He
perdido la cuenta de las veces que me he despedido de mi país. Pero
esta vez, por alguna razón, esta distancia que veo crecer se siente
de verdad como un duelo. Ayer amanecí confundida y desilusionada,
pero sobre todo triste.
Puedo armar todos los razonamientos lógicos que sean necesarios para entender lo que ha pasado en Venezuela este domingo. Puedo intentar comprender o puedo negarme a ver la situación tal como es. Y, aun así, la tristeza sigue ahí, terca, muda, sin pausa.
Puedo armar todos los razonamientos lógicos que sean necesarios para entender lo que ha pasado en Venezuela este domingo. Puedo intentar comprender o puedo negarme a ver la situación tal como es. Y, aun así, la tristeza sigue ahí, terca, muda, sin pausa.
Y es
sobre todo la tristeza de la distancia. He dejado de pertenecer y por
eso el destierro se me ha hecho más ancho y más hondo. Quienes
piensan que sólo podemos llamar exilio a una penalización
irreversible que nos impide legalmente volver a nuestro lugar de
origen, deberían considerar el peso que produce la tristeza y la
desilusión.
Es verdad, nadie va a detenernos en Maiquetía. Nadie nos va a impedir, físicamente, volver. Pero ¿a qué espacio nos es permitido volver? ¿cuál es el país que nos espera si volvemos? Más aún, ¿qué sentido tiene ya pensar en el regreso?
Es verdad, nadie va a detenernos en Maiquetía. Nadie nos va a impedir, físicamente, volver. Pero ¿a qué espacio nos es permitido volver? ¿cuál es el país que nos espera si volvemos? Más aún, ¿qué sentido tiene ya pensar en el regreso?
Hay
muchas maneras de producir diásporas y hay muchas maneras de
castigar a quien se va. Los venezolanos que estamos dispersos por el mundo nos
sentimos hoy doblemente expulsados. Sabemos que regresar, incluso de
visita, se nos ha vuelto cada vez más cuesta arriba. Y la esperanza
que nos habíamos permitido mantener hasta ahora acaba de disolverse.
No
tengo ganas de ser optimista, amiga. No veo cómo.
Te
mando un abrazo cada vez más distante,
r
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