo que se debe usar para ir al trabajo en estos tiempos de calor casi extremo. ¿Habrá otro lugar en el que sea posible otorgarle un grado de consideración tan detenido al vestuario adecuado para ir al trabajo en verano?

Y no estoy hablando de un programa que se dedica usualmente a ese tipo de frivolidades. Se trata de un podcast en el que entrevistan escritoras y activistas que trabajan por los derechos de la mujer. Un programa sin duda serio y políticamente correcto. Pero ahí estaban esas tres mujeres, cultísimas y serísimas, ponderando qué tanto escote era aceptable en la oficina y cuánto de los brazos se debería mostrar.

Me sorprendió tanto aquel intercambio de tips para vestirse en verano que me he quedado pensando en el asunto hasta ahora que decido comentártelo, porque me parece una de esas cosas idiosincráticas que uno nota porque no pertenece a la cultura local. En nuestros climas más que templados, francamente calientes, nunca nos preguntamos si será adecuado ir al trabajo con una franela de tiritas y mostrando los hombros. Pero aquí, mostrar lo que llaman “mucha piel” –too much flesh- es algo así como una afrenta. Por supuesto que no estamos hablando de adolescentes arriesgadas, sino de señoras de cierta edad que deben vestirse para ir al trabajo.

Las señoras del podcast no parecían preocupadas sólo por el asunto de adecuar el vestuario al clima, sino tal vez por un tema más delicado: cómo taparse lo suficiente sin sofocarse de calor. Y que conste que no estamos hablando de un calor extremo. Hace una semana la temperatura llegó a treinta grados en Londres. Duró unos cuatro días y luego los termómetros volvieron a estar alrededor de los veinte grados, que es el clima habitual en estos tiempos. Esa fue toda la ola de calor que padecieron los londinenses.

Aquí, durante un día y medio hizo entre 25 y 27 grados. Todo el mundo andaba sofocado por la calle. Un taxista que nos trajo con la compra desde el abasto venía resoplando por el camino con tanta vehemencia que pensé que se nos iba a quedar tieso antes de hacer los quince minutos del centro comercial a la casa. Nos preguntó de dónde éramos y si teníamos calor. Le dije que estábamos acostumbrados a vivir alrededor de los treinta grados y que la verdad es que esta era la temperatura normal en el trópico. El hombre se compadeció de nosotros sinceramente.

Me pregunto ahora si no habría también programas similares en los medios locales si de pronto tuviéramos una ola de frío, digamos por debajo de los diez grados, y necesitáramos ventilar nuestras soluciones de vestuario ante un clima tan inesperado. Supongo que habría demostraciones de cómo amarrarse las bufandas y qué tipo de gorro usar para evitar que el ochenta por ciento del calor corporal se nos escapara por la coronilla. Y cualquier ser acostumbrado al frío del polo se reiría de nosotros con razón, porque a quién se le ocurre morirse de frío a diez grados centígrados.

Sin embargo, tengo el presentimiento de que cuando uno ha soportado el calor extremo, aguantar el frío es menos traumático. Pero eso lo digo seguramente porque hay un sol espléndido y hace veinte grados y la memoria olvida, a conveniencia, el sufrimiento de andar tiritando en pleno invierno y sin sol.

Ya me tocará quejarme cuando cambie el clima. Mientras tanto, disfruto burlándome de lo mal que se llevan con el calor los británicos.

Un abrazo,
r

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