Amiga,
Estoy leyendo los ensayos de Margaret Atwood, tratando de escribir al menos un mínimo resumen de una ponencia que debería leer en Mérida en junio, si es que todo sale bien y realmente viajo a la tierruca dentro de dos meses.
Los textos de Atwood me recuerdan las preguntas que me he hecho tantas veces sobre el lugar que se debe ocupar en el mundo. Hubo un tiempo en el que pensé que solamente tenía sentido vivir en la propia tierra —sea lo que sea que eso signifique. Después vino el exilio y todo esto que ahora trato de nombrar y que no es más que distancia permanente y desacomodo eterno y tristeza.
Margaret Atwood habla de estos temas en su libro Curious Pursuits (2005) que podría traducirse como “Búsquedas curiosas”, pero también como “Persecuciones de la curiosidad” o como “Curiosas indagaciones”. En uno de los textos de los años ochenta que tiene una gran carga autobiográfica, como muchos de sus ensayos, Atwood sostiene que los canadienses pueden irse tan fácilmente a vivir en otro lado que a veces la pregunta crucial es ¿por qué quedarse?. Y se trata de una pregunta que cada canadiense tiene que responderse una y otra vez —¿te suena conocido?.
Y ante esa permanente tentación de abandonar lo propio, la respuesta de Atwood es ésta:
Yo no creo que Canadá es ‘mejor’ que ningún otro lugar, como tampoco pienso que la literatura canadiense es ‘mejor’; vivo en este lugar y leo esta literatura por una razón simple: porque me pertenecen, con todo el sentido de territorialidad que eso implica. Negarse a reconocer de dónde viene uno (…) es un acto de amputación: puedes volverte un ser que flota libre, un ciudadano del mundo (¿y en qué otro país esto es una ambición?) pero sólo a costa de tus brazos, tus piernas y tu corazón. Cuando descubres tu lugar te descubres a ti mismo.
Creo que esta idea de que flotar en el éter del cosmopolitismo, que es lo mismo que decir en la nada del exilio, a cambio de tus más preciados órganos es una imagen estremecedora. No pertenecer. Volar como un balón, sin brazos ni piernas ni corazón. Ese sería el ideal de quienes eligen el desarraigo.
Habría que agregar una pincelada más a esa imagen. Porque la elección del desarraigo implica también anular la propia voz. Ese globo que flota también está mudo.
Te abraza cada vez con menos palabras,
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