Amiga,
Entre
la tarde de ayer y la mañana de hoy he estado leyendo los miles de
comentarios que ya circulan en la red sobre el documental “Caracas:ciudad de despedidas”. Gina me había mandado el vínculo temprano
pero lo dejé para mirarlo con calma mientras almorzaba. Lo primero
que sentí –sin pensarlo mucho– era que me había desacostumbrado
al acento de los niñitos caraqueños. No pensé en lugares sociales,
sino en edades. Le di clases a adolescentes como esos durante casi
veinte años y sé por experiencia que la gran mayoría, sin importar
su origen, hablan con el mismo tono, los mismos modismos, las mismas
frases entrecortadas o disueltas.
Después
leí los comentarios que aparecen en Youtube, junto al video. Y ahí
se me comenzaron a parar los pelos de punta. Porque lo que importa no
es lo que el video dice o deja de decir. Lo terrible es la reacción
que ha generado. La violencia nada encubierta que se expresa en
insultos y en un desprecio que parece largamente macerado. Es lo que
han insistido en señalar algunos de los comentaristas, como Rafael Osío Cabrices o Eduardo Sánchez Rugeles. Sin embargo, el texto que
creo que trata de entender mejor las dimensiones emocionales del
grito, de la angustia, que expresan los jóvenes que se despiden de
Caracas es el de Milagros Socorro.
Comparto
esas ideas, porque llaman a la reflexión y a la serenidad. Pero me
preocupa algo que siento que está más allá de la polémica que
sigue en la red mientras escribo estas líneas que siento urgentes.
Me preocupa el modo como el imaginario del destierro se está
llenando de zonas de honor y deshonor. Irse es odiar. Quedarse es
querer. Esas cómodas polaridades. Porque si llevamos al extremo ese
razonamiento sólo es posible concluir que los que se van no hacen
falta y –lo que es peor– no es necesario que regresen.
Volver
es el deseo de todo desterrado. Es un sueño que pocas veces se
cumple, porque cuando te vas todo cambia y te vuelves un ser
desgarrado que ya no pertenece a ninguna parte. Pero el lugar de origen siempre está ahí como una promesa. Es ese sitio que conservamos en la memoria como el espacio en el que alguna vez fuimos enteros y al que alguna vez vamos a poder regresar para completar el ciclo obligado del exilio. Y en medio de ese desgarro vivimos los que padecemos esta angustia de no estar.
Eso es precisamente lo que he querido contarte en la larga correspondencia que es este blog nuestro. He querido contarte el dolor del desarraigo, para contrarrestar de algún modo esa imagen alegre del que se va para vivir mejor y olvidarse de todo sufrimiento. Y este video no sólo ha vuelto a poner sobre la mesa la idea del desarraigo feliz, sino que ha generado una reacción violenta de los-que-se-quedan que parece gritarnos: ¡No vuelvan!
Eso es precisamente lo que he querido contarte en la larga correspondencia que es este blog nuestro. He querido contarte el dolor del desarraigo, para contrarrestar de algún modo esa imagen alegre del que se va para vivir mejor y olvidarse de todo sufrimiento. Y este video no sólo ha vuelto a poner sobre la mesa la idea del desarraigo feliz, sino que ha generado una reacción violenta de los-que-se-quedan que parece gritarnos: ¡No vuelvan!
¿Qué
hacer ante ese grito? Esa es la pregunta que me asalta hoy. No quiero
tomar posición sobre la validez o no del video. No creo, en todo
caso, que ese sea el punto. Creo que en este momento lo que asombra
es que la división que existe en el país no necesite demasiados
motivos para estallar. Y ante ese estallido los que estamos afuera
nos sentimos cada vez más ajenos. Porque en medio del desgarro del
exilio, si algo hemos tenido es tiempo para pensar, para tomar
distancia y para buscar una forma de entender lo que pasa. Pero toda
la reflexión del mundo no nos da para entender que se pueda vivir de
manera permanente en ese estado de crispación.
Venezuela
parece hoy un país a punto de estallar. Los odios están tan a flor
de piel que no resulta difícil imaginar a Caracas en llamas, como
una Sarajevo suramericana. Esa es la imagen con la que anoche me
dormí. Esa es la imagen que me hizo despertar en medio de una
pesadilla ruidosa esta mañana. Esa es la imagen con la que te
escribo esta angustia de hoy, amiga. La imagen de una ciudad
destruida por un odio ciego.
¿Cómo
vamos a volver a esas ruinas?
Te
mando un abrazo destrozado,
r
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