viernes, 19 de diciembre de 2008

Au revoir Paris



Amiga,

Estamos de regreso en Edimburgo. Fue un largo viaje y te debo el cuento entero. Por ahora sólo te dejo esta foto de la catedral de Notre Damme que tomé el último día antes de viajar. París estaba nublada y fría. Aún así, cientos de turistas tomaban fotos en la plaza. Yo me acerqué con mi cámara a tratar de llevarme conmigo una última imagen para el camino. Y también a despedirme.

Entré a la catedral a prender una vela. Es un ritual que hemos seguido en los últimos años cada vez que vamos a París y –por esta vez- lo hago yo sola para mostrar mi agradecimiento y pedir por un buen regreso a casa. Para una declarada atea como yo éste es sin duda un ritual contradictorio. Supongo que es una de esas contradicciones con las que he aprendido a vivir.

En realidad, siento este ritual como un gesto de esperanza y no de fé religiosa. Encender una vela frente a la imagen de una mujer que sostiene un niño en sus brazos, en un inmenso edificio que tiene más de mil años y que ha sobrevivido a guerras, hambrunas, pestes, genocidios... es para mí un tributo a la capacidad humana de perseverar, de luchar contra toda esperanza por una vida mejor. Aquí, en la tierra.

Además está el fuego. Encender una luz tiene connotaciones que en mí resuenan más del lado de la razón, de la capacidad de comprender y de actuar sobre el mundo que nos rodea. La luz es también –otra vez- esperanza. Pero es sobre todo un signo del ingenio humano, de nuestra capacidad de conquistar los fenómenos naturales y robarle el misterio a lo desconocido para apropiárnoslo y ponerlo a funcionar para nuestro provecho. En el fuego se puede resumir la historia toda del género humano. Aquí, en la tierra.

Al salir de la catedral, en medio de una multitud de turistas, pensé que la próxima vez que venga –porque siempre se vuelve a París- voy a ser más una visitante que una turista. Esta ciudad que tiene una historia de al menos dos mil años no me va a recibir con indiferencia la próxima vez. Voy a recorrer esas calles con otros ojos y voy a saber exactamente qué quiero volver a ver y qué he dejado pendiente. Aún así, sentí una tristeza inmensa. Una nostalgia anticipada. No me gustan las despedidas.

...


A pesar de todas mis críticas, voy a extrañar París. Sobre todo en días como éste en el que te escribo desde la cocina de la casa, mirando por las ventanas el viento y la lluvia desatados en una tormenta que lleva ya un par de horas y no tiene intención de amainar.

Un abrazo,
r

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