jueves, 22 de marzo de 2012

Los bárbaros de Baricco


Amiga,

Estoy descubriendo a Alessandro Baricco como quien descubre el agua tibia: con una sensación de profundo e infinito agradecimiento. El lunes me llegó su libro Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación (Anagrama, 2008) y ya hoy estoy terminando de leerlo. Se podría decir que no hay en ese libro nada nuevo y, sin embargo, todo suena a descubrimiento recién hecho. Tal vez de ahí viene la sensación de estar descubriendo el agua tibia. Esa sensación de felicidad ingenua de dar en el clavo una vez más, pero sintiéndolo en carne propia como si fuera la primera vez.

No importa cuántos libros se hayan escrito sobre el modo en que nuestra cultura está cambiando, cada vez que un pensador sensible e ingenioso vuelve a dar en el mismo clavo con una imagen potente, el descubrimiento parece renovarse con bríos y nos llena de una especie de euforia anticipada. Eso si estamos al mismo tiempo aterrados y fascinados con el cambio que ya está aquí, que tiene años llegando sin que lo viejo parezca terminar de irse. Describir desde ahora ese cambio, ese futuro que se avecina de manera mucho más acelerada de lo que a veces somos capaces de percibir los que venimos de atrás, produce una forma de nostalgia al revés, de deseo de porvenir que tal vez no llegue a ser para nosotros nada más que eso.

Porque los que hemos vivido la primera mitad de nuestra vida en el siglo XX sabemos que estamos condenados a recordar un tiempo en el que había otro modo de hacer las cosas, en el que no había celulares, ni correos electrónicos, ni tabletas, ni computadoras portátiles... ¡ni computadoras de ningún tipo! En mucho menos tiempo de lo que creemos ya no existirá la memoria viva de esa época. Hasta los que crecimos sin computadoras nos vamos a avergonzar de haber vivido alguna vez en esa oscura era de la prehistoria.

Pero sabemos también que sólo viéndolo desde ese pasado que sigue tercamente sobreviviendo en el presente podemos medir las extraordinarias dimensiones del cambio que estamos presenciando. Un cambio que viene de todos lados pero que, aunque sea económico en su base –siempre lo material construyendo posibilidades de abajo hacia arriba–, es ante todo un cambio de percepción, un cambio cultural. Es una invasión bárbara, en la metáfora no tan irónica de Baricco. Pero él lo dice mejor que yo y a fin de cuentas empecé a escribirte esta entrada para citarlo a él. Así que aquí está un fragmento que me encanta:

Me bullían en la cabeza estos pequeños descubrimientos, realizados al ir a observar los saqueos de los bárbaros. Era todo lo que sabía de ellos. Cómo luchaban. (...) Me parecía evidente que si sabía leerlos en su conjunto, como un único movimiento armónico, entonces habría visto al animal: corriendo. A lo mejor entendería adónde se dirigía, y qué clase de fuerza empleaba, y por qué corría. Era como intentar unir las estrellas en la figura completa de una constelación: ése sería el retrato de los bárbaros.
Una innovación tecnológica que rompe con los privilegios de una casta, abriendo la posibilidad de un gesto a una población nueva.
El éxtasis comercial que va a poblar ese gigantesco ensanchamiento de los campos de juego.
El valor de la espectacularidad, como único valor intocable.
La adopción de una lengua moderna como lengua base de toda experiencia, como condición previa para todo acontecimiento.
La simplificación, la superficialidad, la velocidad, la medianía.
El pacífico acomodo a la ideología del imperio americano.
El laicismo instintivo, que pulveriza lo sagrado en una miríada de intensidades más leves y prosaicas.
La sorprendente idea de que algo, cualquier cosa, tenga sentido e importancia únicamente si consigue encarnarse en una secuencia más amplia de experiencias.
Y ese sistemático, casi brutal, ataque al tabernáculo: siempre, y sea como sea, contra el rasgo más noble, culto, espiritual de todos y cada uno de los gestos.
No tengo dudas, tengo que decirlo sinceramente: no tengo dudas de que ésa sea su forma de luchar. No tengo dudas sobre el hecho de que todos esos movimientos los hacen de forma simultánea, y que por tanto a sus ojos representan un único movimiento; somos nosotros los que estamos ciegos y no lo entendemos, para ellos es muy simple: se trata del animal que corre, amén. Y nosotros no nos damos cuenta, pero en el fondo ya hemos metabolizado ese movimiento, esa carrera la conocemos (...). Hasta el punto de que cuando no se encuentra uno de esos elementos, no nos contesta cuando pasamos lista, nosotros lo buscamos, si señor, vamos a buscarlo porque nos hace falta. Como en el caso de los libros (...) donde todo eso se encuentra, salvo la innovación tecnológica, ésa no se encuentra; y entonces, mira por dónde, uno va a buscarla, casi la implora, yendo a preguntar a los escritores si escribir en computadora ha cambiado las cosas (...) y terminamos con la pregunta de las preguntas, que insoslayablemente se le hace a todos los Nobel, y que es si el libro tiene algún futuro todavía, si un objeto tan antiguo y obsoleto puede resistir aún algunos años más; pero la respuesta también entonces es implacable, y dicen que no se ha inventado todavía nada mejor, algo tecnológicamente más refinado y formidable, porque ninguna pantalla es mejor que la luz reflejada de la tinta y es un asco intentar llevarse la laptop a la cama para leer ahí a Flaubert o a Dan Brown. Por tanto, el desarrollo tecnológico no existe. Aunque en el fondo nos disgusta. Así resultaría todo más comprensible, si la humanidad leyera ya sobre un único soporte (...), sin hilos, en el que, según nuestros deseos, aparecieran los periódicos, los libros, los cómics, y los links de todas las clases, y fotos y películas...

Hasta aquí Los Bárbaros. Supongo que te parecerá obvio por qué elegí precisamente esta cita. En el año 2006 Baricco estaba prefigurando ya la existencia de un aparato que condensaría el gesto –como él dice– a partir del cual se realizaría el asalto final a la ciudadela de la cultura letrada: el iPad. No está de más recordar aquí que esta tableta fue lanzada al mercado en abril del 2010, ¡hace apenas dos años! ... y ya parece como si hubiera estado aquí desde siempre, porque la necesidad existía desde antes y era posible predecirla. Para todos los efectos, cuentan también los lectores electrónicos: cualquier aparato que sirva para llevarse a Faulkner a la cama, como diría Baricco.

Y no es tanto el asombro de la predicción lo que me ha hecho escribirte está entrada ya demasiado larga, es más bien una forma de reconocimiento a eso que se llama de manera más bien vaga “crítica cultural”. Porque es un gusto ver cómo las mentes más lúcidas que trabajan en ese campo, que intentan comprender y traducir las tendencias de la cultura en que viven –desde Barthes hasta Bourdieu, pasando por García Canclini, Beatriz Sarlo o Josefina Ludmer– son capaces también de predecir el gesto que vendrá. Y es ahí donde creo que vale la pena seguir pensando o seguir creyendo que hay un lado del pensamiento académico que vale la pena salvar.

Bueno, amiga, fin de la clase. Me voy con mi música a otra parte.

Abrazos bárbaros!

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