Amiga,
Es terrible que uno recuerde a
ciertos escritores justo cuando lee el anuncio de que han muerto. Eso
me acaba de pasar con José Emilio Pacheco, que murió esta semana en México.
Leí hace mucho tiempo algunos de sus textos y tenía años sin leer
nada de él. Sentí el típico remordimiento al saber de su muerte y
bajé algunos de sus libros para recordarlo y también para ponerme
al día. Entre ellos encontré su libro de poemas en prosa, La
edad de las tinieblas (Era, 2009) y lo estoy disfrutando a mares.
Sólo por el gusto de tenerlo aquí
en este blog nuestro voy a apropiarme de uno de sus poemas en prosa,
que se llama Austral/Boreal. Aquí va:
Diciembre de 1950 en Buenos
Aires. Reina el verano en el hemisferio austral. El calor llena de
fuego y luz las horas. La evaporación del río que ya es casi mar
humedece la gran ciudad como una esponja.
Un niño juega a solas con una
esfera de cristal. En su interior nieva sobre un paisaje del norte:
una cabaña de troncos a la orilla de un lago. Al mismo tiempo en
Toronto que se hunde entre la nieve otro niño observa su propia
esfera. Bajo el cristal diluvia arena.
Dice: perdido en el desierto,
resisto el simún bajo un cielo de cal en un espacio sin agua. La
arena está nevando sobre mi cuerpo. En la circunferencia líquida
tengo sed. Bajo las tinieblas ardientes busco el lugar en donde nace
el frío. Veo espejismos. Llego a un oasis y en vez de manantiales y
palmeras encuentro abetos, un lago congelado y una cabaña.
Estoy, añade, en una bola de
cristal llamada Tierra. Su circunferencia es mi límite. En ella
deberíamos caber todos porque nos hace iguales el ser distintos.
Mientras tanto, aunque la Cruz del Sur y la Estrella Polar no
brillarán jamás en el mismo cielo, acepto que tu verano sea mi
invierno y mi invierno resulte tu verano.
Hasta aquí el poema de José
Emilio Pacheco. Me encanta esa idea de que seres que están en las
antípodas pueden imaginarse en el lugar de quien está al otro lado
y entrar en su mundo con solo evocarlo. Me gusta el modo como cada
personaje puede contarse a sí mismo una historia que lo saca de
donde está. Creo que en este mínimo texto está condensada la
gracia y la función misma de la literatura. Si es que la literatura
necesita de alguna justificación, es precisamente esa: potenciar la
capacidad humana de empatía. Trastocar los lugares.
Te dejo aquí un abrazo boreal,
r
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