martes, 21 de agosto de 2012

Fuera de la jungla

Amiga,

Te escribo hoy desde la perplejidad, desde el asombro, desde una forma del pavor. En apenas un poco más de un mes he estado en el punto más débil de una línea quebrada pero ascendente que me voy a atrever a llamar la cadena alimenticia del mundo académico, copiándome una idea que escuché en estos días en el Festival Internacional del Libro de Edimburgo. Las cadenas alimenticias se caracterizan por mostrar, de la manera más gráfica, la ley de la supervivencia del más fuerte. Y también la crueldad, a veces gratuita, que marca las relaciones entre los seres vivos.

El pez grande se come al pez chico. Todo ser vivo está ubicado en una pirámide que lo convierte en alimento de otro ser más fuerte, mejor dotado o con mayores recursos. Los animales más débiles aprenden a escapar de sus enemigos naturales y desarrollan estrategias que les permiten adaptarse, reproducirse y sobrevivir. En la jungla académica se cumplen todas y cada una de estas leyes. La única diferencia con el mundo natural es que en la academia todo el que entra comienza en el extremo de los invertebrados y aspira a terminar obteniendo la parte del león. Todos son, potencialmente, corredores en una competencia que los llevará de un extremo al otro.

Cuando estás en el lado más débil de la cadena, sabes que cualquier paso en falso podría producir una catástrofe que te cueste tu misma supervivencia en la jungla. Cuando has superado todas las pruebas y puedes decir que has llegado a la cima –al llegar, por ejemplo, a profesor titular– sabes que ningún pez grande puede ya comerte. Pero nunca te olvidas que estás rodeada de fieras. Y por eso, cuando merodeas por la jungla sin un signo claro que muestre tu estatus, tienes que comportarte como la liebre más pequeña, que sabe que no se puede descuidar ni un segundo.

Las instituciones te dan seguridad, estabilidad, refugio. Si tienes un título y un puesto dentro de una institución estás protegida y la jungla parece lejana. Pero si renuncias a ese beneficio y te atreves a producir, desde fuera de ese refugio, los mismos objetos que producen los que hasta ayer eran tus colegas, te expones –como la liebre libre– a todo tipo de ataques, amenazas, zarpazos y expulsiones. Tu trayectoria desaparece de pronto y el trabajo inmenso que te llevó pasar de un extremo a otro de la cadena alimenticia se disuelve.

Por eso, supongo, me he visto expuesta, en medio de la jungla, a los ataques más insólitos. Ni siquiera cuando era estudiante, que se supone que es el grado cero de la carrera académica, tuve que defenderme de ataques tan injustificados. No creo que deba contarte aquí los detalles, pero no puedo evitar dejar constancia de mi desconcierto, de mi perplejidad, de mi profunda desilusión con el mundo académico. No encuentro justificación alguna que me permita comprender por qué los seres más educados del planeta –si es que asumimos que la acumulación de títulos es sinónimo de educación– se comportan a veces como las personas más insensibles, irrespetuosas y soberbias.

Y en estos días en que me he sentido otra vez en el escalón más bajo de la cadena alimenticia, me he dado cuenta de que no es que quiero volver a estar al lado del león. Es que quiero estar total y completamente fuera de esa jungla. Seguramente me voy a meter en una selva más intrincada. No importa. Al menos tendré de nuevo la oportunidad de ir midiendo mis pasos con cuidado para que nadie me trague y para no pisar a nadie bajo ningún concepto. Espero que eso baste.

Te mando un abrazo que tiembla como una liebre,

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