Te
debo tantos cuentos que ya no sé por dónde empezar. Estoy ya en mi
cuarta semana de clases y la adaptación a las rutinas ajenas me ha
descompuesto todos mis tiempos. Había imaginado que convertiría
esta experiencia de estudiar la maestría en un ejercicio de
escritura dividido en doce semanas por semestre, en las que contaría
mis experiencias como iban sucediendo y así cumpliría con mi cuota
imaginaria de textos por mes: cada semana un texto, cuatro entradas
por mes, ¡listo!
Pero
está claro que no ha sido así. La experiencia de haber dado clases
por casi veinte años no te prepara para recibirlas. Incluso estoy
empezando a pensar que más bien es una desventaja, porque estás
siempre parada como en el medio del camino, ni aquí ni allá, ni en
el lado del emisor ni en el lado del receptor. De todos modos, bien
pensado, ese es precisamente el lugar del desterrado. Así que amiga,
esta experiencia de estudiar me ha revelado un nuevo lado del
destierro: el destierro del púlpito, me atreveré a llamarlo.
Pasé
tanto tiempo en la tarima, por así decirlo, que ahora que estoy en
el pupitre, y no detrás del escritorio, me ha costado encontrar la
actitud correcta o más adecuada a las circunstancias. Si una clase
va muy rápido, quiero intervenir para detenerla. Si siento que me
aburro a mares porque los largos silencios y la exposición en cámara
lenta me dan sueño, quiero intervenir para acelerar el ritmo. Y
así... Pero ya voy aprendiendo que esa no es mi función y que debo
adoptar un rol más pasivo, lo que no es fácil para mí, por
supuesto.
Así
que, de algún modo, estoy retomando este blog nuestro para ejercer
aquí mi necesidad de intervenir de la manera que más me gusta:
haciendo crítica. Como bien sabes, no se me da eso de andar
pasivamente por la vida sin por lo menos quejarme un poco. Durante la
primera semana de clase me quejé, básicamente, de que me trataran
como una delincuente, amenazándome con la policía si me desaparecía
por más de dos semanas (hay muchos extranjeros aquí con visa de
estudiantes y parece que la universidad ha asumido el papel de
monitorear a esos seres que pueden potencialmente escaparse y
quedarse en el país ilegalmente) o con terribles consecuencias si se
me ocurría plagiar algún texto en algún trabajo parcial o final.
Esto
creo que merece un párrafo aparte. Según parece, el problema del
plagio es tan extendido y complicado que las universidades han
desarrollado aquí un sistema de búsqueda que procesa todo texto que
se entrega como trabajo de clase y este sistema determina qué textos
has sacado de dónde. Cuando uno le entrega un trabajo a un profesor
tiene que pasarlo por esta especie de filtro que mide tus niveles de
“originalidad” y –hay que suponer– le avisa al docente si tu
texto es o no viable como un discurso que te pertenece. Me parece de
lo más ingenioso todo el asunto. Lo que me molesta bastante es que
te lo reiteren una y otra vez, hasta el punto de que el asunto se
convierte en una especie de advertencia con tintes de amenaza.
En la
segunda semana me quejé de que los profesores que no nos dan
materias puramente prácticas comenzaban cada clase advirtiéndonos
que la teoría era difícil, pero que al final entenderíamos por qué
es importante. Como sabes, no soy fanática de la teoría por la
teoría misma, porque creo que la teoría –en cualquier área, pero
sobre todo en las ciencias sociales– debe cumplir una función
práctica, ayudarte a pensar y a resolver problemas. Pero estoy muy
lejos de creer que la mejor manera de acercarse a la teoría sea
asustanto la gente de entrada –¡es difícil! ¡es tan difícil!–
para luego disolver en pequeñas pastillitas una serie bastante
compleja de razonamientos y terminar afirmando que en realidad el
lobo no es tan fiero como lo pintan.
