miércoles, 29 de julio de 2009
Volver de Madrid
Amiga,
Estoy regresando de Madrid. Como siempre que vuelvo de un viaje estoy cansada y algo desubicada. Por suerte no hay mucha diferencia de tiempo entre el continente y la isla, pero el jetlag que siento no es por los cambios de horario sino por el desplazamiento emocional. Ver a mi familia, en cualquier parte del mundo, me hace volver a la tierruca y a los afectos más hondos y viejos.
Cuando tu familia está desperdigada desde hace más de diez años te desconectas del día a día y crees que va a ser difícil volver a crear un vínculo cada vez que hay un reencuentro. La maravilla es que siempre hay algo muy de uno en la gente con la que has compartido la infancia y el tiempo de crecer. Al día siguiente de estar con mi hermana y mis sobrinos ya sentía como si no nos hubiéramos separado nunca.
Paseamos por un Madrid fresco los primeros tres días. Pero luego se nos vino encima un calor africano, implacable y pegajoso, del que sólo podíamos escapar con largas siestas, encerrados en el aire acondicionado del apartamento que alquilamos. La zona donde nos quedamos se llama Lavapiés y de ahí es la foto que tomé a la salida del metro. Es un lugar lleno de cafecitos y restaurantes, donde uno se siente más local que turista.
Más que visitar la ciudad, donde ya había estado un par de veces, lo que realmente disfruté fue ver a mis sobrinos y conversar con mi hermana para ponernos al día. No hay ninguna llamada por teléfono que pueda sustituir la conversa delante de un buen café o una horchata helada.
Hubiera querido quedarme más tiempo y acompañarlos más, pero no hay un tiempo suficiente cuando se trata de estar con la gente que uno quiere. Por eso me despedí rápido y no quise que me vieran triste. No me gustan las despedidas, porque en el último minuto me asalta el presentimiento de que son para siempre. Sin embargo, para contrarrestar, hago planes de futuros encuentros. Nos despedimos hasta el año que viene.
En el aeropuerto, mientras hacía la larga cola para que me chequearan, lloré largo y tendido sin que me diera vergüenza que todos los alegres viajeros me vieran sacudirme los mocos con un pañuelo que Lyo metió en mi bolso a última hora. Pensé en todas las cosas que no les pregunté y en todo lo que no les dije. Todavía hoy estoy triste y un poco hueca. La nostalgia es un bicho terco y sediento.
Al sentarme aquí en casa a ver las fotos pensé en ti. En lo mucho que te gustaría conocer Madrid, porque es una ciudad para patear largo y mirar lento. Tal vez un día nos comamos juntas unos churros con chocolate en una de esas esquinas, ¿no?
Te mando un abrazo grande,
r
PD: Ah! ...se me olvidaba: me corté el pelo!
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