jueves, 24 de diciembre de 2009

Bajo nieve!


Amiga,

Pasar diciembre en estos lados, bajo una nevada que lleva ya más de una semana, y amenaza con prolongarse por una más, es realmente algo digno de anotar. Ya los medios están diciendo que es la nevada más grande y prolongada que ha habido —por lo menos en Escocia— en los últimos veinte años. Te puedes imaginar lo que eso significa en un lugar en el que, cuando cae nieve, se derrite al día siguiente y no hay de qué preocuparse.

El primer drama es mantener las calles despejadas y llenas de sal. No sé si sabes que la única manera de que las calles no se conviertan en resbaladizas pistas de hielo es rociarlas con abundante sal. Es una sal gruesa, casi marrón, que termina dañando la carrocería de todos los carros y las bicicletas, los zapatos y hasta las alfombras de la casa si te descuidas. Pero ni modo, el prodigioso cerebro humano no ha encontrado —parece— otra solución al dilema de la nieve que se convierte en hielo.

El segundo problema es hacer que el transporte público siga funcionando. Al parecer autobuses y trenes se han mantenido andando de manera más o menos regular. El caos ha estado concentrado en los aeropuertos, donde han detenido vuelos tanto locales como internacionales por el prolongado mal tiempo. Pero lo que a mí me ha resultado más sorpredente es el caso del tren que viaja por debajo del Canal de la Mancha, entre Londres y París.

No sé si has leído las noticias, pero igual te lo cuento porque de verdad es una muestra de los límites de la planificación humana. Resulta que nadie pareció haber previsto, cuando construyeron el famosísimo túnel, que alguna vez haría una temperatura igual o menos que cero en la entrada o la salida del túnel. Nadie previó tampoco, por supuesto, las consecuencias subterráneas de semejantes condiciones climáticas. Así que el túnel —que se mantiene a una temperatura más tibiecita, por estar debajo de la tierra— se convirtió en una especie de invernadero y ninguno de los circuitos y aparatos de los trenes resistió el brusco cambio de temperatura. Seis trenes se quedaron detenidos dentro del túnel y, por supuesto …el caos!

Un caos que comenzó por dejar a la gente encerrada, a oscuras, sin aire, por horas de horas en los trenes que se pararon en seco. Porque, hablando de falta de previsión, no parece que hayan previsto tampoco un plan de evacuación de emergencia que pudiera ponerse a funcionar en cuestión de minutos ni de horas. Las comunicaciones fallaron por completo y nadie sabía qué estaba pasando. Así que los pobres viajeros que iban o venían sufrieron de lo lindo y seguramente estarán jurando no volver a repetir la jornada bajo el canal en los tiempos por venir.

Los diligentes ingenieros encargados del asunto parecen haber resuelto el problema y los trenes están de nuevo en funcionamiento. Pero por tres o cuatro días, una de las obras de ingeniería más aplaudidas y celebradas en este lado del mundo, se detuvo en seco por unos grados de más o de menos. ¿No te parece increíble? De más está decir que las colas en la estación St. Pancras —de donde salen los trenes desde Londres al continente— sigue hasta hoy atiborrada de viajeros rezagados.

Nosotros, por supuesto, estamos tomando nota y nos hemos jurado no viajar en invierno nunca más —ya nos tocó una vez un clima parecido y una larguísima espera un diciembre que nos antojamos de ir a Irlanda. Así que aquí estamos, contando las hayacas que nos quedan —me niego a escribir hayaca con “ll”— y preparándonos para sobrevivir rodeados de nieve por una semana más.

No es tan malo, la verdad. Incluso tiene su lado divertido. Hicimos un muñeco de nieve cuando estuvieron aquí Marcela y Diego —los amigos venezolanos que nos ayudaron a hacer las hayacas— y fue de lo más entretenido. Pero, siendo como somos hijos del trópico, no tenemos idea de cómo se hacen esas cosas. Así que en cuatro patas juntamos nieve —yo me limité a ayudar con el pie, porque meter mis delicadas manitas en el hielo no es algo que me resulte placentero— y armamos una especie de pirámide a la que después se le fue dando forma. Como puedes ver en la foto, en realidad lo que le terminó de dar cara de muñeco fue la bufanda, el gorro y los lentes de Marcela…

El asunto es que estábamos de lo más orgullosos por nuestro primer muñeco de nieve y pensamos que duraría al menos un par de días. Pues no, resulta que nuestros vecinitos lo consideraron una especie de afrenta y lo destruyeron en menos de una hora. Cuando volvimos de una caminata que hicimos por el parque, el muñeco ya no existía.

Un día después vimos cómo los profesionales construyen muñecos de nieve. Haces una pequeña bola y luego la ruedas y la bola va creciendo mientras más vueltas le das. Así puedes hacer un muñeco tan grande como quieras… Y claro, queda como debe ser. Uno aprende, no te creas. Aunque no nos vaya a servir de mucho, porque si estas nevadas se dan sólo una vez cada dos décadas, te puedes imaginar que no va a ser pronto que podamos poner en práctica el método correcto de hacer muñecos de nieve.

En fin, amiga, te dejo los cuentos hasta aquí, porque he tenido que interrumpir este cuento tantas veces que ya no sé ni qué te estoy contando…

Te mando un abrazo no muy navideño, pero bien congeladito!
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