Amiga,
Te debo al menos un comentario sobre el curso que estoy tomando este trimestre. Creo que te conté antes que era un curso sobre Oscar Wilde. La idea del curso es leer algo de cada una de sus facetas como escritor, desde los textos periodísticos hasta las obras de teatro, pasando por la poesía, los cuentos para niños y su única novela. Pero tal vez el contenido del curso sea lo menos interesante. Lo que cuenta es la experiencia misma de ir y volver de la ciudad, la gente que asiste a este tipo de cursos y lo que uno descubre más allá de las clases.
Por ejemplo, en este curso hay una chica —no sabría decirte qué edad tiene, pero parece estar entre los 25 y los 35— que llamó la atención de todos desde el primer día y que creo que va a ser el punto focal de la clase. El primer día, cuando hacíamos la típica ronda de presentarnos y contar por qué habíamos elegido ese curso en particular, la joven se lanzó un discurso que nadie se esperaba. Dijo que ella estaba estudiando porque pertenecía a una familia que la había echado a un lado, ninguneado, excluído —neglected, se dice en inglés— y que ella estaba ahí para probar que ella no era estúpida y que podía pensar y valerse por sí misma.
El cuento fue mucho más largo y no recuerdo los detalles, pero sí el profundo silencio que siguió a su presentación, que fue más una declaración de principios que otra cosa. Todos nos quedamos en suspenso, pero la profesora fue de lo más inteligente y se limitó a preguntarle de dónde era y a tomar notas en un papel. Luego pasó a la persona que estaba al lado y puso su mejor cara de pócker como diciendo, aquí no ha pasado nada, todos somos de lo más normales y el hecho de que tengamos un ser desequilibrado en clase no nos va a sacar de nuestra convicción de que el mundo puede y debe ser racional o que al menos uno puede conducir una clase como si así fuera, etcétera.
En la segunda clase, el mismo personaje intervino para “interpretar” un poema que Wilde le escribió a su hermana muerta. Con su voz profunda y casi al borde del llanto, la joven hizo una larga disquisición que comenzó refiriéndose a las imágenes que en el poema evocan lo ligero y lo pesado y terminó con una especie de confesión de dolores propios o ajenos, no se supo muy bien. De nuevo, todos escuchamos respetuosamente, de nuevo hubo un silencio tenso al final de la larga exposición que nadie se esperaba, y de nuevo la profesora siguió adelante con la clase como si no hubiera pasado nada.
Es realmente curioso cómo se asume que leer literatura es equivalente a “desnudar el alma”. ¿Por qué será que alguna gente cree que lo único que puede hacer con la literatura es recibirla como una revelación trascendental? Supongo que le hemos otorgado demasiado peso y ahora no podemos aligerarla de la carga de indicarnos el camino, de enseñarnos lo correcto.
Por eso debe ser que algún crítico escribió una vez que la literatura —por muy exquisita que sea— no es más que una prima rica de los manuales de autoayuda.
¡Auxilio!
Cariños atribulados,
r
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