martes, 7 de julio de 2009

Aguas sucias


Amiga,

Estuvimos de nuevo en la playa el fin de semana. La misma playa de North Berwick a la que fuimos unas semanas atrás. Pero esta vez la conciencia ecológica nos hizo arrepentirnos y al final del día ya habíamos decido no volver, o volver sólo para mirar para allá y no meter ni un dedo en el agua.

El viaje comenzó con una caminata al pueblito de al lado. Una media hora sin mucho apuro, pasando por campos donde pastan felices las vacas, algunas ovejas y unos ponis de lo más curiosos, negrísimos y peludos. Llegamos a la estación con el tiempo justo para agarrar el tren que viene de Glasgow y va para Edimburgo. Pero al llegar vimos en el monitor que anuncia los itinerarios que el tren venía con más de diez minutos de retraso.

Esas son las cosas que uno agradece del transporte público en este país. Que si el tren que esperas viene tarde, al menos tienes un modo de enterarte y hasta te piden disculpas por las demoras y los inconvenientes. De hecho, unos cinco minutos después, una voz anunciaba por los parlantes que el tren pasaría tarde y pidió las respectivas disculpas.

La estación de Kirknewton es apenas un terraplén vacío con dos mínimas casetas donde refugiarse del eterno mal tiempo. Hay junto a las vías del tren una casa en la que me imagino que funcionó alguna vez una oficina, una taquilla en la que vendían tickets, tal vez un par de máquinas de café o galletas y, antes de las máquinas, es posible que un empleado haya vendido periódicos en algún kiosco que ya no existe. Pero hoy la casa de la estación está en venta. La dividieron y construyeron dos apartamentos independientes. Uno está ya ocupado, el otro lo venden todavía. De todo eso nos enteramos porque, mientras esperábamos el tren, Lyo le buscó conversación al señor que ocupa el apartamento de abajo.

Finalmente llegó nuestro tren y en quince minutos estábamos en Waverley, la estación central de Edimburgo, donde debíamos cambiarnos al tren que nos llevaría a North Berwick. Íbamos con más de diez minutos de atraso y por supuesto nos tocó correr. No hay nada que me fastidie más que tener que andar de carrera en estaciones de tren, en aeropuertos y en terminales. Es como el grado máximo de la impotencia humana, correr porque que teja el tren, el bus o el avión. Sobre todo cuando de verdad pierdes el autobús, el tren o el avión.

Ya nos pasó una vez en Waverley y cada vez que piso esa estación sufro la culpa de haber sido yo la responsable, porque no leí bien la hora de salida en el boleto y si no tomábamos aquel tren no íbamos a llegar a otro tren que nos iba a llevar a un aeropuerto donde teníamos que agarrar un avión que nos dejaba… en fin, no soporto las carreras al borde del espanto y de la incertidumbre de llegar tarde.

Pero esta vez llegamos a tiempo y nos embarcamos felices, dos segundos antes de que el tren arrancara y nos felicitamos por nuestra suerte y por el buen día que estaba haciendo y porque no había nada de qué preocuparse si ya estábamos en camino y sólo teníamos que relajarnos y esperar a que llegáramos a la última estación, media hora más tarde.

Llegamos por fin y ahí estaba el mar, tan azul como lo habíamos visto antes. Más lleno, porque la marea estaba alta y no se veían las rocas del fondo. La piscina que construyeron para que se bañaran los niños, al lado del centro de observación de aves, también estaba llena y rodeada de agua y no de piedras como cuando la marea está baja. Muchos niños jugaban en el agua helada, acompañados por sus confiados padres, sin preocuparse por nada.

