lunes, 10 de marzo de 2014

Carta de Eliza



Amiga,

No sé ni como comenzar a escribirte. Tal vez imaginando que estás cerca, que te abrazo y puedo llorar contigo, a salvo, habiendo visto este horror, pero a salvo. Sin este miedo, sin este asco, sin este dolor en el estómago, sin estas nauseas, sin esta tristeza. No sé qué decirte. Sé que has visto noticias, he visto tus comentarios y he sentido tu angustia y tu preocupación. Así que no tengo que contarte nada.

Hoy, después de dos días de “descanso” en casa, salimos a dar una vuelta por la ciudad. No estamos en las zonas de conflicto, tiene sus ventajas vivir en el monte. Aquí nos hemos reunido con nuestros vecinos, preparamos comidas juntos, hacemos pancartas, comentamos los sucesos de los que nos vamos enterando por parte, por las redes sociales, porque logramos comunicarnos con alguien… Ayer bajamos a comprar algo de comida, lo que se pudiera, porque ya no nos quedaban provisiones y a visitar a Eric que se enfermó (una gripe de esas). En la Vuelta de Lola encontramos a Arnaldo y a otros conocidos, hicieron un “pancartazo” durante la mañana. Acompañamos un rato y luego hicimos una cola para comprar pan (es la primera que hago; parte de mi resistencia individual ha sido no hacer ninguna cola para comprar nada pero hoy tuvimos que claudicar), y recorrimos varios sectores.

¿A qué huele la guerra? Aquí, esta guerra minúscula que hay aquí, este remedo de guerra, huele a basura quemada en todas partes. 


Esto es en el viaducto de la 26, comenzando, en la esquina de Supermercado Yuan Lin. Las urbanizaciones de esa avenida, han sido de las más atacadas por las bandas de motorizados, eufemísticamente llamadas “colectivos”. Igual la zona de Las Américas, por donde vivía tu mamá. La Pedregosa, Santa Juana, la urbanización Humbolt que está cerca del terminal de pasajeros. Hay lugares donde parece que no pasa nada. Las calles están limpias, la gente hace vida “normal”. Pero igual impera el miedo, porque los tupas pueden llegar en cualquier momento, porque andan por todas partes, en sus motos, en grupos, porque te miran desde el poder de sus armas cuando te pasan por el lado, porque estás marchando y los ves agrupados, detrás de la policía, detrás de la tanqueta.

El miedo, amiga. El desfile de ayer para conmemorar el año de muerto del militar que dejó este “legado” daba miedo, cada palabra dicha en ese acto infame era una corroboración de lo que tiene 15 años diciéndose aquí, desde el lugar del poder: La vida, no diré las opiniones, de quienes no se pliegan al régimen, vale menos que nada (Hemos hablado del tema, te he escrito muchas veces que entiendo perfectamente lo que sienten los que han salido del país, ese “extrañamiento” del que tanto has escrito, porque es lo mismo que siento yo, sin haber cruzado mar alguno. Ni el país nos pertenece ni viceversa. Ahora eso se hace saber a balazo limpio. Y uno va, con su miedo a cuestas). 

Hemos marchado hasta la extenuación (estamos insolados, exhaustos de tanto marchar). Cantando, portando la bandera, con pitos y bubuzelas, con pancartas… Nunca pensé que marchar iba a convertirse en mi actividad cotidiana. Ni contar muertos y heridos. Ni llamar a los amigos a cada rato a ver si están bien, si su casa o su carro están a salvo. Ni que iba a llamar a mi hija todos los días para contarnos nuestras respectivas marchas y si logramos llegar sin un rasguño a casa. Pero no nos ven. Las noticias se limitan al carnaval, a los actos del gobierno (especialmente a las conferencias de paz, esa trampa mortal en la que varios han caído), a las labores de limpieza que hacen los colectivos mientras “esos violentos guarimbean y ejercen la violencia). Estamos anulados, no nos vemos. Las marchas no existen. Es lo peor de todo esto. Y la certeza de que se va a ir agotando (nadie puede estar indefinidamente en barricada ni marchando), de que poco a poco, el gobierno va a imponer su normalidad, con las balas, con los medios de comunicación. Esto se convertirá en pesadilla colectiva, o se olvidará, y el régimen seguirá su curso, más fortalecido. Es mi percepción (y la de Joseangel), nada optimista.

Y eso me da más miedo. Por mí, por nosotros, por los amigos, por Eliacim, por Aleja. Sobre todo por Aleja. Tenemos que salir de aquí, amiga. Huir, no hay otra salida. Porque no estamos dispuestos a morir ni a matar a nadie. Sé que estoy un poco dispersa, que no atino a escribirte bien, pero no puedo. Demasiado dolor en estos pocos días, y horror, y decepciones. 

Te abrazo así, sintiéndome tan poquita cosa,

E

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