jueves, 5 de noviembre de 2009

Impaciencia y otros males


Amiga,

Quería contarte sobre mi experiencia de alumna. No sé si pueda hablar de eso sin perder la paciencia. Tú me conoces y sabes que tiendo a ser intransigente y que la mía es una intransigencia que a veces se manifiesta de la peor manera, en un tono más bien descalificador que mucha gente se toma como un insulto personal. El caso es que soy un bicho intolerante y he aprendido a vivir con eso y a disimularlo lo mejor que puedo, cuando puedo. Pero a veces se me vuelan los tapones y estallo.

Ese es el caso, precisamente, cuando trato de ocupar el lugar de estudiante. He estado demasiado tiempo enseñando para perder en unos meses el instinto, el impulso, el hábito de dirigir una discusión, de establecer lo que es importante y lo que no lo es, de intervenir para que las cosas se hagan a mi manera en el salón de clases, ese espacio que para mí es tan familiar y del que me apropio a veces sin querer.

Debo decir que me he contenido bastante bien en estas cinco semanas (¡ya van cinco semanas!). Pero también en ese tiempo he estado entrando en calor, armando argumentos, viendo cómo yo habría hecho las cosas, cómo las enfrentaría si los cursos los estuviera dirigiendo yo… y claro, ya tengo mis propias opiniones y puedo mal que bien expresarlas, entonces todo se empastela.

Ayer, por ejemplo, tuve el atrevimiento de decir que lo que el autor intenta hacer, sus intenciones —como se dice aquí— no son importantes a la hora de leer una historia. He pasado demasiado tiempo leyendo el texto en el texto mismo, para retroceder ahora y considerar válido que en última instancia alguien resuelva “el misterio” de un cuento acusando al autor de borracho. ¡Y menos si se trata de Faulkner! Reconozco que no tenía razón al reaccionar con una observación que para mí, en mis tiempos de docente, hubiera sido más o menos automática, porque estoy asistiendo a cursos de extensión, que están diseñados para “lectores no especializados”.

Pero ¿qué sentido tiene que el lector no especializado salga de un curso como este sin saber absolutamente nada nuevo?, ¿qué gracia tiene que el curso sólo le refuerce los mismos elementales juicios que ya traía cuando empezó?. Más allá del tipo de público al que están dedicados estos cursos, se supone que debe haber en ellos un elemento de aprendizaje. Algo se debe aprender y no me parece sano, ni válido, que el aprendizaje consista en acumular títulos de textos y nombres de autores. Para eso no es necesario pagar, basta con sentarse a leer dos horas por semana en cualquier biblioteca pública.

El sentido que creo que deberían tener estos cursos, aún tomando en cuenta la necesidad de preservar lo que se llama el placer de la lectura, es el de mostrarle a los participantes que existen algunas herramientas que probablemente sirvan para comprender mejor algunas técnicas, algunos procedimientos sin los cuales la ficción no se puede escribir. No creo que le haga un favor a nadie pretender que podemos hablar entre adultos sobre literatura sin poder diferenciar, para ponerte un ejemplo simple, al narrador del autor de carne y hueso.

No creo que sea un salto teórico demasiado grande explicar lo que es un narrador, cómo funciona, qué tipos de narradores hay y cómo esa voz que narra nunca es el-autor-de-carne-y-hueso. Puede ser fastidioso explicarlo pero sin duda ayuda a entender de qué se trata todo y de ningún modo disminuye el placer de leer. Al contrario, el placer de leer aumenta cuando entiendes cómo se hace.

Para mí, enseñar a leer es un arte. Tal vez por eso me cuesta aceptar que el propósito de un curso de literatura sea únicamente discutir lo que me gusta o lo que no me gusta. O que lo único que al final importe sea lo que el autor dijo cuando le preguntaron qué quiso decir cuando escribió tal o cual línea. O, lo que es infinitamente peor, pasar dos horas tratando de dilucidar qué es ficción y qué no lo es en un texto literario. ¡Auxilio!

Y sin embargo, amiga, a veces uno retrocede. Y precisamente ayer, cuando estaba tratando de ser de lo más profesional explicando —en mi pésimo inglés— por qué un texto de Faulkner no se puede leer aislado, sin tomar en cuenta su proyecto ficcional completo, salí con una de las mías y estallé. Dije que no soportaba a Hemmingway y que me resultaba insufrible su mundo hipermasculino y sus personajes atiborrados de testosterona. Y lo dije en un tono horrible, porque no sé decir en inglés nada demasiado inteligente ni puedo contruir ningún tono sofisticado. Dije —literalmente— que odiaba a Hemmingway y sonó tan mal como suena una cosa así en cualquier idioma.

Como ves, no sólo no me toca fácil, sino que creo que le estoy haciendo la vida miserable a la gente que no necesita que yo le diga en la cara y a quemarropa que Hemmingway es insoportable y que la intención del autor no importa y que no es lo mismo el narrador que el señor que se levanta por la mañana y toma café y se fuma un cigarro, etc.

En fin, no creo que vuelva a inscribirme en ningún curso de literatura, por más que haya aprendido algunas cosas y esté descubriendo nuevos autores que con seguridad seguiré leyendo. Me he vuelto un bicho incómodo y nadie necesita ese tipo de bichos en un salón de clases.

Tal vez lo que deba hacer es tomar un curso sobre algo que no sepa. Inscribirme en un curso de idiomas: retomar el francés o mejorar el portugués. Aprender física o biología… Es un chiste. Es obvio que lo que debo hacer es aprender un oficio nuevo o resignarme a ser docente por el resto de mi existencia.

Ya tomé algunas medidas. Sigo aplicando a cargos para volver a mi antiguo oficio. También me estoy inscribiendo en un curso para entrenarme en la enseñanza del español como segunda lengua. El curso empieza en enero. ¡Ya me oirás quejándome! Mientras tanto, me propongo portarme bien —todo lo bien que me sea dado— en las cinco semanas que faltan para que se acabe mi experimento como estudiante.

En el camino, sigo leyendo apasionadamente. Y hago planas: ¡no debo portarme mal! ¡debo ser paciente! ¡debo ocupar mi lugar! ¡debo ponerme en el lugar de los otros! ¡auxilio!

Te mando abrazos muchos,
r

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