sábado, 10 de diciembre de 2011

Memorias urbanas


Amiga,

Te debo un cuento más largo de mis días en Londres. Pero ya estoy otra vez en casa, con tanta comodidad, tanto silencio y tanta soledad que me cuesta recordar las multitudes, las calles atiborradas, el ruido intenso que nunca cesa. Cuando estás en la mega-ciudad no puedes pensar en ella, porque la tienes demasiado cerca. Y cuando te alejas su ruido se apaga tan rápido que parece que estuviste en medio de un espejismo y que en lo que dejas de verlo ya no existe más.

Pero yo sé que Londres sigue ahí y que tengo recuerdos recientes de gente tropezando en sus calles. Recuerdo el Támesis inmenso, siempre más grande en la realidad que en la memoria: una exposición de fotos de Sicilia montada en el lado sur y tres esculturas hechas en la orilla pedregosa del río con una arena traída de quién sabe dónde. Me queda la imagen de los niños patinando sobre hielo al compás de un vals, en la pista de Sommerset House, con los viejos sentados alrededor en sillas de hierro viendo el espectáculo a la intemperie mientras se toman un vino dulce y tibio, agarrando la taza con las dos manos para calentarse.

Conservo la visión de la larga cola de gente esperando para poder comprar entradas a la exposición de seis cuadros –¡sólo seis!– de Leonardo en la National Gallery. Mantengo la memoria de Brixton, de sus calles olorosas a comida caribeña, de su colorido mercado donde se puede escuchar hablar español con tanta soltura como cualquier otro idioma. No me olvido de Camden Town y el olor de las cachapas que comimos en el puesto de un venezolano que también vendía arepas, como las hacemos nosotros, en el horno, y no fritas como las preparan los colombianos. Siguen llegando a mi memoria ramalazos del Regents Canal, cuando caminamos tratando de recordar viejos tiempos, pero nos encontramos con más basura e inmundicia de la que hubiéramos querido ver.

Sigo despertándome en las mañanas con una extraña sensación de fin de mundo, porque amanece oscuro y el sol brillante que teníamos en las mañanas ya no está y no hay gente en la calle de enfrente andando de aquí para allá con maletas y maletines. A mitad del día me asomo a la ventana y me pregunto a dónde se ha ido todo el mundo, cuando veo la plaza desierta que tengo enfrente, con su solitario banco donde nunca nadie se sienta. Y me acuesto en la noche pensando que algo no encaja, porque el silencio aquí es tan constante y cerrado que parece mentira que hace apenas unos días estuvimos en el medio de todo aquel ruido.

Pero aparte de eso no hay nada más. La ciudad se me ha ido del ánimo y del gusto. Estoy sola otra vez con mi pueblo solo. Como si se tratara de un destino del que no puedo escapar. Sin embargo, la experiencia urbana nos terminó de convencer de intentar mudarnos a la ciudad el año que viene. Porque estamos convencidos de que es vital tener a mano todo el estímulo y el impulso que produce la ciudad. Por suerte, Edimburgo es más bien un pueblo grande y está muy lejos de alardear del ruido y la furia de una metrópolis como Londres.

Así que, para compensar, me fui ayer al centro comercial a dar una vuelta, con la excusa de comparle al Gussi la grama que come para que no se le atoren los pelos en el estómago y que solamente venden en una tienda específica allá en Livingston. Esperé el autobús mucho más tiempo de lo necesario, estaba lleno de gente, y al llegar al centro comercial las hordas de compradores me sorprendieron. Hice mis compras y me refugié apurada en el cine, donde por suerte no era todavía hora de grandes audiencias.

Al regresar me subí a otro autobús atestado y llegué a casa con la sensación de que ya no disfruto el exceso de gente. Y ciudades y gentío son una y la misma cosa. Así que pasará tal vez un rato largo antes de que me anime otra vez a probar la experiencia de la metrópolis. Hoy habíamos planeado acercarnos a la ciudad a ver la feria navideña que ya instalaron en el centro, como lo hacen todos los años, pero nos ganó la flojera y la falta de luz.

Así que aquí estamos, amiga, otra vez en el pueblito. Suspendidos en un baño de nieve.

Te mando un abrazo helado,
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Notas para Eliza by Raquel Rivas Rojas is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual 3.0 Unported License.

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