miércoles, 15 de abril de 2009

El sofá imposible


Amiga,

Desde diciembre hemos estado intentando comprar un sofá y ya en la segunda mitad abril todavía nuestra sala está poblada sólo de sillas huérfanas. Ayer estuvimos lo más cerca que se puede estar de tener uno. Engalanamos la casa con lámparas nuevas, movimos sillas y mesas, hicimos planes... y vimos llegar el sofá envueltito y listo para entrar a nuestra vida para siempre. Pero no pudo ser...

Esta historia no comenzó ayer, como puedes suponer. En diciembre, cuando regresamos de París, comenzamos la caza del sofá perfecto. Tendría que ser preferiblemente de cuero, porque si fuese de tela Gussi lo rompería con sus garras en un santiamén. Pero no cualquier cuero, porque odio las pieles brillantes vengan o no en forma de mueble. No podía ser negro, ni blanco, ni rojo... el marrón es mi único espectro aceptable de cuero. Tenía que poder convertirse en una cama, porque todos los que vivimos en el exilio estamos siempre esperando visitantes, aunque nunca lleguen.

Con esto en mente comenzamos una búsqueda que se repartió entre internet y visitas a tiendas reales. Lyo había vetado desde el principio el lugar que a mí me parecía más obvio para comprar un sofá en nuestro rango de precios: Ikea. En este lado del mundo no hace falta explicar qué es Ikea, porque más que una tienda es una especie de forma de vida pre-empaquetada para uso de adultos contemporáneos de mente abierta. Pero tal vez sea necesario comentar, para los improbables lectores de otros lados del mundo y para que te hagas una idea, que Ikea es una tienda que vende muebles de diseño a precios accesibles. De ahí la razón del veto: ¡todo el mundo compra sus muebles en Ikea!

Vetada la opción más obvia nos quedaban opciones más caras, pero tal vez más glamorosas, así que visitamos todas las tiendas de las cercanías y algunas de la ciudad. Creo que te he contado antes que nuestro pueblito está cerca de un par de enormes centros comerciales que hacen que uno se sienta más en USA que en la vieja Escocia. En esos centros comerciales hay grandes tiendas de muebles en las que entramos y salimos sin sentir la más mínima necesidad de comprar ni una mesita. Son lugares en los que venden muebles para seres tan distintos de nosotros que parecen habitar otros planetas o casas que no existen en ciudades que no son ésta.

Así que nos aventuramos más allá del vecindario y terminamos poniéndonos de acuerdo frente a la vitrina de una tienda realmente atractiva que se llamaba Sofa Workshop –como si dijéramos el propio taller especializado en sofás. Fuimos varias veces sólo a mirar y a finales de enero nos decidimos a entrar, hablamos largo con una vendedora, elegimos un estilo, una tela resistente –porque a esas alturas ya nos habíamos convencido que el cuero estaba más allá de nuestro presupuesto- un tamaño adecuado... hicimos todo el papeleo y salimos convencidos de que en un par de meses tendríamos en casa nuestro perfecto mueble para recibir visitas, se quedaran o no a dormir.

Aquí es necesario hacer un paréntesis fundamental. Las tiendas que venden muebles en este país no son como las nuestras, donde tú te antojas de una silla, la pagas y te la llevas a tu casa sin mucho trámite. No. Aquí tienes que ordenar el perol, hacer una especie de contrato de compra-venta, firmar varios documentos, comprometerte a pagar cuando sea el tiempo, y es entonces cuando mandan a hacer el mueble en cuestión, bajo tus específicas condiciones y requerimientos. Es por eso que no puedes comprar un sofá-cama hoy y tenerlo en tu casa mañana. Tienes que esperar dos o tres meses, como mínimo.

En teoría, un mes después de haber hecho el pedido nos llamarían para confirmar que, en efecto, la orden había sido recibida y en algún lugar del planeta alquien estaba fabricando el sofá-cama ideal, que nos llegaría a más tardar en marzo. Pasó un mes y no recibimos llamada alguna. Llamamos y nadie atendió. Nos armamos de valor e hicimos el viaje hasta la tienda, que queda en el otro extremo de Edimburgo y para llegar hay que montarse en dos autobuses. ¡La tienda había cerrado!

En la puerta había un letrero con los teléfonos a los que se podía llamar para pedir información sobre los pedidos ya hechos. Llamamos. Nos llamaron. Resultado: si queríamos mantener la orden debíamos esperar otros tres meses porque el proceso empezaría de cero. Dijimos que no y volvimos al punto de inicio. Había que elegir otra tienda, otro sofá, volver a ordenar y a esperar otros dos o tres meses.

Esta vez, mi argumento a favor de Ikea se volvió más convincente y –página web a mano- elegimos un sofá-cama, de cuero marrón, que quedaría simplemente perfecto en nuestra sala y costaba la mitad de lo que nos costaría comprar el mismo sofá en cualquier otra tienda. Ordenamos el mueble de nuestros sueños y nos sentamos a esperar hasta que llegó ayer, flamante y oloroso, a estacionarse frente a nuestra casa. ¡Pero el perfecto sofá-cama no entró por la puerta!

¿Puedes creer que un sofá normal y corriente no entre por una puerta? Pues así es como es en este lado del mundo. Teníamos que haber medido al milímetro cada una de las dimensiones del artefacto para asegurarnos de que entraría cómodamente a nuestra minúscula morada. Hacía falta un centímetro y medio más de espacio en el marco de la puerta, y por eso nos quedamos sin dónde sentarnos y nuestras potenciales visitas se quedaron sin cama donde pasar la noche.

Cuando vimos a los hombres del transporte llevarse el perfecto sofá-cama, que habíamos tardado cinco meses en seleccionar, comprar, ordenar y recibir, fue como si el mundo o el destino nos estuviera diciendo algo. Siempre necesitamos leer signos en los infortunios, ¿por qué será?

Lo que nuestro perfecto sofá-cama nos estaba advirtiendo era muy simple y al mismo tiempo una lección difícil de aprender: hay que tomar medidas, ser previsivo, no dar nada por sentado. Sobre todo si vives en una casa enana y con una puerta demasiado angosta. Dicho de otro modo, la historia del sofá parece estarnos diciendo que hay que ajustar las ambiciones a los espacios donde pretendemos que quepan nuestros sueños.

Pero lo que estamos comenzando a sacar en claro es una moraleja menos tradicional. Un cuento con advertencia que tiene más que ver con la condición de descolocamiento que se vive cuando uno trata de ubicarse en un lugar al que no pertenece. El exilio es un eterno proceso de ensayo y error, en el que uno queda atrapado por un tiempo que parece infinito. Se trata de un malentendido permanente y lo mismo puede pasar cuando quieres comprarte unos zapatos, cortarte el pelo o instalar una lámpara... No por casualidad Lyo dijo, al final del día en que perdimos nuestras ilusiones, que estaba cansado de ser nuevo. ¿Cuántas veces tienes que equivocarte para aprender a vivir en un lugar en el que siempre entiendes todo a medias?

No creo que obtengamos pronto una respuesta para esa pregunta fundamental. Lo que sí sé es que cansa. Cansa y desgasta equivocarse una y otra vez en las cosas más simples... y que tus deseos –por modestos que sean- resulten a veces más grandes que el mezquino espacio que puedes ocupar en un lado del mundo que te es ajeno.

Sin sofá pero todavía con esperanzas, te abraza,
r

No hay comentarios: