Amiga,
Hace unas semanas un periódico noruego se propuso montar una partida
de ajedrez global –y virtual– entre Noruega y el resto del mundo.
La idea parecía simple y divertida. En un tablero virtual,
cualquiera que tuviera una dirección terminada en las siglas
pertenecientes al territorio noruego (.ne) podía votar por el
siguiente movimiento que harían las piezas blancas. El resto del
mundo podía votar para producir movidas en las piezas negras. Un
juego global que se basaba, como todos los juegos, en el supuesto
elemental de que todos los involucrados se comprometerían a respetar
las reglas: a no hacer trampas.
Pero quienes propusieron tan interesante e ingenua idea tuvieron que
detener el juego, dos veces. Resulta que tanto de un lado como del
otro se las arreglaron para crear direcciones falsas y votar a favor
de pésimos movimientos del contrario. Con lo que el enfrentamiento
entre Noruega y el resto del mundo iba a terminar siendo la partida
de ajedrez peor jugada de la historia. (Escuché el cuento en PRI -puedes oírlo aquí).
Lo que me llamó la atención de este intento fallido de convocar al
mundo a una partida amistosa fue comprobar, una vez más, el cabal
funcionamiento de una ley del capitalismo salvaje; o más bien de
todo juego en el que nadie controla las reglas y cuyo cumplimiento se
deja en manos de una abstracta noción de la ética o lo que en
inglés se llama el fair play –juego limpio.
El juego limpio sólo funciona cuando los participantes están
obligados a comportarse de manera ética por una restricción que va
más allá del juego mismo. Llámese principios o política, ética o
religión, honor o reputación, lo cierto es que el sujeto justo sólo
existe si recibe algún tipo de presión de sus iguales. Sin la
contención de una comunidad de otros que piensan como nosotros, y
nos recuerdan dónde están los límites de lo que podemos o no
podemos hacer, los seres humanos estamos librados al territorio
devastado del sálvese-quien-pueda.
Y es inevitable, amiga, pensar en la tierruca leyendo esta historia de la
partida de ajedrez que no pudo ser. Los periodistas noruegos que
propusieron un inocente juego para medirse con el mundo no contaban
con la falta de escrúpulos de los potenciales jugadores. Pero el
gobierno venezolano, más por tramposo que por sabio, hace ya tiempo
que conoce las teclas que debe tocar para hacer que ciertos sectores
de una sociedad manipulada y atrofiada reaccionen y salgan a la calle
a cometer actos ilegales a plena luz del día y bajo la complacida
vigilancia de las autoridades. Lo saben porque fueron ellos quienes
atrofiaron el sentido ético de las manadas que corren al primer
llamado a saqueo.
Los ajedrecistas noruegos, al darse cuenta en apenas unas horas de la trampa y la
manipulación, cancelaron la partida, porque sabían que nada justo o
sano podía resultar de aquel desbarajuste de trampas cruzadas. Pero
nosotros seguimos intentando jugar a pesar de que, como dijo la poetaYolanda Pantin en una entrevista en El Nacional, no cabe duda que nos
ha tocado "un tablero de ajedrez muy duro".
No puedo aceptar que la única salida, cuando estamos entre la espada
y la pared, es patear la mesa y no jugar más. Pero me encantaría
que hubiera una manera de seguir el ejemplo noruego. Sería un alivio
inmenso que hubiera un modo democrático de decir: ¡no va más!
Te mando un abrazo trancado,
r
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