En la
tercera semana dejé de quejarme y me dediqué más bien a poner
manos a la obra. Tuve que hacer varias traducciones al español y al
inglés que me llevaron una inmensa cantidad de tiempo y me hicieron
pensar que en realidad no sirvo para esta extraña profesión de
andar cambiando textos de un idioma a otro. Se trataba de textos
legales, médicos, o empresariales... nada que ver con mis más
elementales intereses. Tal vez por eso me costó tanto y me sentí
perdida y francamente desalentada. Lo que empeoró cuando hicimos en
clases las correcciones de los respectivos textos. Un desastre,
amiga. Llegué a dudar hasta de mi capacidad de construir una frase
decente en mi propia lengua materna!!
Para
completar, el sábado pasado asistí a una charla que se suponía que
iba a ser para informarnos sobre el aspecto práctico de lo que aquí
se llama liaison –es decir, interpretación pública– y
que tiene que ver con el trabajo de interpretar para entes
gubernamentales, tribunales, hospitales, etc. Es una de las materias
más interesantes que estoy viendo y un área de trabajo que
realmente me interesa. Así que me anoté en algo que se anunciaba
como un “workshop”, lo que aquí y en todas partes debería
entenderse como taller: es decir, una actividad concebida con
el énfasis en el diálogo y la puesta en común de experiencias
(algo de lo que tú sabes mucho más que yo).
Pues
resultó que la tal actividad no era otra cosa que la conferencia de
la directora de una empresa que no sólo le estaba haciendo
propaganda a su negocio, sino que además andaba reclutando gente y
convenciendo a los incautos estudiantes que fueron a escucharla de
que esa agencia era mejor que todas las demás que están por ahí
tratando de hacer lo mismo. Pasé todo el sábado furiosa porque me
sentí engañada. Y, todo hay que decirlo, pagué la furia con mi
amor de la vida que no tenía ni arte ni parte.
Pero
es que uno tiende a pensar que el espacio académico debería
garantizar una especie de juego limpio. Si se invita a la comunidad
universitaria a una actividad académica, no hay por qué sospechar
que se trata en realidad de una actividad mercantil. Y justo ahí me
di cuenta de las implicaciones de estar estudiando una maestría en
traducción en una escuela de administración de empresas. Tengo la
impresión de que quienes enfocan sus intereses hacia los negocios no
parecen comprender el límite en el que termina lo académico y
comienza lo mercantil, o para decirlo con todas sus letras, la
propaganda corporativa.
En
esta cuarta semana en la que estoy ahora han sucedido dos cosas al
mismo tiempo. Por un lado, me estoy acostumbrando ya a las rutinas de
cada día y creo estar organizándome de manera que las actividades
ya no me agobien (por eso me he hecho este tiempo para ponerme al día
con este blog nuestro); por otro, me estoy enfocando en lo positivo
que puedo sacar de esta experiencia. Lo que, en mi caso, no es fácil,
por supuesto. Pero en eso ando, tratando de ver la luz más allá del
túnel, el vaso medio lleno, el queso a la tostada, esas cosas que la
gente optimista hace para echar palante.
Si
tuviera que hacer una lista de las cosas en las que estoy intentando
concentrarme, en los primeros lugares de esa lista estaría la gente,
la cantidad de gente de todas partes con la que estoy compartiendo mi
día a día. Lo otro positivo sería el descubrimiento de que, a
pesar del arranque un poco chirriante, mi músculo académico sigue
funcionando y sigo siendo capaz de aprender. Y, finalmente, creo que
esta experiencia me ha hecho integrarme más al lugar en el que
estoy. Me he sorprendido a mí misma en estos días diciéndole a
estudiantes que están de paso que yo vivo aquí y que no voy a
regresar a mi país. Y lo he dicho con la naturalidad con que se
enuncian hechos cumplidos.
A
veces formular en voz alta la situación en la que estás termina de
definir lo que eres y en estos días me he dado cuenta, como nunca
antes, de mi situación de expatriada. A veces me asusta. Pero la
mayoría de las veces me conformo. Cuando estás en medio de una
comunidad que viene de todas partes y no pertenece a ninguna
descubres que no estás sola, que la errancia es también una
condición posible y que no tiene que ser doloroso no pertenecer.
Aquí
está pues el resumen de mis primeras cuatro semanas como estudiante reincidente. Ojalá tenga
tiempo de hablar de otras cosas en los próximos meses, porque si no,
este blog nuestro se va a volver aburridísimo y hasta yo misma lo
voy a abandonar...
Te
mando un abrazo sin traducción,
r
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