jueves, 28 de mayo de 2009

Trapos viejos



Amiga,

He pasado una larga parte del día guardando abrigos, chaquetas y suéteres para habilitar la ropa más fresca que mantengo en una gran maleta verde dentro de un closet en mi estudio. Es decir, he pasado el día imáginándome que de verdad va a llegar el verano, que va a hacer menos frío y voy a poder vestirme casi como si estuviera en Caracas o en Mérida.

Ha sido más bien una excusa para viajar al pasado, porque cada pantalón, cada franela, cada pedazo de trapo me ha traído el recuerdo de dónde lo usé la última vez y qué estaba haciendo en ese momento que parece ya tan remoto. Recuerdos de París, del mercado de Mérida y de la Plaza Bolívar, de la casa de Gina en Colinas de Bello Monte, de un almuerzo con cigarros y café, de una clase en la universidad, todo se me vino encima hoy y de pronto sentí una inmensa nostalgia y una tristeza lenta que me ha acompañado todo el día.

No hago sino estar triste, dirás tú. Y tienes razón. Ni la llegada del verano me pone alegre. Porque estos veranos son grises, más mojados que secos, venteados y fríos. Uno se imagina que va a poder salir de manga corta como salen los locales. Pero si se te ocurre semejante atrevimiento lo más seguro es que termines tiritando de frío antes de llegar a la esquina. La verdad es que hace rato que perdí esas ilusiones, pero me empeño en rotar el guardarropa como si todavía lo creyera.

Así que en realidad no sé si ha valido la pena desempolvar las franelitas merideñas que compré contigo en Bima o mi eterno vestido azul con el que he paseado por todos los veranos que han sido desde que lo compré en Londres hace ya casi diez años. No sé si valdrá la pena que me haya tomado el trabajo de doblar uno por uno mis abrigos más gruesos y las cobijas que mantengo a mano por si me muero de frío viendo la tele.

Lo que sí sé es que he pasado el día recordando a un ser que fui y que ya no existe. Una versión de mí más joven, más flaca, con más ánimo y definitivamente muchas más esperanzas de las que tengo ahora. Alguien que parecía tener un propósito, una dirección, una serie de certezas que ya no están.

Es eso lo que nos queda cuando jurungamos trapos viejos.

Te mando un abrazo,
r

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