jueves, 12 de enero de 2012
¡Cincuenta!
Amiga,
Aquí estoy, finalmente, cumpliendo cincuenta. Iba a escribir “mis primeros cincuenta”, pero es demasiado optimismo suponer que tengo por delante otro medio siglo. No me quejo. Si lo que me queda es bastante menos de la mitad, lo vivido basta y sobra. Estoy tratando de hacer planes, de ejercitar la mente, la piel y los músculos para no convertirme en una vieja prematura. Hago el esfuerzo de disfrutar cada día. Nada más.
Supongo que la madurez hay que aceptarla como un hecho sin demasiada trascendencia. Tal vez no tenga la entereza de no quejarme nunca de los males de la edad: se me olvidan cada vez más cosas, los huesos me crujen, tengo dolores donde no sabía que había nervios, me canso subiendo escaleras, ya no puedo perder ni un gramo de peso por más que viva a pan y agua... y un larguísimo etcétera. Pero intentaré por lo menos no hacerlo demasiado en público. Todas mis amigas –incluyéndote– pasaron ya por esta esquina con una gracia envidiable. No puedo menos que respirar hondo y seguir su ejemplo.
Además, hoy hace un día espléndido y que haga un sol así en medio del invierno es un regalo que agradezco por encima de todo. Una amiga me acaba de recomendar que huela la sal que ponen aquí en las calles para contrarrestar los efectos letales de la nieve en las aceras -desbarrancamientos varios, entre otros. Ya voy a ponerme mis zapatos de caminar para dar una vuelta por el parque. De regreso meteré la cabeza en el pote de sal que está en la esquina y respiraré hondo, de cara al sol, para imaginarme que estoy en Los Roques.
Pero después voy a abrir los ojos y a aceptar con gracia que estoy en el polo, lejos de todo y de todos, cumpliendo cincuenta años por mi hermana y por mí.
Va un abrazo cincuentero!
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