miércoles, 11 de agosto de 2010
En el Fringe
Amiga,
Ya empezó el Fringe y este año nos lanzamos con todo. El agosto pasado fuimos a unos cinco eventos, como para ir tanteando la cosa. Pero ahora compramos entradas para diez presentaciones y estamos con ánimo de ver qué más hay. Aunque debo decir que el Fringe es una aventura en la que aprendes por ensayo y error y no hay ninguna garantía de que salgas cien por ciento satisfecha de cada obra. Pero de eso se trata.
No sé si te conté el año pasado, pero el Fringe es un festival que en sus inicios —en 1947— presentaba sólo gente nueva, espectáculos experimentales, propuestas atrevidas, ese tipo de cosas. Ahora, más de sesenta años después, hay de todo, pero el espíritu de juego y experimento sigue en pie. Por eso, nunca sabes con qué vas a encontrarte cuando entras en una sala oscura. Es lo que quise representar en mi cuento Venue 106, que escribí el año pasado justo por estas fechas.
La semana pasada fuimos a dos presentaciones. La primera fue de una especie de mago comediante. El tipo te echa cuentos divertidos mientras hace trucos de magia. Los chistes resultaron entretenidos y los trucos estuvieron de lo mejor. Por primera vez en la vida vi en persona, y en un escenario minúsculo, el famoso truco de escapismo en el que el mago es amordazado y metido en un cajón lleno de agua y se sale de ahí en treinta segundos, con todo y sorpresa final: la joven que lo ayuda termina dentro del perol de agua, sellada!
Pero el truco más impresionante, que no hubiera creído si no lo hubiera visto, fue el de la tarjeta de Ikea. Sabes que aquí le dan a uno tarjetas de todos los negocios donde uno es cliente fijo y esas tarjetas vienen con un número de once dígitos. Tú las solicitas y te las mandan por correo. Pues el truco comenzó con el mago mostrando una cantidad de sobres que le habían llegado a su casa, con cuentas por cobrar y esas cosas. El mago le dió a un miembro del público el manojo de sobres. El tipo escogió uno y, siguiendo las instrucciones del mago, lo lanzó al azar al público. El sobre le cayó en las piernas a una muchacha a la que el mago le pidió que escribiera un número de once dígitos. Pues, al abrir el sobre, el mismo número estaba ¡rotulado en relieve! en una tarjeta de Ikea que llevaba el nombre del mago, ¿lo puedes creer?
Me encantó. La magia tiene ese punto de locura y de irrealidad que creo que le hace a uno tanta falta. Pero no todo lo que uno ve en esas salas minúsculas es bueno, como te decía. El viernes fuimos a ver una obrita montada por una mujer que ofrecía, en el afiche de propaganda, que contaría y cantaría cosas “divertidas” sobre la vida cotidiana de una mujer común y corriente. En el afiche salía una mujer colgando —o descolgando— ropa de una cuerda y me pareció que era una muy buena idea. Pensé en las miles de posibilidades que esa imagen podía convocar. Pensé en las prendas de vestir como lugares en los que guardamos recuerdos de toda la vida. Casi que escribí mi propia obra imaginando lo que yo haría con un artilugio como ese. Pero resulta que toda buena idea, en las manos equivocadas, se puede convertir en un bodrio. Y este fue exactamente ese caso.
Sufrimos durante una hora la voz chillona de una señora que pretendía, libreto en mano, contarnos historias deshilvanadas sobre las pobres mujeres sufridas y solas, que luego de atender al marido y a los hijos no les queda nada más en la vida que quejarse. Había, en efecto, un tendedero en el medio del escenario, y ganchos de colgar la ropa y cestas para guardarla. Con eso nada más se hubiera podido hacer algo interesante. Pero la señora quería hacer voces y recitar poemas y dedicarle una melodramática canción a un muñeco de peluche sin nariz que tenía cuarenta años. En fin, un desastre en el que todo el mundo estaba con vergüenza ajena. Incluyendo al pobre joven que acompañó a la señora tocando el piano.
Salimos despotricando contra las mujeres que necesitan todavía quejarse de sus respectivas existencias en un escenario. Y no es que yo tenga nada contra las amas de casa que quieren dar a conocer su lado artístico. Entre otras cosas porque, desde cierto punto de vista, yo podría ser una de ellas. Tal vez lo que pasa es que jamás me he definido a mí misma como una ama de casa, aunque lo haya sido en algunos largos períodos de mi vida y lo siga siendo ahora en cierto modo. Es decir, lavo ropa y limpio la casa y cocino. Pero eso no me define ni me ha definido nunca. Así que no me siento identificada con la queja eterna de la ama de casa amarrada al fregadero.
¡Hasta cuándo quejas! Más acción, más atrevimiento, más riesgo es lo que necesitan esas mujeres sufridas. Y, sobre todo, ¡más mundo! En fin, eso exactamente es lo que tuvimos oportunidad de ver este lunes en una obra de lo más curiosa que vimos bajo la carpa de un circo. La obra se llama “Tabú” y es una mezcla de teatro con circo con poesía y música, luces, video y efectos especiales.
Fue toda una experiencia. Cuando entras a la carpa no hay sillas y tienes que pasar dos horas dando vueltas de un lado a otro, tratando de ver todo lo que pasa a tu alrededor y sobre todo arriba, entre los trapecios. Me quejé todo el tiempo de que no pudiera sentarme, pero la verdad es que es una idea genial y valió la pena. Creo que de todas las cosas que hemos visto ésa es la que te hubiera gustado más. Porque tiene ese aire de intriga y de romance que tienen todos los circos y además tiene ese giro intenso de los disfraces decadentes y la poesía en español, que escuchas como si soñaras. Puedes ver algunas fotos aquí.
El martes sólo teníamos previsto ir a ver un pequeño espectáculo de danza que se llamaba “Falling from trees”, literalmente ‘Cayendo de los árboles’. Es una obra construída sobre la experiencia de pacientes psiquiátricos. La escogí porque es el tema de trabajo de mi amiga Gina y cuando estuve en Mérida conversamos mucho sobre lo que se puede hacer con el tema del loco y del manicomio, muy foucaultiano todo. La pieza no me pareció mala. Creo que lograron crear la atmósfera de encierro y de angustia, con una música desesperante y unos gestos repetitivos, que aparecían y reaparecían, insistentemente, como en las peores pesadillas.
Pero me parece que el efecto de esta pequeña pieza de danza hubiera sido mejor si en la mañana no hubiéramos pasado una hora escuchando a un cómico-matemático hacer chistes sobre las probabilidades de la muerte. Unos colegas de Lyo nos invitaron y fuimos con ellos a ver una hora de comedia en la que al final salimos todos con una etiqueta blanca que decía en letras rojas “MUERTO”. Descubrí, que los chistes que se pueden hacer con las estadísticas del modo como la gente muere en Gran Bretaña son infinitos. Por ejemplo, se muere más gente al caerse de la cama que de otras causas ‘naturales’ como ser atacado por un tiburón. En fin, fue divertido.
Mañana nos espera un espectáculo brasilero de danza, música y capoeira. El sábado vamos a ver otra comedia y el lunes de la semana que viene me anoté en un taller de construcción de personajes que van a dictar en la feria del libro, más por curiosidad que por otra cosa. Espero tener tiempo de contarte sobre todo eso antes de que nos vayamos a Córcega.
Un abrazo enorme con espíritu de circo!
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