miércoles, 5 de mayo de 2010

De elecciones y medios


Amiga,

Hay elecciones en el reino y mañana los británicos deciden quién va a gobernarlos durante los próximos años. Por eso hemos estado en campaña electoral. Pero las diferencias entre las eternas campañas electorales nuestras y las de aquí son abismales. Para empezar, la guerra de eslogans dura sólo un mes y en lo que espabilas ya se está terminando, aunque durante ese mes haya que ver a los candidatos hasta en la sopa.

Luego, son tan civilizados que a veces uno piensa que están más bien jugando a ser candidatos. Imagínate que en uno de los debates televisados —que es aquí la gran novedad, porque es la primera vez que los hacen— el moderador tuvo que incitar a los candidatos a discutir, porque estaban dando sus discursos cada uno a su tiempo y con extrema cortesía. Así son las campañas electorales en este reino de la civilización.

Lo que no impide que se saquen los trapitos, por supuesto. Pero todo parece suceder como si nadie estuviera detrás de los escándalos, porque son más bien los medios los que se encargan de airear los errores de cada quien. Y la verdad es que los cometen de maneras espectaculares.

La semana pasada, el primer ministro —contra el que está aquí todo el mundo— tuvo la brillante idea de aceptar una conversación pública, supuestamente casual, con una de sus partidarias frente a las cámaras. Obviamente tanto la señora como él tenían micrófonos pegados a sus ropas, que se encargaron de grabar la conversación. La señora, aunque le dijo que ella había votado por su partido toda la vida y su familia también, le planteó al primer ministro sus dudas y le hizo preguntas sobre los temas más álgidos, como el de la deuda pública y la inmigración. Brown contestó de lo más sonriente a cada pregunta y luego se despidió con un comentario amable.

El primer ministro se subió luego en su flamante carro negro y … ¡se olvidó de apagar el micrófono! Por supuesto, lo que se grabó no correspondía precisamente a la cara sonriente y al gesto amable que el hombre había mostrado frente a las cámaras. El primer ministro se quejó amargamente de que lo hubieran puesto en la situación de hablar con una mujercita más bien bocona, que se atrevió a hacerle las preguntas más incómodas, aunque había sido cuidadosamente escogida por su misma gente. ¿A quién se le ocurrió semejante idea? —preguntó el primer ministro furioso, después de insultar a la doña con una de esas palabras que en inglés significan muchas cosas a la vez, ninguna positiva.

La grabación de esta conversación fue guardada con celo por unas horas y luego presentada ante el primer ministro en un programa de radio, mostrado en televisión. El país entero pudo ver la cara de Brown descomponiéndose a medida que escuchaba su propia voz dictando el sentencia de muerte más evidente de la historia de la política mediática. Un auto-suicidio, como diría uno de nuestros políticos más elocuentes.

Así que en esta última semana, después de ofrecer miles de disculpas, el primer ministro se ha dedicado a hacer como si no hubiera pasado nada. Los demás candidatos se han dedicado a lo suyo, perdonándole la vida. Los medios han puesto su mejor cara de yo-no-fui y en la campaña que está llegando hoy a su fin nadie ha hecho leña del árbol caído. Pero uno casi puede escuchar el crujir de dientes detrás de las cámaras, cuando los micrófonos se apagan.

No creo que el gobierno laborista se salve de ésta, porque aquí, al contrario de lo que sucede en nuestra engañada tierruca, el doble discurso es una afrenta gravísima. Aunque todo el mundo sepa que los políticos a fin de cuentas siempre ofrecen lo que no pueden cumplir, aunque nadie confíe en las caras risueñas y la falsa familiaridad, una cosa es saberlo y otra —bastante más humillante— es verlo en la tele, a todo color y en horario estelar.

En fin, amiga, mañana se sabrá por quién se decidieron los británicos. Parece que todavía se esperan sorpresas. Pero, para mí, la sorpresa más grande ha sido presenciar esta campaña electoral, tan civilizada ella, con sus zancadillas sutiles y sus espectaculares metidas de pata. Y, sobre todo, ver cómo los medios pueden destruir un liderazgo con la cara bien lavada y haciendo uso de un principio democrático poco efectivo entre nosotros: presentar sin remilgos la verdadera cara de la política.

Te mando un abrazo asombrado,

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