miércoles, 3 de octubre de 2012

Cuatro semanas


Amiga,

Te debo tantos cuentos que ya no sé por dónde empezar. Estoy ya en mi cuarta semana de clases y la adaptación a las rutinas ajenas me ha descompuesto todos mis tiempos. Había imaginado que convertiría esta experiencia de estudiar la maestría en un ejercicio de escritura dividido en doce semanas por semestre, en las que contaría mis experiencias como iban sucediendo y así cumpliría con mi cuota imaginaria de textos por mes: cada semana un texto, cuatro entradas por mes, ¡listo!

Pero está claro que no ha sido así. La experiencia de haber dado clases por casi veinte años no te prepara para recibirlas. Incluso estoy empezando a pensar que más bien es una desventaja, porque estás siempre parada como en el medio del camino, ni aquí ni allá, ni en el lado del emisor ni en el lado del receptor. De todos modos, bien pensado, ese es precisamente el lugar del desterrado. Así que amiga, esta experiencia de estudiar me ha revelado un nuevo lado del destierro: el destierro del púlpito, me atreveré a llamarlo.

Pasé tanto tiempo en la tarima, por así decirlo, que ahora que estoy en el pupitre, y no detrás del escritorio, me ha costado encontrar la actitud correcta o más adecuada a las circunstancias. Si una clase va muy rápido, quiero intervenir para detenerla. Si siento que me aburro a mares porque los largos silencios y la exposición en cámara lenta me dan sueño, quiero intervenir para acelerar el ritmo. Y así... Pero ya voy aprendiendo que esa no es mi función y que debo adoptar un rol más pasivo, lo que no es fácil para mí, por supuesto.

Así que, de algún modo, estoy retomando este blog nuestro para ejercer aquí mi necesidad de intervenir de la manera que más me gusta: haciendo crítica. Como bien sabes, no se me da eso de andar pasivamente por la vida sin por lo menos quejarme un poco. Durante la primera semana de clase me quejé, básicamente, de que me trataran como una delincuente, amenazándome con la policía si me desaparecía por más de dos semanas (hay muchos extranjeros aquí con visa de estudiantes y parece que la universidad ha asumido el papel de monitorear a esos seres que pueden potencialmente escaparse y quedarse en el país ilegalmente) o con terribles consecuencias si se me ocurría plagiar algún texto en algún trabajo parcial o final.

Esto creo que merece un párrafo aparte. Según parece, el problema del plagio es tan extendido y complicado que las universidades han desarrollado aquí un sistema de búsqueda que procesa todo texto que se entrega como trabajo de clase y este sistema determina qué textos has sacado de dónde. Cuando uno le entrega un trabajo a un profesor tiene que pasarlo por esta especie de filtro que mide tus niveles de “originalidad” y –hay que suponer– le avisa al docente si tu texto es o no viable como un discurso que te pertenece. Me parece de lo más ingenioso todo el asunto. Lo que me molesta bastante es que te lo reiteren una y otra vez, hasta el punto de que el asunto se convierte en una especie de advertencia con tintes de amenaza.

En la segunda semana me quejé de que los profesores que no nos dan materias puramente prácticas comenzaban cada clase advirtiéndonos que la teoría era difícil, pero que al final entenderíamos por qué es importante. Como sabes, no soy fanática de la teoría por la teoría misma, porque creo que la teoría –en cualquier área, pero sobre todo en las ciencias sociales– debe cumplir una función práctica, ayudarte a pensar y a resolver problemas. Pero estoy muy lejos de creer que la mejor manera de acercarse a la teoría sea asustanto la gente de entrada –¡es difícil! ¡es tan difícil!– para luego disolver en pequeñas pastillitas una serie bastante compleja de razonamientos y terminar afirmando que en realidad el lobo no es tan fiero como lo pintan.

