Amiga,
Hace
días que debí haberte escrito para contarte del viaje a Tenerife
que hicimos a finales de abril. Y, sin embargo, ya pasamos de largo
por la mitad de mayo y yo he estado aquí pasmada bajo el frío del
polo sin poder articular ni una palabra. Pero hoy hace sol y el
recuerdo de Tenerife me asaltó desde esta mañana y quise sentarme a
contarte de sus calles tan similares a las nuestras, de sus ciudades
que parecen una extensión de Chacao o Altamira o los Palos Grandes.
Y en
efecto me senté a mirar fotos para ver si te armaba una historia en
la que no apareciera que me robaron mi monedero, sacándolo de la
maletera del carro que alquilamos sin dejar ningún rastro. Quería
recordar solamente el lado luminoso, las playas de arena negra, las piscinas naturales
que se llenan de agua de mar cuando sube la marea, los interminables
sembradíos de cambures, que allá llaman plátanos; el paisaje lunar
al pie del Teide, el volcán que domina la isla.
Quería
revivir la imagen de los atardeceres nítidos que tanto me
recordaron las tardes en Margarita, el paseo que hicimos en Santa
Cruz en domingo de mercado, por calles tomadas por vendedores
ambulantes. Quería acordarme de las ganas que tuve de quedarme para
siempre leyendo en la biblioteca pública que está abierta las
veinticuatro horas del día y puede usar todo el mundo, sin
restricciones de ningún tipo. Y de las arepas con queso blanco que
comimos ¡dos veces!
Pero
los recuerdos de Tenerife se me juntan con los de Besançon,
de donde llegué hace unos días y la memoria se me atiborra. Se me
juntan las playas con los parques, el Atlántico con el río Doub,
que corre inmenso a media cuadra del apartamento donde nos quedamos.
El mercado “biológico” de la plaza de Besançon
que recorrimos dos veces el domingo pasado se me solapa con los
tarantines de los cubanos escandalosos que vimos en Tenerife. Se me
mezclan las aceras, los árboles, las palomas, los faroles y los
puentes, como si se tratara de restos de una película mal editada.
Así
que amiga, te quedo debiendo dos viajes. Y todavía me falta ir a
Barcelona. ¡Qué agobio!
Ya sé
que no suena bien andanrse quejando de viajar demasiado. Sobre todo
cuando quienes te leen pueden estar interesados precisamente en ese tema. Hace unos días descubrí que las entradas más leídas de
este blog nuestro son las que hablan de viajes. Con seguridad debe
haber un motor de búsqueda que mete en la lista entradas de blog
como las mías cada vez que alguien teclea
el nombre de una ciudad o de un lugar dentro de una ciudad. Por
ejemplo el Louvre.
Gracias
a las estadísticas que generosamente acumula el servidor de
blogspot, ahora sé que mi entrada sobre el Louvre en un santiamén
ha sido leída –o visitada, al menos– por más de ¡dos mil
lectores! Y todas las entradas en las que cuento recorridos por
ciudades o por sitios diversos tienen entre quinientas y mil visitas,
incluyendo la historia de aquella caminata que hicimos el año pasado
por los canales.
¿Será
que debo dedicarme a escribir reseñas de viajes? Si me pagaran por eso sería maravilloso. Pero de gratis me da como fatiga. De todos modos, te prometo un recuento minucioso del recorrido que haga esta vez por Barcelona.
Pero hace sol, amiga, y como ves el buen clima no me pone muy elocuente. Así
que dejo esta perorata boba hasta aquí.
Te
mando un abrazo incoherente,
r
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