viernes, 2 de marzo de 2012

Escalofríos


Amiga,

Tengo días leyendo nuestro blog con la idea de hacer una selección de textos que puedan publicarse de manera independiente. He quitado las quejas y las historias más íntimas. He pasado por alto los textos de otros que he citado tantas veces aquí y también las traducciones que espero que aparezcan algún día en otra parte. Y el resultado es un largo texto de unas doscientas páginas que ahora tengo que sentarme a editar y a corregir para ver si construyo algo así como un libro que tal vez sea posible publicar algún día.

Ha sido una tarea lenta, pero llena de asombros. Una de las sorpresas es darme cuenta de que si no hubiera escrito algunas de las cosas que me han estado pasando en estos cuatro años no me acordaría de ellas. Otra de las sorpresas ha sido comprobar que poco a poco he dejado de hablar de la tierruca. Supongo que es natural. He dejado de oír la radio venezolana y de leer la prensa de allá. La última vez que lo hice –después de mucho tiempo de abandono– fue el 12 de febrero, a propósito de las elecciones primarias de la mesa de la unidad.

Ese día estuve escuchando la radio a ratos y viendo la televisión online por largas horas. No pude saber hasta el día siguiente los resultados, pero me alegré de los altos números de votantes y pensé que era un buen augurio. Sin embargo, no me senté a escribir sobre el tema y hasta hoy me cuesta expresar abiertamente una opinión que resulte sincera o por lo menos sentida. Porque no es tiempo de andar de pájaro de mal agüero, supongo. Porque me da pena andar echándole a perder el ánimo a todo el mundo. Porque desde aquí siento, cada vez más, que he perdido el derecho a opinar.

Y aún así, aquí estoy dándole vueltas a una idea que necesito poner en la pantalla, si no por otra razón, para que me quede aquí esta memoria de lo que pensé y sentí este febrero, ahora que febrero se ha ido.

Un escalofrío. ¿Cómo más lo puedo explicar? Un escalofrío de incertidumbre, pero también de espanto. Todas las encuestas decían que iba a ganar Carpiles y él tenía cara de triunfador desde el principio. Y yo estuve todo el día con los pelos de punta y con un corrientazo intermitente recorriéndome la espalda. Porque no me gusta Carpiles.

Ahí está. Esa es la verdad. Ese candidato de la unidad me pone los pelos de punta porque tiene cara de halcón implacable, de esos que cuando agarran la presa no la sueltan hasta que le arrancan el último suspiro. Ese candidato no me gusta porque tiene un discurso autoritario y una actitud machista. No me gusta porque su tono resulta amenazante incluso cuando ha seguido al pie de la letra las recomendaciones de sus manejadores de imagen y se muestra conciliador y parece como si creyera en un programa de inclusión que resuena en su voz a palabra hueca.

Ahí está. Ya lo dije. No me gusta el candidato de la unidad.

Reconozco que las mías no son razones de alta política. Pero el autoritarismo, el sectarismo, la tendencia a desdeñar al otro y a hacerlo a un lado no requieren de la razón política: son actos que se cometen y por lo mismo se sienten y se padecen, convirtiendo a la razón –a veces– en una redundancia.

No sé a quién hubiera preferido, porque la oferta no era muy alentadora. Pero justamente ese es el meollo del asunto. Las opciones se han ido condensando en una angosta franja de dirigentes francamente reaccionarios y quienes esperamos líderes con verdadero espíritu democrático nos quedamos al borde del camino soñando quimeras. Es así como me siento frente a las elecciones de la oposición venezolana: huérfana.

De todos modos, por disciplina de militante, si estuviera en la tierruca votaría por Carpiles y me tragaría mis sospechas y mi escalofrío. No es una sensación nueva. Me pasó lo mismo cuando tocó votar por Rosales. Pero si de algo vale un ruego solitario, desde esta esquina desterrada del camino, aquí va mi deseo para el futuro que nos espera: por favorcito, por lo que más quieran, déjennos elegir a alguien que no parezca una réplica pasada por agua de quien ya nos atormenta.

¡No más caudillos! Esa debería ser la consigna de todos los venezolanos, sea cual sea el bando en el que se encuentren, ¿no te parece?

Te dejo aquí un abrazo desinflado,

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