Más allá de la marea alta todo estaba igual que la última vez. Pero al acercarnos al agua me pareció que olía como a huevos podridos o a baño turco y se lo dije a Lyo, que se impresiona mucho con esas cosas, pero se hace el que no me cree. El asunto es que habíamos leído en The Times que una gran cantidad de playas británicas contienen una proporción de deshechos fecales mucho más alta de la aprobada por los organismos europeos encargados de fijar los estándares de limpieza del agua. La razón: cuando llueve más de la cuenta, las plantas que se encargan del tratamiento de las aguas negras las descargan directo al mar, porque no pueden procesar el exceso que reciben. El resultado: el mar se contamina y la gente se baña, literalmente, en su propia mierda. O en mierda ajena, que es lo mismo, pero peor.

Aún así, no nos dejamos desanimar por las apariencias. Elegimos un lugar desocupado, extendimos nuestro pareo azul y nos echamos a disfrutar del sol y a comer unos sanduchitos que habíamos preparado en casa y a leer y a mirar a la gente pasar. Yo decidí de entrada que no me bañaría. Pero Lyo estuvo dudando durante largo rato si bañarse o no. Al final se decidió, porque el sol calentaba bastante, y estuvo unos quince minutos metido en el agua helada, sin animarse mucho a nadar o a moverse del mismo sitio. Al salir tenía los labios morados y temblaba como un pajarito enfermo. Ese es el precio que hay que pagar por un chapuzón en el mar del norte. Mejor dicho, ése es sólo uno de los precios.

Dio tiempo de que el sol calentara otra vez. Lyo dejó de temblar y cuando la tarde empezaba a ponerse oscura, por las nubes amenazantes que se amontonaron de pronto en el horizonte, nos acercamos al pueblo a buscar qué comer. Cenamos en un pub típico. Pescado y calamares. Y nos fuimos andando a la estación sin mucho apuro. En el camino de regreso, como siempre, hicimos un balance del día y nos pareció que el paseo había valido la pena. Quedamos en volver para probar un restaurancito especializado en mariscos que vimos en el camino.

Pero al llegar a la casa, Lyo seguía pensando en aquel reportaje que yo había leído sobre las aguas contaminadas por heces fecales y, después de lavarse meticulosamente con jabón antibacteriano, se sentó en la compu a ver si encontraba en la web información sobre qué tan limpia –o sucia- era el agua en la que se había bañado.

Descubrió con susto y síntomas crecientes de ansiedad –piquiñas generalizadas en todo el cuerpo- que la bahía en la que estuvimos -Milsey Bay- no es en ningún modo apta para el uso de veraneantes desprevenidos. Según la Sociedad de Conservación Marina (MCS), que monitorea de manera independiente la calidad del agua, en esta zona de la costa se han producido en este año al menos tres descargas de aguas negras debido a exceso de lluvia y además hay un pozo séptico que descarga regularmente en la zona. Así que la página de la MCS considera que la calidad del agua es baja y que no es recomendable bañarse –puedes ver aquí el reporte.

Por supuesto que no podíamos entender que una playa con altos contenidos de materias fecales y otros contaminantes tuviera una piscina especialmente diseñada para niños y que no hubiera ningún aviso público sobre los niveles de contaminación. Uno tiende a pensar que aquí está todo perfectamente regulado y que no es posible que arriesguen la salud de los niños al dejarlos bañarse en aguas no aptas según los estándares europeos.

Pero a nadie parece importarle que los niños traguen agua contaminada, porque a fin de cuentas sólo puede producirles una diarrea menor o una simple gastroenteritis y los casos fatales serán mínimos. A nadie parece importarle que los bañistas de veraneo contraigan alguna enfermedad en la piel, los ojos o los oídos, o algún hongo persistente que tarde diez años en desaparecer, porque nadie se muere de eso y aquí la noción de salud está muy por debajo de los niveles más elementales. Estar bien es estar vivo. No importa cuántos excemas tengas en la piel ni cuántas veces se te haya infectado un oído ni cuántas uñas se te hayan caído de los dedos de los pies.

Lo que es seguro es que no vamos a volver a ninguna playa sin antes chequear el nivel de contaminación del agua. Y, sin importar qué tan azul se vea el mar, yo no me mojo ni un dedo hasta que no se me pase la impresión!

Ya te contaré.
Cariños,
r

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