Amiga,
El lunes fuimos a ver –por pura solidaridad con la tierruca y por curiosidad, claro- el musical Venezuela Viva, que se está presentando en el preámbulo del Fringe. Después de soportar por más de dos horas aquel espectáculo digno de Joaquín Riviera en una-noche-tan-linda-como-ésta, salimos con vergüenza ajena y convencidos de que el nuestro es un país que sufre de esquizofrenia crónica y que –por eso- no hay manera de que un europeo comprenda lo que está pasando en Venezuela.
Si eres un ser de estos lados que trata de hacerse una idea de qué está pasando realmente en la tierruca, tienes por un lado los documentales pagados por el gobierno de Chávez en los que se ha decretado la revolución permanente y eterna. Una revolución en la que todo el mundo está viviendo en una especie de botón de muestra del socialismo del siglo XXI. Se supone que en esa promesa del porvenir los sectores más desposeídos están recibiendo ahora la atención y los servicios que merecen y que la historia les ha negado sistemáticamente.
No tengo que decirte que aquí la gente “de izquierda” se cree ese cuento completo y hasta tienen el tupé de discutirte si te quejas del autoritarismo o del clientelismo o de la corrupción o de los afanes monárquicos y eternizantes del gobierno. El argumento básico de los progres europeos es que antes también existía todo eso pero, para colmo, nadie se encargaba de los pobrecitos pobres.
Por otro lado, si eres uno de esos mismos seres convencidos de que en Venezuela hay una revolución en marcha y compras tus entradas para ver en el Fringe un show llamado Venezuela viva, ¿qué esperarías? Pues un espectáculo que represente de algún modo los resultados de la revolución del siglo XXI, ¿no?
Te puedes imaginar la confusión y el total desconcierto de ese europeo liberal y profundamente solidario con los pobres del mundo cuando, al sentarse a ver el espectáculo que se supone le debe revelar “la historia musical” del país donde se está marcando el rumbo del socialismo que vendrá, se encuentra con que lo que tiene delante es un show de Joaquín Riviera, digno de los mejores tiempos de Sábado Sensacional.
Aunque la obra promete en su página web un paseo por la música venezolana, en realidad el espectáculo no aspira a ser más que una versión flamenca de los orígenes de algunos de los bailes locales. Pero no llega ni siquiera a eso. Bajo la excusa de mostrar el mestizaje musical de la tierruca, se pasean por el escenario docena y media de encopetadas damas, de largas cabelleras y generosas proporciones, que parecen más un muestrario de lo que la cirugía plástica puede hacer por las féminas locales que una propuesta musical o dancística medianamente seria. ¿Y la revolución del siglo XXI? Bien gracias…
Las damas con porte de mises que bailan durante dos largas horas en el musical Venezuela viva, con traseros y delanteros visiblemente operados, están muy lejos de cumplir con el estereotipo de los pobrecitos pobres que aparecen en los documentales que tanto conmueven a los europeos. Pero no sólo eso. Es que no se tomaron ni el trabajo de buscar a una morenita que se hiciera pasar por negra auténtica para bailar los supuestos tambores que representarían la herencia africana de nuestra cultura. De más está decir que los ojos achinados de la joven emplumada que representa la herencia indígena parecen más el producto de un bisturí que de los genes autóctonos.
Para un europeo medio –liberal o conservador- este tipo de espectáculo probablemente remita a los musicales de segunda categoría de los años cincuenta. Aquellos shows llenos de plumas y altos tacones, faralaos rojos y lentejuelas. Para nosotros, acostumbrados al ritual anual donde se corona a la aspirante más seria a ser la próxima Miss Universo, el show es una secuencia de los lugares comunes más recurrentes de nuestro nunca bien ponderado Joaquín Riviera.
Una cosa se salva del lamentable espectáculo: la puesta en escena del proceso de Independencia y de su máximo héroe, Simón Bolívar. Porque estas aplicadas jóvenes de generosos bustos representan al padre de la patria como un drag queen bailando flamenco. ¿Qué puede ser más irreverente? Pero se trata, por supuesto, de una ironía –o una sátira- involuntaria, como bien me apuntó Lyo, que salió quejándose con razón de la ingenuidad del espectáculo.
Más allá del pésimo gusto y la falta de puntería de montar un show como ése en una circunstancia política como ésta, uno podría pensar que hay una lección interesante en este desencuentro. Mientras Chávez imagina que hace una revolución socialista y los europeos se lo creen, los venezolanos de clase media andan por el mundo representándose su propia historia como la de un grupo de españoles que accidentalmente se mezclaron –pero sólo apenas- con turgentes indígenas y monumentales negras (todas de piel blanca) para producir una cultura exactamente igual, pero más picante, que la cultura madre. ¡Y con culos y tetas más grandes!
No deja de ser una lección para los liberales británicos que entran al show imaginando que verán un catálogo musical de las bondades del socialismo del siglo XXI. Esos mismos que aplauden a Dudamel como hijo de la revolución cada vez que levanta su batuta en los escenarios del reino, sin detenerse a pensar en el detalle significativo de que el hijo pródigo de José Antonio Abreu vive los dolores del exilio en la entraña misma del monstruo capitalista, en la dorada California.
Pero para los pobres venezolanitos que vivimos tratando de arrancarnos del alma la nostalgia de la tierruca, la lección es otra. El país que dejamos es exactamente esas dos cosas, juntas y revueltas. Es Chávez cerrando medios de comunicación que se niegan a unirse al coro de adoración perpetua y es, también y desgraciadamente, ese grupo de bailarinas de flamenco que imagina que puede contar la historia de nuestras desventuras y padecimientos desde la estética plástica y superficial de los concursos de belleza.
Por eso estamos como estamos amiga.
Te mando un abrazo dividido y abrumado,
r
PD: puedes ver el video promocional de Venezuela viva aquí.
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