miércoles, 6 de julio de 2011

Impulso


Amiga,

He estado tratando de sentarme a hacerte un sumario de los últimos días, de mi viaje a Washington, del regreso, de los días muertos en los que he estado intentando readaptarme al silencio y la soledad. Pero me cuesta. He perdido el ánimo de echar el cuento de los días que pasan sin novedad alguna. Y me siento culpable, porque se supone que me he impuesto el deber de hacer la crónica de este estar sin consecuencias, incluso cuando no tenga ganas. Así que aquí estoy otra vez escribiéndote, con la excusa de que tengo que adaptarme al teclado de mi nueva compu (una flamante y ultra liviana MacBook Air).

Aunque he escrito antes en este blog que los regresos son imposibles, esta vez sentí, mientras volaba sobre el Atántico, que volvía a mi casa, a mis rutinas, a mis amores cotidianos. No sentí tristeza de volver, solamente nostalgia de despedirme de mi mamá, mis hermanas y mis sobrinos, porque no sé cuándo voy a volver a verlos. Pero he pasado por tantas despedidas que ya estoy aprendiendo a manejar esa tristeza. Sigo llorando por los rincones de los aeropuertos y a veces en medio del vuelo, aunque creo que he logrado que se me note menos.

Pasé una semana mirando las fotos que tomé en la playa, deambulando solita por la casa con los oídos desacostumbrados a tanto silencio, riéndome sola en la cocina de los chistes que me contaron mis hermanas y las loqueras de mi sobrino Nicolás, que habla todo el día como un radio prendido, sin parar nunca. He mantenido hasta ahora el olor de la playa en mi baño, porque me traje un jabón que usábamos allá y que huele a sol. En las noches, cada vez que uso la crema humectante que me ha mantenido el mínimo bronceado por más días de lo que esperaba, me acuerdo de las conversaciones sobre las casas y los trabajos, los estudios, los libros y las películas. El recuerdo acompaña.

Pero uno no puede pasarse la vida nada más recordando, sin aterrizar un día. Así que esta semana volví al trabajo y a las aspiraciones de trabajar otra vez. Envié mis papeles a otra universidad. Tal vez tenga más suerte esta vez. Le di una mirada al artículo sobre la literatura del exilio que no termina de salir. Me senté a escribir el cuento de junio que le estoy debiendo a mi otro blog. Y me estoy preparando para trabajar en la traducción del libro que ya parece que es segura. Estoy, pues, calentando motores de nuevo. Porque cuando no hay muchas ganas lo que hay que hacer es actuar como si las hubiera ...y tal vez el ánimo regrese por sí solo cuando mejor le parezca.

En eso ando amiga, empujándome yo sola. Encontrando por mí misma un combustible que me haga seguir en pie. Porque en el limbo del exilio nadie te empuja para ningún lado. En la gravedad cero del destierro flotas sin peso ni rumbo hasta que tú misma decides anclarte o impulsarte, saltar o caer. Y no estoy con ánimos de seguir a la deriva. Tengo ganas de ver un camino enfrente: de una meta.

Te mando un abrazo fuerte como un impulso,
r

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