Amiga,
Cuando
el clima se pone veraniego y al caminar por las calles me siento como
en Caracas, me dan como ganas de vestirme de trópico. En invierno
uno anda tan arropado entre chaquetas y bufandas que en realidad
importa poco lo que uno carga puesto. Pero en verano la ropa se nota
y se vuelve un asunto de estilo. Y una cosa es la ropa que usas en tu
lugar de origen y otra, muy distinta, es la ropa que te pones cuando
estás en un lugar en el que nadie te conoce. Por eso el tema de esta
nota no es en realidad la ropa, en sí misma, sino el vestuario que
elige quien está en el destierro, lejos de los suyos, sin jueces
conocidos a la vista.
Vestirse
es disfrazarse y eso vale aquí y allá. Pero cuando uno se siente
liberado del gusto ajeno, se despoja también del gusto propio. Las
normas que usabas de manera estricta se relajan y te atreves a usar
prendas que ni siquiera mirarías si estuvieras en tu medio natural.
El espacio que te rodea se vuelve una especie de escenario en el que
puedes asumir personalidades diferentes, porque sabes que en realidad
nadie se va a dar cuenta. El mundo que empieza más allá de la
puerta de la calle es tan ajeno que se vuelve irreal y por eso es
posible caminar a través de él con una fachada distinta cada día.
Nadie te exige coherencia.
Ya sé
que sueno críptica, así que aquí va el cuento que sirve de
explicación a esta perorata pretenciosa. Ayer fui al centro
comercial a buscar un remedio para Gussi. Eso me llevó cinco minutos
y necesitaba matar algo de tiempo para justificar la salida y las
tres libras que pago por el pasaje del bus que me lleva y me trae.
Así que me dispuse a hacer el recorrido que siempre hago por las
mismas tiendas. Entré en la tienda de descuentos a comprar varios
jabones y un champú. Y entré en la tienda de ropa en la que compro
baratijas para renovar mi guardarropa siempre falto de algo, aunque
me prometí que esta vez no iba a comprar nada.
Me fui
directo al final, donde cuelgan los trapos que están en oferta.
Siempre hago eso y me distraigo un rato imaginándome cómo me veré
con esta o aquella camisa, con un suéter largo hasta las rodillas o
un pantalón con goma en la cintura. No tengo gustos muy exigentes
cuando miro rebajas, porque en realidad casi nunca compro nada. Desde
que vivo aquí sólo había mantenido una regla: nada de estampados.
Me mantuve firme por un rato largo. Años. Hasta que comencé a
antojarme de usar faldas. ¡Faldas! amiga. Yo que nunca.
Y con
las faldas vinieron los estampados. Es verdad que me las pongo con
camisas estrictamente blancas o negras o azules. Nada de estampados
extra. Pero he ido atreviéndome a comprar pintas cada vez más
vistosas. Primero eran unas discretas hojitas marrones, después unos
puntitos no muy discretos, pero soportables. De ahí pasé a los
cuadros y las flores, pequeñas pero flores. Y ayer, amiga, lo
confieso con un poco de pena, pero no mucha, me compré una falda de
un estampado que soy incapaz de describir. Por eso esta nota va con
foto de tela. La tela que ves allá arriba es de la falda que compré
ayer. Una falda que yo no usaría en Caracas ni en un millón de
años, pero que aquí me resulta cómoda y hasta divertida.
No he
estrenado mi nuevo disfraz todavía. Pero ya me imagino saliendo de
la casa con una facha irreconocible a los ojos de quien me haya visto
allá. Falda estampada, camisa negra, cholas de plástico. Caminaré
rauda y veloz por la calle. Me miraré de reojo en el reflejo de las
vidrieras con asombro, sin reconocerme. Pero los vecinos no notarán
nada extraño. Cuando me suba al autobús nadie va a mirarme dos
veces. Y, mientras dure el verano y el tiempo no me obligue a
esconderme otra vez bajo los abrigos, yo me estaré riendo por dentro
de una travesura que no le hace daño a nadie.
Te
mando un abrazo lleno de colores,
r
2 comentarios:
Creo que el tema de la ropa en el destierro es todo un tema! Y me siento totalmente identificada con lo que cuentas! (a veces salgo como una loca aquí y pienso que allá no asomaría la nariz en la ventana vestida de tal manera!) Bello el estampado de tu falda! Y bello tu blog!!!
Gracias Liliana, en estos días estoy pensando seriamente comprarme un abrigo estampado con hojitas otoñales (yo que apenas me atrevo al abrigo blanco en un mundo de sobretodos negros!) Ya veremos si el bolsillo me da... y el atrevimiento, JA!
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