En la tercera semana dejé de quejarme y me dediqué más bien a poner manos a la obra. Tuve que hacer varias traducciones al español y al inglés que me llevaron una inmensa cantidad de tiempo y me hicieron pensar que en realidad no sirvo para esta extraña profesión de andar cambiando textos de un idioma a otro. Se trataba de textos legales, médicos, o empresariales... nada que ver con mis más elementales intereses. Tal vez por eso me costó tanto y me sentí perdida y francamente desalentada. Lo que empeoró cuando hicimos en clases las correcciones de los respectivos textos. Un desastre, amiga. Llegué a dudar hasta de mi capacidad de construir una frase decente en mi propia lengua materna!!

Para completar, el sábado pasado asistí a una charla que se suponía que iba a ser para informarnos sobre el aspecto práctico de lo que aquí se llama liaison –es decir, interpretación pública– y que tiene que ver con el trabajo de interpretar para entes gubernamentales, tribunales, hospitales, etc. Es una de las materias más interesantes que estoy viendo y un área de trabajo que realmente me interesa. Así que me anoté en algo que se anunciaba como un “workshop”, lo que aquí y en todas partes debería entenderse como taller: es decir, una actividad concebida con el énfasis en el diálogo y la puesta en común de experiencias (algo de lo que tú sabes mucho más que yo).

Pues resultó que la tal actividad no era otra cosa que la conferencia de la directora de una empresa que no sólo le estaba haciendo propaganda a su negocio, sino que además andaba reclutando gente y convenciendo a los incautos estudiantes que fueron a escucharla de que esa agencia era mejor que todas las demás que están por ahí tratando de hacer lo mismo. Pasé todo el sábado furiosa porque me sentí engañada. Y, todo hay que decirlo, pagué la furia con mi amor de la vida que no tenía ni arte ni parte.

Pero es que uno tiende a pensar que el espacio académico debería garantizar una especie de juego limpio. Si se invita a la comunidad universitaria a una actividad académica, no hay por qué sospechar que se trata en realidad de una actividad mercantil. Y justo ahí me di cuenta de las implicaciones de estar estudiando una maestría en traducción en una escuela de administración de empresas. Tengo la impresión de que quienes enfocan sus intereses hacia los negocios no parecen comprender el límite en el que termina lo académico y comienza lo mercantil, o para decirlo con todas sus letras, la propaganda corporativa.

En esta cuarta semana en la que estoy ahora han sucedido dos cosas al mismo tiempo. Por un lado, me estoy acostumbrando ya a las rutinas de cada día y creo estar organizándome de manera que las actividades ya no me agobien (por eso me he hecho este tiempo para ponerme al día con este blog nuestro); por otro, me estoy enfocando en lo positivo que puedo sacar de esta experiencia. Lo que, en mi caso, no es fácil, por supuesto. Pero en eso ando, tratando de ver la luz más allá del túnel, el vaso medio lleno, el queso a la tostada, esas cosas que la gente optimista hace para echar palante.

Si tuviera que hacer una lista de las cosas en las que estoy intentando concentrarme, en los primeros lugares de esa lista estaría la gente, la cantidad de gente de todas partes con la que estoy compartiendo mi día a día. Lo otro positivo sería el descubrimiento de que, a pesar del arranque un poco chirriante, mi músculo académico sigue funcionando y sigo siendo capaz de aprender. Y, finalmente, creo que esta experiencia me ha hecho integrarme más al lugar en el que estoy. Me he sorprendido a mí misma en estos días diciéndole a estudiantes que están de paso que yo vivo aquí y que no voy a regresar a mi país. Y lo he dicho con la naturalidad con que se enuncian hechos cumplidos.

A veces formular en voz alta la situación en la que estás termina de definir lo que eres y en estos días me he dado cuenta, como nunca antes, de mi situación de expatriada. A veces me asusta. Pero la mayoría de las veces me conformo. Cuando estás en medio de una comunidad que viene de todas partes y no pertenece a ninguna descubres que no estás sola, que la errancia es también una condición posible y que no tiene que ser doloroso no pertenecer.

Aquí está pues el resumen de mis primeras cuatro semanas como estudiante reincidente. Ojalá tenga tiempo de hablar de otras cosas en los próximos meses, porque si no, este blog nuestro se va a volver aburridísimo y hasta yo misma lo voy a abandonar...

Te mando un abrazo sin traducción,
r

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